Parece evidente que no todos los libros que se escriben hoy en día son libros contemporáneos, o dicho en palabras de Alberto Savinio: «algunos hombres piensan en la curvatura del espacio, mientras otros se embelesan con la arquitectura tolemaica del universo». Es una cuestión de sincronía con las palpitaciones de aquello que es consustancial al presente, característico o diferencial de una determinada época. Más bien por el contrario, resultan ser la inmensa minoría de los libros actuales aquellos que están en sintonía con la época contemporánea. Algunos, la mayoría de los libros que pone a circular la industria editorial, encarnan voces y estructuras que nos hablan desde el pasado; esos son seguramente los que cosechan más lectores. Luego están los que proyectan su dicción desde el futuro: nos hablan a sus coetáneos desde una dimensión aún desconocida, con una voz que no estamos preparados para escuchar. Y por último, existen los libros estrictamente contemporáneos, aquellos que nos hablan desde un presente filoso y complejo. Hospital del aire es uno de estos libros.
Novela poemática o poema transgénero, el libro de Ernesto García López (y hablo de libro y no de texto porque una de sus cualidades principales es ser un mosaico de textos) toma como punto de partida el accidente aéreo de la compañía Avianca en Mejorada del Campo, en las proximidades de Madrid, el día 27 de noviembre de 1983. El destino final del vuelo era Bogotá, donde se celebraría unos pocos días después el I Encuentro Hispanoamericano de Cultura. En el avión accidentado viajaban cerca de doscientas personas y hubo once supervivientes. Entre los pasajeros muertos estaban los escritores Manuel Scorza, Jorge Ibargüengoitia, Marta Traba y Ángel Rama.
Aunque el libro tiene una estructura algo enrevesada, para glosarlo de forma sintética diremos que está dividido en cuatro partes: fragmentos informativos de la prensa española de los días posteriores al accidente; poemas que llevan en el encabezado nombres de pasajeros muertos con sus lugares de origen y destino; excursos poéticos asignados a cada uno de los cuatro escritores que viajaban al encuentro cultural en Bogotá; un “diario de escritura” en prosa y de tono ensayístico. Las dos primeras partes aparecen entreveradas y las otras dos constituyen bloques diferenciados.
La disposición de las voces o poemas asociados a pasajeros sugiere la influencia de la Antología de Spoon River, de Edgar Lee Masters, pero es una asociación superficial (como reconoce y descarta el propio autor en el “diario de escritura”). El motivo para establecer un vínculo a priori es la fuerza que el libro de Lee Masters ejerce sobre el canon y sobre el imaginario literario, pero las voces de Hospital del aire no construyen narratividad, al menos no en el sentido en que lo hacen en la Antología, donde las «autobiografías» de los muertos del cementerio de Spoon River van tejiendo la dramaturgia colectiva. Aquí los poemas rascan la materia indiferenciada de una fosa común, más relacionada con el historiar emocional y musical de la lengua que con la estructura de un osario de historias personales. Por tanto, podemos decir que García López no imagina y construye la voz de los muertos para revivirlos fantasmalmente en el poema, sino que son justamente ellos, los muertos y sus silencios preñados de lenguaje, los que posibilitan que el poeta se exprese, los que insuflan vida a su voz. La voz poética a su vez se desdobla en latencias lingüísticas con las que va estableciendo diálogos que permiten que cobre forma la voz del otro.
Tratas de apaciguarme, lo sé,
sostener que todo trampea
lengua, que la voz construye millones de mundos,
pero no: No he llegado
hasta aquí para quedarme
encajonado en tu identidad:
Ser disolución quiero
más allá de la escritura:
Buscarme
en mi jirón y desmateria,
amanecer instalado
en los días interminables:
Tener principio y fin:
No quedar borrado
a la vuelta de esta página–
La enunciación poética es médium de identidades gaseosas puramente conjeturales, da voz a unos fantasmas cuyos espectros son una ilusión del lenguaje mismo, pero al fin y al cabo no por ello menos existentes. Es una abstracción que sin embargo tiene puntos de apoyo en lo factual, contacto con lo concreto. Como en el cuadro del cuento de Balzac. Porque, qué es el lenguaje si no ese fantasma que nos atraviesa, esa punción que nos pule pero que a la vez se reproduce en direcciones abiertas por el prisma; qué es si no ese virus del espacio exterior del que hablaba Burroughs, ese virus que nos habita y que habitamos como una bola de fuego esquizoide que finalmente se estrella en la infinita nada de la muerte que nos habla («lo desconocido del fin sin asir lo sensible...»).
Toma el libro,
lector confiado, para recordarte que mi voluntad
consistió en secar la poesía:
Borrar cada una de sus querencias,
no dejar rastro de ellas–
He desaparecido, mas tú insistes:
Te empeñas en uncir con la lectura
aquello que trabajosamente eliminé:
Tuyo, pues, sea el derrumbe:
Tuya la pesadilla de no dormir en paz–
Los mecanismos narrativos que operan en el libro desviándolo de la forma más o menos convencional del poemario se presentan a través del montaje de los recortes de prensa. Son estos fragmentos de información periodística los que contribuyen a proyectar una realidad por fuera del habla fantasma de la voz poética. Crean un discurso del afuera donde el libro se abre a una narratividad que podemos asociar a lo novelístico, aunque amputado de la ficción.
Este collage de reportes se ocupa de construir un espacio para la tragedia y de presentar el repertorio de dramatis personae, a través de necrológicas, declaraciones, testimonios, etc. Así, vemos al poeta Luis Rosales en Madrid, que esperaba el avión en el aeropuerto de Barajas y al que se le presenta un conflicto específico que resuelve afirmando que «debemos viajar a Bogotá, como hacían los muertos». Están las parejas de suecos que viajaban a Colombia para recoger a sus hijos adoptados. Manuel Scorza intuye la muerte próxima y envía una carta a su hija con instrucciones para disponer de sus bienes. Marta Traba y Ángel Rama habitan las penalidades de un exilio que los persigue por el mundo entero. Ibargüengoitia en un principio no aparece en la lista de pasajeros, pero sí una misteriosa apócope que lo identifica, quizá por ello su necrológica esté ausente. Las causas del accidente extienden sus hilos de forma subterránea, así como las pesquisas en torno al tratamiento de la chatarra. Todo ello va tejiendo una sorprendente trama que podríamos definir como «novelesca».
Hombres, mujeres, ancianos y niños constituían ayer un multicolor rosario de peregrinos, que iban o venían por diferentes caminos y sendas en busca, o de vuelta, de la contemplación de las huellas del accidente. Pandillas de jóvenes, mujeres con zapatos de tacón alto y finas medias, embarazadas, niños de la mano de sus padres, campesinos vestidos de domingo y familias felices y completas subían y bajaban las veredas en una constante procesión que congestionaba todos los caminos de acceso al lugar del accidente.
Fragmentos de prensa como este aportan no solo información de contexto y narratividad, sino también múltiples matices simbólicos. «Rosario de peregrinos», «contemplación», «familias felices», «procesión»... Todo ello es altamente significativo y refuerza la naturaleza totémica del acontecimiento. Que se estrellara en Madrid el avión que se dirigía hacia América para participar de un encuentro hispanoamericano de cultura es en sí mismo un hecho elocuente. Que en él viajaran dos de los escritores más importantes de la literatura latinoamericana de la época y uno de sus teóricos más acendrados tiene un peso específico extremo. Este es un libro extremadamente «panhispánico» porque García López ha logrado trabajar el castellano de manera que respire un aire ecuménico, ni por asomo neutro sino hospitalario.
Frankfurt, París, Madrid, Caracas, Bogotá, Santiago de Chile. Poesía, novela, crónica, diario, ensayo. Sentidos, direcciones, puntos de fuga que se entrecruzan, alteran o modifican en un frenético ir y venir que se interrumpe de forma repentina con el impacto, que genera la energía para poner en movimiento la maquinaria lingüística de la escritura, donde todos los sentidos, direcciones y puntos de fuga tendrán a su vez su propia frenética correspondencia.
Un accidente de aviación habla a través de la caja negra. Esta es una convención del género que Hospital del aire no contraviene. En sus entrañas se atesora la información para comprender los hechos que desencadenaron el acontecimiento. En el «diario de escritura» que cierra el libro aparece cifrado el campo de fuerzas del diseño de su aerodinamia: Macedonio Fernández, Clarice Lispector, Juan L. Ortíz, Marsé, Piglia, Claudio Rodríguez, Juarróz, Francisco Pino, Blanca Varela, Benet, Vallejo, Aldecoa, Aira, Plà, Orozco, Ferlosio, Bellatín, Gastón Baquero... Allí leemos una cita de Duchamp: «Habitar la dificultad de una época». Y un comentario: «¿Podría este libro ser una forma de habitar esa dificultad, o más bien un modo de escapar de ella?».
El «diario de escritura» también puede leerse como la escoria del libro. La escoria: material carbonoso e iridiscente que cubre la puntada de la soldadura y que habitualmente se retira de un preciso golpe de martillo de punta, para que quede al descubierto la costura. Este libro es una obra contemporánea y por tanto, ante la imposibilidad de lo perfecto, deja al desnudo las huellas de su fracaso. Hospital del aire es un libro fallido. Las fallas: grietas en la estructura rocosa o ignición coreográfica de la pólvora. Contemporáneo: deja entrar al lector, lo invita a especular, a partir de las huellas del proceso de creación y organización del material, sobre otros órdenes posibles. Orden: un código abierto.
7 de diciembre, 2022
Hospital del aire
Ernesto García López
Prólogo Diego Sánchez Aguilar
Candaya, 2022
224 págs.