Manuel Alemian despliega en su último libro de poemas, Ido, la mirada del que por toda certeza busca apresar lo desconocido a través del lenguaje. Son poemas con esbozos de narración, como viñetas apenas delineadas o como ofrecimientos a una reflexión inédita, sin intención didáctica ni presunciones de verdad. Se trata de una lírica en la que la inteligencia está al servicio de la descripción y de la imagen visual así como de un impulso lúdico. Una poética rápida y concisa, a veces críptica, con saltos sobre lo evidente y con una sintaxis abreviada.
Ido se divide en cuatro secciones. Los poemas breves que integran la primera parte, “La vida de los demás”, formulan variantes en torno a las condiciones materiales de la existencia. Tener o no tener dólares, euros o pesos, fumar o no fumar en el palier, los cortesanos de Instagram, una persona que entristece y muere, los vidrios rotos de un auto, un yacaré que desaparece en un matorral. Todo puede ser materia del poema. Como si Manuel Alemian le pidiera a todo que fuera poema. En el segundo apartado, “La vida circundante”, se profundiza el misterio de las cosas y una percepción de lo que nos rodea desde la mirada extrañada, como en el poema “Sí”: «Espera que sí,/ sin saber/ si lo mejor/ es sí». Asimismo, los poemas de la tercera parte, “La vida del yo”, son más extensos y amagan en el gesto de dar con un esbozo autobiográfico, aunque lo nieguen. Quizás, por eso que advierte Joseph Brodsky sobre Osip Mandelstam que «(...) todo poeta, en todo lo que escribe, expresa en sus versos, física o estadísticamente hablando, por lo menos la décima parte de la realidad de su vida».
En su conjunto, son poemas como instantáneas, que reflexionan, sin ser conclusivos, sobre la condición humana pero sin embarrarse en el berenjenal de la sociología, sin gola o pompa pedagógica. Poemas sugerentes que insinúan ahí donde dejan de decir. Como si Manuel Alemian entendiera que el mayor enemigo de la poesía es la filosofía. No obstante, su poética cuestiona la realidad circundante, la rodea de preguntas, ya sea en un movimiento de repulsión o fascinación, pero siempre a través de una operación de sentido en torno a lo dado. Así, el poema “El ultra”, dice: «El periodista jefe,/ ¿perdió el juicio?/ “Traeme al tercero”,/ le dijo al movilero». O “Forastero”: «Te buscás un hotel/ y listo./ Una ducha,/ un poco de desodorante,/ y listo». En Ido aparecen formas minimalistas y antilíricas del poema en las que alguna rima pareciera mostrar un sentido paródico del género o un uso despojado de toda reverencia. Como “La Chala del Sur”, cuyo único verso dice: «Cumbia villera». En muchos de sus poemas resuena la idea de Archibald Macleish: «Un poema no debería significar/ Sino ser». Solo en apariencia autobiográficos, los poemas de Ido no se detienen en el canto de sirenas del yo egotista sino que dan cuenta de un mundo a través de la mirada única, antiburguesa y díscola de un autor y de un uso particular del lenguaje. Por fuera de esos tres apartados, se incluye el ya clásico “Escribo para que avance el tiempo”, publicado originariamente en Oreja tomada. Todos sus poemas 1993-2013 (Eloísa Cartonera, 2013), suerte de manifiesto en el que el poeta enarbola, en casi trescientos versos, una serie de variantes sobre el porqué de su afición a la escritura: «Escribo a veces mientras dibujo./ Escribo un ritmo./ Escribo sin definir./ Escribo y me apenan cosas que descubro./ Escribo sin inspiración./ Escribo a ciegas cuando voy a ciegas./ Escribo y entro en calor./ Escribiendo se acelera el corazón./ Escribo tratando de inventar./ Escribo a veces en lugar de hablar./ Escribo antes lo que voy a decir./ Escribo hasta encontrar algo./ Escribo con ganas./ Escribo para no pelear./ Escribo con voluntad./ Escribir no es producir./ Escribir es desguazar la verdad./ Escribiendo no hay aburrimiento./ Escribo para analizar». En palabras de César Aira: «El poeta es el único miembro de la familia literaria que tiene una razón intrínseca para escribir, sea cual sea esa razón. Frente a él, el novelista solo puede atender a complacer a los lectores, y por su parte no tiene más motivación que la codicia de dinero o prestigio».
El título, Ido, puede remitir a un viaje, a una condición o a un estado de la mente. Aunque es posible pensar que se desprende del poema “Mal menor”: «Hoy está desconcentrado,/ no desconcertado,/ abatido, ido.» En el prólogo del libro, “El género poético según Manuel Alemian”, Alejandro Rubio apunta que Ido: «(...) mantiene hasta el límite de la comicidad un tono emotivo neutro. Se trata de una especie de sencillismo sofisticado, el que deviene de la prédica y obra de Leónidas Lamborghini». Por su parte, desde la contratapa, un improbable Humberto Anachuri apunta sobre estos poemas: «Intuiciones, aciertos, anarquía de sentido, risa y parodia, llanto y gravedad también, por supuesto. En el fondo, tampoco es nada de todo esto. Imagino que es poesía siempre mental escrita por un don singular nacido para el lenguaje».
En estos poemas de Manuel Alemian sobresale una idea de Ricardo Zelarayán: «Todo lo que no sea “Alcanzame la ropa” o “Prohibido fumar” o “Presentarse con documentos de 9 a 13” o “Camine tres cuadras y en Callao se toma el 60”, es decir, todo lo que no sea pedido u orden dictada por la necesidad de supervivencia o por razones de orden, seguridad o arbitrariedad, se llama literatura». Incluso sería posible afirmar que la poética de Manuel Alemian lleva al extremo esas afirmaciones, volviendo líricas algunas experiencias de lenguaje que de por sí carecen de ritmo, expresividad o carga semántica. Sus libros producen perplejidad e interés en aumento. Emoticón en Bragado (Belleza y felicidad, 2014) no se parece a Tararira (El Ojo del Mármol, 2015) y Un chancho en palacio (Ascasubi, 2021) no se parece en nada a Ejercicios del desbaste (Tammy Metzler, 2021). Así, la obra de Manuel Alemian se renueva en cada nuevo libro que publica. En eso, también, radica el maravilloso encanto de su escritura.
1 de noviembre, 2023
Ido
Manuel Alemian
Nebliplateada, 2023
126 págs.
Crédito de fotografía: Leo Vaca.