“América, epopeya popular”, primero de los textos inéditos compilados en este volumen, arranca con una observación respecto a la curiosa arquitectura de una iglesia mormona que se encuentra en la ciudad de Bagdad (E.E.U.U.): “El edificio parece una esfera por un lado, un trapecio por el otro y una onda sinusoidal desde el tercer ángulo. No importa donde ponga el pie de cámara, una sola imagen no trasmite lo sofisticada que es la estructura”. La cita viene a cuento de lo que genera este nuevo libro de Édouard Levé, que en principio nos revela que, oculto detrás de la pulida geometría de su tetralogía conceptual (Obras, Diario, Autorretrato y Suicidio), proliferan otras múltiples formas textuales, cuya irrupción viene ahora a dislocar esa imagen monolítica que proyectaba su obra, que con esta nueva pieza, al igual que ocurría con la iglesia mormona, ha adquirido una complejidad imposible de ser captada en una sola imagen.
La primera novedad, entonces, es la de la existencia de una escritura subterránea que, aun cuando persista la elegante contundencia de esa voz narrativa que caracteriza a Levé (impecablemente modulada por Matías Battistón), no produce necesariamente lo mismo. Dialoga, claro, con la obra anterior, pero abriéndose a nuevos formatos, entre los que figuran un diccionario personal, algunos simulacros de cuentos de hadas, resúmenes de “exopelículas” (prescinden de toda referencia: nombres propios, lugares, etc.), relatos alucinados de viajes a países en los que nunca estuvo, transcripciones de conversaciones encontradas, tercetos, canciones, descripciones de sus performances, filosas intervenciones sobre ecología y arte contemporáneo, y una obra radiofónica en la que, mediante un dispositivo inspirado en su amado Raymond Roussell, recrea parte de su libro Obras.
En esta variopinta colección de experimentos, priman los textos de corte autobiográfico, en los que se trasluce una estética (tendiente a la neutralidad) y una ética (tendiendo a la austeridad). Articulados en series, muchos componen catálogos de curiosidades, y en su gran mayoría funcionan como catalizadores de historias mínimas.
Destaca en el conjunto una serie de crónicas urbanas dedicada a Paris, en las que, adoptando las formas de un naturalista del siglo XIX, Levé registra con un afinado uso de la descripción lo que experimenta en una serie de excursiones (a un centro comercial, a un sex club gay, al patio de un jardín de infantes, a una piscina, a un sex shop) o lo que observa acerca de algunos personajes típicos de la ciudad (locos, mendigos, prostitutas y vagabundos). En todos los casos, se siente particularmente atraído por el espectáculo de representación y sus implicancias, como por ejemplo cuando se encuentra con una mendiga rumana que, en cuatro patas y apoyada sobre los codos y las rodillas, se entrega a representar a una figura sufriente. “El horror de este espectáculo”, dice, “reside menos en el sufrimiento visible, que sé que es fingido, que en el sufrimiento real que obliga a esta mujer a fingir”.
Otro texto que claramente destaca en el conjunto es el primer capítulo de un intento de novela de corte convencional, algo a priori impensado en un escritor conceptual como Levé. Se trata de la ya citada “América, epopeya popular”, narración de apariencia autobiográfica que bascula entre el autorretrato y la crónica de viaje en la que el autor narra las peripecias, encuentros y desencuentros, ocurridos durante su estadía en Bagdad, una de las tantas ciudades norteamericanas a las que visitó con el propósito de fotografiar ciudades con nombre de ciudades célebres de otros países (proyecto que luego se consumó en su libro de fotografías Amérique).
Como un cazador solitario, Levé deambula en ese inmenso teatro de la representación que es América en busca de aquello que le es propio en tanto artista: la realidad representándose a sí misma, en principio en esas ciudades que son réplicas deformes de ciudades famosas, pero también en situaciones con las que se encuentra ocasionalmente, como por ejemplo al entrar en un templo mormón en pleno oficio religioso, donde lo obligan a dar testimonio, o cuando una pareja de octogenarios lo invita a tomar una copa en su suite, donde, luego de contarle sus picantes historias, intentan involucrarlo en la filmación de un video pornográfico destinado a alimentar una página web en la que la esposa (Wanda) es la figura estelar.
En estos casos, el papel de Levé es el de un espectador ocasional al que la representación lo toma por asalto, y de algún modo lo involucra, convirtiéndolo en un impensado actor. A su modo, digamos que vacilante, habita de manera simultánea ambas instancias, y es precisamente esa indistinción lo que le interesa. Por eso describe detalladamente lo que ve en un reality show en la televisión o en los videos de la página porno de Wanda, porque son eventos en los que los planos se superponen (sobre todo los de realidad y ficción) tornándose indiscernibles. Se trata de instancias en las que de manera explícita la vida y su representación se determinan mutuamente, lo que provoca que sus límites se desdibujen. Las personas aparecen haciendo de sí en entornos ficticios, o son literalmente modificadas por una ficción, como le ocurre a él mismo en relación a la película Tiburón que, según nos dice, le arruinó para siempre el placer de nadar tranquilo. En el mismo sentido, también nos cuenta que cierta vez comió por error un hongo venenoso porque, en la fotografía que había tomado como referencia, su imagen era indistinguible de la imagen de un hongo comestible.
La vida, la obra e incluso la muerte de Levé se jugaron y se juegan en esa zona franca, la de lo indiscernible, en la que el plano de la realidad se superpone al de la representación, habilitando una perspectiva extrañada y misteriosa. Tal como sabemos, ese juego se tornó extremo y conmovedoramente indescifrable en el vínculo entre su libro Suicidio y su inmediato suicidio real. Y ahora, mediante la exhumación de estos inéditos, adquiere una impensada continuidad, generando para sus lectores nuevas y fructíferas distorsiones.
24 de abril, 2024
Inéditos
Édouard Levé
Prólogo de Thomas Clerc
Traducción de Matías Battistón
Eterna cadencia, 2024
392 págs.