Entre dos estaciones a veces sucede la vida. Entre el invierno y el verano un poeta se desplaza melancólico por el campo, las sierras, las rutas; hiende la nieve para dejar su huella, la huella de la huella que insiste en inscribirse en el mundo. Entre dos estaciones, entonces, un poeta en el mundo donde “mundo” se dice Población, campo, Río Aluminé, nieve.
Dotado de una escritura intimista que tiende a diseminarse en reflexiones filosóficas y cierto registro familiar –puede ser el trascurso de unas vacaciones-; una escritura que, en cada avance, retrocede para mostrar aquello que no es. Tal es así que lo familiar se extraña en el lenguaje y se vuelve, una vez más, en la extrañeza de lo poético: “¿qué sabemos de -la palabra –monte?”
La escritura poética se despliega en determinados lugares que dan las condiciones espaciales para la poiesis del paisaje, lugares que siendo espacios concretos de experiencia son transitados componiendo un espacio vital –o una música, tal vez del paisaje– que se abisma en lo abierto y se extravía en la línea de un horizonte imaginado, porque el poema insiste con “la letra en retirada”.
De pronto, el campo se llena de animales que ensayan una polifonía no humana: murmullos, quejidos, etc. Se pregunta, en una finísima sensibilidad sonora: “¿qué decían las loritas/ una y otra vez con el mismo cotorreo/ en su lengua filosófica de altura/ en su amor que cura el amor que duele?”.
Cabras, loritas, una vaca, iguanas, abejas, un murciélago, ratones, un zorrito, ranas, todos ensayan sus líneas en un teatro animal que reinterpreta la cita de Emily Dickinson “How dreary –to be– Somebody”. Los animales disponen un final a toda orquesta, una polifonía “sin la suerte de lo humano”. El viaje sigue y Otra vez el verano reabre el libro, la espera, en una segunda parte, porque no es solo el parlamento de las cosas, o no solo es eso lo que el oído atento del poeta quisiera escuchar, es la música de la espera donde el tiempo verdaderamente se desplaza. Es el hijo o, con Derrida, lo arribante, lo que acedia el tiempo de la vida con la interrupción “como el bebé que no llegará”; ese ser en potencia que nos recuerda que ser se dice de muchas maneras, y entonces el estatuto de lo real se presenta melancólico: ser en acto.
Pero la poesía de Invierno Verano no tiene por destino el abismarse sino que se sitúa entre “lo que trae la vida hacia esta orilla de la vida”. Por ello puede ser leído como un ensayo sobre el deseo y, en tanto deseado, perdido: “–¿aún querés ser padre?” Resuena en la segunda parte del libro “mientras el todo de otro latir se iba de vos”. La pregunta es por la continuidad de una insistencia vital, porque es la vida la que insiste, como todo buen retorno, colocándose en el orden de lo imposible.
Tratado del deseo, y escrito en la constelación de una experiencia interior, el poema dice no solo “la verdad es el poema” sino que propone también una orientación invisible hacia una ontología posible.
7 de febrero, 2024
Invierno Verano
Carlos Surghi
Borde Perdido, 2023
84 págs.