¿Qué es un legado sino un arma de doble filo? Uno de sus lados sugiere luminosas posibilidades; el otro, oscuras formas de la obligación. Quienes lo reciben pueden ser más libres de la necesidad –tendrán más posibilidades–, pero quedan atados a obedecer el horizonte que el legado (esa experiencia acumulada) señala como único posible. La cultura popular ha tematizado infinidad de veces esta tensión entre libertad y obligación: un individuo es notificado de una herencia inesperada, pero para que se haga efectiva es necesario que cumpla algún mandato; ese será el nudo argumental: un difícil matrimonio, una profesión no deseada, una tarea imposible, una mudanza problemática, etc.
Walter Benjamin, para ilustrar los modos tradicionales de la transmisión de experiencia entre generaciones, cuenta la siguiente historia: un anciano en su lecho de muerte reúne a sus hijos y les dice que en su viña hay enterrado un tesoro. Los hijos remueven la tierra incansablemente, el tesoro no aparece. Al llegar el otoño, la viña produce como ninguna otra. El mensaje es claro: “la bendición no está en el oro, sino en la laboriosidad”. Pero en sordina hay un segundo sentido: la riqueza que aporta el legado solo se hace efectiva si se obedece. Y no importa si es voluntariamente (aceptar las cláusulas impuestas) o fruto de un engaño “benévolo”. La libertad dispensada por el legado (ser más libre de la necesidad) solo se activa al contacto de la obediencia. Quien recibe un legado recibe una orden: será más libre, pero más libre para obedecer. No solo a la experiencia anterior, sino sobre todo a los horizontes de posibilidad que el legado entraña. Entonces, ¿es posible enseñar a no obedecer sin convertir esa rebeldía en un mandato contradictorio (rebelarse es obedecer, obedecer es rebelarse)?
Ante este desafío –uno de los más urgentes de nuestro tiempo– quisiera situar el nuevo libro de George Didi-Huberman ¿Por qué obedecer? (Adriana Hidalgo, 2024). La conferencia que el libro reproduce forma parte de un ciclo en el que los expositores se dirigen a un público de niños mayores de 10 años, encargados además de formular las preguntas del diálogo final. Que sus interlocutores sean niños coloca la charla bajo la égida de la transmisión de experiencia entre generaciones, es decir que se afilia al género de los legados. La dificultad es entonces cómo elaborar desde allí una crítica de la obediencia, si esa crítica toma la forma de un legado y el legado, como vimos, la presupone íntimamente.
Tal vez por eso Didi-Huberman evita abordar directamente la desobediencia. Se acerca al tema a través de una pregunta: ¿por qué obedecer? No se trata de indagar en las “razones” para obedecer –en última instancia, la autojustificación del poder–, sino de utilizar esa pregunta como la apertura de un espacio de sentido. Desde allí, narra experiencias históricas relacionadas con la obediencia, de las cuales podemos deducir que lo contrario de obedecer no es desobedecer, sino pensar. Y sobre todo, hacerlo libremente.
El comienzo de esas narraciones es la máquina de obediencia que fue el nazismo. Pero el texto no se demora en esto, lo toma como el primer eslabón de un encadenamiento de obediencias que van de las formas más obscenas de matar a las más solapadas de la manipulación. De la obediencia a Hitler, que supone matar sin temor (o fotografiar la muerte sin temblor), pasa al famoso experimento de Stanley Milgram. Este reveló que personas comunes podían obedecer la orden de aplicar descargas eléctricas a desconocidos –incluso creyéndolas letales– sin asumir responsabilidad ética, pues sentían que por cumplir una orden estaban eximidas. A continuación, se presenta la historia de Reinhard Höhn, profesor de economía y derecho, quien durante el régimen nazi dirigió un instituto enfocado en la “gestión de territorios” que Alemania buscaba conquistar, desarrollando complejas técnicas de dominación y exterminio. Pero lo interesante del caso es que a la caída del nazismo Höhn redirige sus investigaciones. Pasa del modelo nazi de “gestión humana” (Menschenführung) y “material humano” (Menschenmaterial) al modelo de Harvard School of Business de gestión de “recursos humanos” y de “capital humano”.
Este vínculo entre nazismo y liberalismo se extiende con dos ejemplos plenamente liberales. Por un lado, Richard Thaler, Premio Nobel de Economía en 2017, desarrolló el libertarismo paternalista, una forma de manipulación que orienta las decisiones individuales “para su propio bien”, como en la disposición de productos en supermercados. Por otro lado, Edward Bernays, sobrino de Sigmund Freud, que emigrado a Estados Unidos fue uno de los pioneros de la moderna publicidad entendida como un medio de manipular las emociones y dirigir obediencias imperceptibles. Entre sus logros está la duplicación del consumo de tabaco conseguida únicamente por técnicas publicitarias.
En todos los Casos la clave de Bóveda es “hacer creer a las personas que son libres... pero libres para obedecer”. Sin embargo, lo más significativo del libro es su negativa a ir más allá de la narración de los modos históricos en que la obediencia sepulta el pensamiento propio. Narra experiencias de obediencia, pero se detiene ahí. Deja al lector (a los niños) la tarea de hacer el tránsito de la crítica de la obediencia a la rebeldía. Es cierto que la rebeldía no puede legarse, tal vez porque igual que la libertad no admite la voz pasiva. Sin embargo, puede haber una cita posible entre generaciones, cuyo encuentro fortuito esté en la narración de experiencias.
diciembre, 2024
¿Por qué obedecer?
George Didi-Huberman
Traducción de Mariano Goicochea y Delfina Cabrera
Adriana Hidalgo, 2024
52 págs.