En El mundo de ayer, volumen que oscila entre la autobiografía y la elegía de un tiempo que ha desaparecido luego de la Gran Guerra, Stefan Zweig resume con una exclamativa lamentación la esencia de lo perdido y el comienzo de un nuevo orden: “¡Qué época alocada, anárquica e increíble la de esos años, cuando al devaluarse el dinero se derrumbaron todos los demás valores en Austria y en Alemania! Una era de éxtasis y fraude escandaloso, una mezcla de impaciencia y fanatismo. Todo lo extravagante vivió una edad de oro...” A esta conclusión, la preceden y la suceden los relatos de episodios que, desde la perspectiva nostálgica pero crítica de Zweig, sostienen la exactitud de esta cita.
La muerte los valores predominantes de una sociedad, la configuración de otra forma de vida después de la primera posguerra, que en Zweig pueden leerse desde la cumbre de una primera persona analítica, reaparecen transfigurados por la potencia de la ficción en Izquierda y derecha, de Joseph Roth, primer volumen de una colección dedicada a la autor que, con traducción de Daniela L. Campanelli, ha iniciado la editorial Godot.
La mención del comienzo se justifica, además, porque Joseph Roth (1894-1939) comparte con Zweig las raíces: el origen judío, la pertenencia al disuelto Imperio Austrohúngaro y la mirada desencantada, escéptica y pesimista de los vencidos. Ambos vivirán los rigores de la crisis política, económica y moral, el exilio, y asisten con espanto al surgimiento y a la propagación del nazismo que prohibió y quemó sus libros. Esta práctica de intolerancia, vale la pena añadir, fue descripta por Roth en el artículo “El auto de fe del espíritu”, recogido en sus Crónicas berlinesas.
Organizada en tres partes, Joseph Roth construye en Izquierda y derecha un tríptico irregular y complejo que recorre, con las modulaciones de una irónica voz narrativa y en el arco de más de una década, las vidas de dos hermanos, Paul y Theodor Bernheim, y del exiliado del Este, el inescrupuloso “emprendedor” Nikolai Brandeis. Paul Bernheim, el primer personaje que entra en escena, se introduce como un joven que goza, además de las ventajas de la fortuna familiar, de una gran admiración social, al punto que todos consideran que está llamado a convertirse en un genio. Bello, joven, mimado, libre y con recursos, salta de una afición a otra hasta recalar en una exaltada anglofilia que lo lleva a trasladarse a Oxford de donde deberá volver cuando estalle la contienda. Más allá de las peripecias y penurias que seguirán a la guerra, el narrador resume su carácter señalando que era de esas “personas para las que, entre los valores que en su juventud habían clasificado una vez y para siempre, el dinero ocupaba un lugar más alto que el corazón y la vida”. Como una suerte de némesis, Theodor carece de los atributos y virtudes sociales de su hermano. Desfavorecido también en los testamentos, desheredado y humillado, concentra su resentimiento en la militancia de los movimientos nacionalistas y buscará medrar canalizando el odio a través de la escritura periodística. Entre ellos, cruzándolos para darles un préstamo o iniciar algún negocio espurio, aparece Brandeis. Nacido en las colonias alemanas en Ucrania, sirve en la guerra ruso-japonesa; en 1917, se hace revolucionario, lucha contra los bolcheviques y, después, se pasa a su bando; asume el comando local de su tierra natal y se ve obligado a fusilar a un pastor que se resiste a distribuir sus propiedades. Ese hecho le provoca una crisis personal que, además de trasladarlo a Alemania, lo convence de que “Para ser libre en el mundo actual –que me resulta interesante, casi podría decir que me gusta– hay que tener dinero”. Con esa certeza y sin escrúpulos, entonces, se dedica a enriquecerse.
Una lectura influenciada por las clasificaciones teóricas y de la crítica, se sentiría tentada a asociar a Izquierda y derecha con el movimiento expresionista explicando, con los rasgos que se atribuyen a esta corriente, las fracturas argumentales, los abruptos saltos temporales, el modo aleatorio en que la atención del narrador salta de un personaje a otro y, sin dudas, cómo, de pronto, la psicología y los razonamientos de Paul o de Theodor o de Brandeis se imponen hasta eclipsar esa voz que pretendía garantizar cierto orden y progresión en el relato. Para evitar este visitado lugar común, por otra parte, pueden resaltarse las referencias a Luigi Pirandello. En una mirada general, por los trazos grotescos que delinean a los personajes transformándolos en burdas caricaturas. Así, por ejemplo, la madre de los hermanos Bernheim era una mujer “de una inteligencia limitada, pero dentro de esos márgenes estrechos no tenía fallas” y que como “su bella y enérgica boca había cautivado al mundo con sus tonterías por tanto tiempo gradualmente se fue creyendo que tenía el derecho de opinar sin saber. Olvidaba que ya había envejecido”. Pero, a la vez, los ecos pirandellianos se vuelven explícitos en la biografía y los pensamientos de Nikolai Brandeis. Al igual que Mattia Pascal, Brandeis reúne su primer capital jugando en el casino. Y, como Vitangelo Moscarda, el protagonista de Uno, ninguno y cien mil, asume la imposibilidad de la unidad del hombre: “¿Cuántos sos? ¿Sos uno? No, nadie era uno. Se era diez, veinte, cien. Cuantas más oportunidades nos daba la vida, más nos despojaba de nuestra esencia”. La evidente crisis del individuo resuena en la filosofía de Brandeis apuntalando el pensamiento dominante de una época.
Los personajes de Roth se hacen, son con la Historia. Permeados, hasta diría que poseídos por los avatares de conflictos, crisis, revoluciones y guerras, no son en sí mismos sino que se hacen en y por la Historia. Por eso, como en la tragedia clásica, se impone en ellos una fuerza incontrolable que dirige sus acciones y hasta parece obligarlos a hundirse en la inmoralidad, en la mezquindad, en la falsedad o el enmascaramiento, en el rechazo a los valores comunitarios, para acabar ensimismados en la ambición personal, en un rabioso individualismo. Quizás Nikolai Brandeis es quien mejor rehúye de estas contingencias o, tal vez, porque profesa en sí mismo la maleabilidad, el pragmatismo, el camaleonismo constitutivo del ser humano, se adapta con mayor plasticidad a los cambios que la coyuntura le impone. Porque, en definitiva, ese es su credo: “las personas no evolucionan sino que cambian su esencia”.
La sensación de desasosiego que Roth transmite en Izquierda y derecha –¡pobre de aquel libro que no consigue conmovernos!–, a pesar de la distancia, temporal y geográfica, y de la levedad que aportan la ironía y el humorismo, no impide que extrapolemos al presente algunas de las situaciones y de las conclusiones que el narrador explicita: “En aquellos días, fue evidente que la moral de este mundo depende solo del dinero constante”. Conclusiones que, por desgracia, no han perdido su vigencia.
26 de abril, 2023
Izquierda y derecha
Joseph Roth
Traducción de Daniela L. Campanelli
Godot, 2023
200 págs.