En días donde el apego a los cánones del género biográfico –de cualquier género, si somos sinceros– apenas subsiste como una cláusula de compromiso en el convenio colectivo de los ghostwriters, ninguna tentativa de originalidad puede prescindir de la reelaboración de axiomas, procedimientos y fronteras ya conocidos o, por lo menos, del rescate de una personalidad inusitada. Así parece haberlo entendido Vanina Colagiovanni (Buenos Aires, 1976), a quien con Juana Bignozzi. Todo se une con la noche no le ha quedado sin tildar ninguno de esos casilleros. En primer término, porque la biografiada es nada menos que Juana Bignozzi (1937-2015), esa mujer que todos teníamos de nombre, cuya obra unos cuantos habíamos leído –fragmentariamente: en fotocopias, en antologías blogueras– y cuya vida y carácter seguramente solo unos pocos conocían en profundidad. En segunda instancia, porque Colagiovanni se las ingenia para dotar de legibilidad a un corpus documental caracterizado por una escasez relativa de fuentes directas, consecuencia de la reserva con que Bignozzi, pese a su célebre verborrea, manejó su intimidad en su paso por la escena literaria porteña. A su muerte quedan más adornos de porcelana, cuadros y muebles que papeles privados, y si bien el archivo de la biógrafa no carece de fotos, entrevistas para medios gráficos, videos y notas de prensa, la verdadera pulpa de esta biografía son los testimonios de quienes frecuentaron a Bignozzi en vida.
Anécdotas (no hay en el libro un amigo que no evoque los monólogos expansivos de Juana, en veladas alcohólicas que se estiran hasta el amanecer), objetos personales (dos sillones de madera, tallados con forma de elefante, que vienen en barco desde Barcelona), pintores amados (Andrea del Sarto), ciudades adonde volver (Florencia) son algunos de los trozos de ese mosaico que es Todo se une con la noche. Todo eso, todo ese material, se une con la noche, sí, pero también gracias a la puesta en práctica de un método. De entrada, para el ordenamiento de los hechos, Colagiovanni opta por un criterio temático antes que cronológico, generando un “relato sincopado” –al decir de Betina González, quien firma la contratapa de la edición–, que sin embargo no impide al lector reconstruir por sí mismo, en una línea temporal progresiva, las etapas que jalonan la carrera de Bignozzi. Sus años porteños, que van desde fines de la década del cincuenta a principios de la del setenta, son tiempos de formación e intensa actividad cultural; en una ciudad donde “los bares funcionaban como redacciones o talleres literarios”, transita brevemente las filas del Partido Comunista, integra el grupo El pan duro, se codea con figuras como la de Juan Gelman, Alejandra Pizarnik, Héctor Negro o Tata Cedrón, y publica sus primeras obras, como Mujer de cierto orden (1967), el libro a partir del cual habrán de recordarla como una “poeta del sesenta”. A ese pasaje sigue la radicación de Bignozzi en Barcelona junto a su esposo, Hugo Mariani, en 1974, y el inicio de un intermezzo en que Juana suspende su producción poética –abocándose de lleno al oficio de traductora, con el cual aporta a la industria editorial española aproximadamente cuatrocientos títulos de autores franceses e italianos– hasta los años noventa, cuando comienza a hacer viajes esporádicos a la Argentina, vuelve a publicar y forja vínculos con nuevas generaciones de poetas (Ana Porrúa, Mercedes Halfon, Martín Prieto, Daniel García Hendler y Fabián Casas son algunos de quienes integran el elenco estable de testigos de Colagiovanni) que para su regreso definitivo al país, en 2004, ya la reconocerán como un referente ineludible del canon lírico argentino.
Todo se une con la noche persigue tanto las huellas de una trayectoria como el retrato de la poeta: una serie de escenas narrativas la muestran por momentos afable y zumbona, y otras veces irreverente, mordaz y hasta catilinaria (“la paz conmigo misma sería una guerra sin fin”, dice en uno de sus versos), pero la personalidad de “Juanita” no se termina de delinear sin las descripciones de su insólita figura, como la que realiza el poeta y ensayista Walter Cassara, quien evoca “aquella cara oblonga, molosa, pintarrajeada de verde esmeralda, con demasiados atributos inconexos, coronando un corpachón rectangular y macizo como un ropero antiguo, que apenas cabía en el trajecito sastre (...)”.
A la hora de narrar, Colagiovanni apela a una voz eminentemente literaria, cuidándose del tono sepulcral que suele campear en los escritos historiográficos más hardcore, un aspecto formal donde se avizora su sello estilístico, al mismo tiempo que una intención de emparentar al libro con la idea de ensayo biográfico antes que con la de una investigación o trabajo crítico (de ahí que circunstancialmente Colagiovanni se permita el uso de la primera persona, como cuando recrea su encuentro con Bignozzi). Sin perjuicio –o quizás, a causa– de ello, los acontecimientos biográficos son narrados en relación con la poética bignozziana. Intercaladas entre párrafos, las citas de los versos de Juana vienen a glosar el relato de algunos episodios, mecanismo que produce un doble efecto: por un lado, restituye la voz de la biografiada en el racconto de su propio pasado; por el otro, convierte a la vida de la autora en un espejo donde se hace posible interpretar sus textos sin pasar por las aduanas de la teoría literaria.
Vida y obra, obra y vida, mantienen, entonces, una relación especular. En este sentido, los títulos de algunos capítulos pueden leerse como unidades de periodización biográfica –“En el corazón del sesenta” corresponde a la primera juventud de Bignozzi; “Un paseo de treinta años” alude a su prolongada estancia europea– lo mismo que como temáticas transversales al proyecto poético de Bignozzi –las preocupaciones sociales, políticas y estéticas de una generación, en un caso; Buenos Aires como ausencia en el exilio, en el otro–. En iguales términos, aquellos lugares (domicilios particulares, librerías, centros culturales) identificados en los epígrafes que, de tanto en tanto, encabezan ciertos párrafos, pueden ser entendidos no solo como coordenadas geográficas de los episodios narrados sino como distintos enclaves del imaginario poético bignozziano. Tales son las piezas del mosaico o rompecabezas que Colagiovanni compone con la obra y la vida de Bignozzi. Un collage donde todo se une con (y en) la noche. Laboratorio donde se la ve escribir versos y traducir cuando el insomnio la arrincona, y alzar su copa y opinar y conversar (y monologar) cuando celebra sus pasiones con amigos, la noche de Juana es un tiempo y un lugar: una casa en la que siempre la están esperando con la mesa puesta.
31 de mayo, 2023
Juana Bignozzi. Todo se une con la noche
Vanina Colagiovanni
Gog & Magog, 2023
194 págs.