¿Cómo deberíamos leer este texto de Ana Arzoumanian que trae una figura histórica, la reina Juana I de Castilla, le da la voz y la suelta para que esa voz defina los límites del texto en un solo movimiento, con un solo pulso y una sola cadencia? Podríamos hacerlo en las versiones de Juana la Loca, en la resolución que le dio el romanticismo, en la elegía de Federico García Lorca o también en una serie que deberíamos llamar las juanas encadenadas o silenciadas. Son algunos caminos posibles. Pero mucho más cerca este texto –que tuvo una primera edición en 2006 como Juana I y se presenta ahora, con la inclusión de su traducción al francés, como Juana la Loca– nos instala en un campo de disputas. Trae la historia de esa reina, de su decurso, su encierro, su tiempo, para seguirlo desde ya en su campo, en lo que vamos a leer como su proceso, pero de forma que ese campo abra sus fronteras hasta migrar y definir lo que a este texto parece interesarle: la disputa por el consenso y el sentido, el uso político de la locura, la expoliación y el suplicio de los cuerpos, una batalla entre voces porque eso es lo que vamos a leer: voces en confrontación y con esas voces no sólo sus saberes, las formas de coerción, punición y revuelta, sino lo que se sabe, la verdad de eso que se sabe, la locura de esa verdad de la cual se da testimonio.
Esta es una matriz: una confrontación de voces que disputan consensos y sentidos y cuando lo hacen una pregunta, la médula de las preguntas, es por la locura y la exclusión, y entonces la reclusión y la expoliación. Esa matriz amasa sus sedimentos en dos extremos: en uno, leemos a sor Juana Inés de la Cruz, la teoría del buen gobierno de la silva Primero Sueño y las cartas, como la Carta de Monterrey de 1682 que inscribe la tensión con el confesor jesuita Antonio Núñez de Miranda; en el otro, a las locas que gritan y vaya a saber uno por qué. “Está loca / No estoy loca” es el contrapunto que abre este texto y apenas se extiende dialoga, mixtura los campos porque va a trabajar con citas veladas y entreveradas como deben ser las verdaderas citas, sigilosas, con las que el texto se sedimenta y arma sus mezclas (y mezclar es un verbo que pone en boca de Juana). Una, entonces, es la pregunta que conocemos y que Susana Thénon desplegó de este modo: por qué grita esa mujer. Arzoumanian engarza esa frecuencia y recurre también a las bastardillas para distinguir las voces –la que dice que “grita. Está loca” y la que dice “No estoy loca”– que son dos formas políticas de sujeción y ruptura, y destila el contrapunto. Por allí empezamos, por la disputa por el sentido de la locura, su razón, su valor político y económico, y su validación en los consensos.
Parece no haber nada en este texto que se sustraiga a esa confrontación que se expande en el proceso con dos sistemas discursivos: el del tribunal inquisidor (y se lleva las bastardillas) que define la locura y muestra las pruebas; y el de la voz de Juana que dice que sabe, sabe la verdad de las matanzas y la expoliación de las poblaciones de las Américas, y lo que hará es hacer correr la palabra. Esa expansión es lo que vamos leer, el nudo donde convergen los sentidos de la razón y la locura, pero antes el texto radicaliza las tensiones con una de las formas internas del consenso que podemos llamar las infecciones de la mirada. ¿Qué implica esta infección? En principio, una coerción que el texto explora entre saberes y patologías, y lo hace porque es el mecanismo con que una de las voces va a hacer coincidir a la otra voz con la patología que le atribuye. La infecta (“Me infectan con la mirada –dice Juana– No estoy loca”) no sin ver lo que ve, sino llevando lo que ve a esa colisión. La locura y la mirada que infecta. Se trata de esto: fuerzas de sentido que confrontan en el texto, que expanden sus voces y disputan consensos. Entonces, es un solo movimiento inicial y desde allí, desde esa puja, los campos que mixtura Arzoumanian encuentran su dinámica, una fuerza disruptiva donde lo que leemos no es otra cosa que una historia, al mismo tiempo expandida y condensada, sobre el uso de los cuerpos, el encierro, la esclavización, la tortura, la expoliación y el régimen político de la locura.
Importa tanto que se trate del encierro en el palacio de Tordesillas y del siglo XVI como del modo en que esa secuencia se cruza para que el texto se ocupe de sus debates. Esto es así, en parte, porque se trata de intervenir en ese pasado para recolocarlo en un presente continuo, no necesariamente para actualizarlo, sino para mostrar que hay una frecuencia persistente y que los debates, esas batallas por el consenso, esa puja de voces, atribuciones, usos, miradas que infectan, todo eso, se inscribe en un mismo vector que cuando se abre muestra las mismas palabras y los mismos materiales. Arzoumanian, o al menos su texto, va a tomar su lugar en esa disputa que en América Latina podemos leer desde sor Juana hasta Adélia Prado y Thénon, donde la literatura es una fuerza de sentido que ingresa a la vida social y política para cambiar las sedimentaciones y discutir las formas consolidadas. Juana la Loca busca ese campo, encuentra en la historia de la reina Juana I de Castilla y el encierro en Tordesillas una forma de contarlo y le da entonces cauce a una historia de la locura en la época de los Reyes Católicos, pero de sus usos políticos, y a una historia de los cuerpos en clausura, pero de sus usos económicos y sacrificiales.
¿Cuál es entonces la materia que consolida este texto que entreteje colonización, saqueo, tormento, expulsión de los judíos, encierro, para traer la historia a la historia y reinscribirla en ese presente continuo, cuando el problema de la historia lo tenemos, sabemos, en el epígrafe inicial de Odysseus Elytis? Una ley –dice el texto– “que ordena para siempre las cosas. Loca”; una escansión con la palabra justicia que la confronta; y dos demandas: con qué vectores construir lo que aquí se llama Yo (que migra desde “Yo, Juana. Yo, Reina” a “Una sábana como papel de envolver tabaco. Entallando: yo”) y cómo darle a esa posición un nombre, pero aún más, sellarlo en el anudamiento entre saber, verdad y testimonio.
Se trata de un proceso, el texto va usar esa palabra, porque se trata de leyes, justicias, nombres, tribunales e imperios, y se trata entonces de la razón económica y la moción política de la violencia. Lo que leemos parece regirse allí y encontrar allí su modo regente. La ley que ordena para siempre las cosas consolida la perpetuidad, tiene la forma del encierro, del encadenamiento perpetuo, y le da al consenso su razón económica y su violencia política; la justicia que recorre el texto es la fuerza que puede disolver esa perpetuidad, trabajar a contrapelo del consenso y explorar hasta hacer implosionar los sentidos de la razón. Lo que se divide es el lugar de la razón y sus sentidos: la razón económica y política que sedimenta el sentido de la ley que ordena para siempre las cosas, pero la razón en disputa en ese espacio que este texto llama locura. Está afuera de la razón, está loca, tiene el defecto inherente a su condición de mujer, el extravío del espíritu y el vicio, y es necesario “traerla de regreso a la razón” imputa la voz del tribunal y le da el valor de una sentencia; no estoy afuera de la razón, no estoy loca, dice la voz que llamamos Juana, pero luego dice algo más: “No les daré la razón, la pierdo”. Son dos momentos diferentes que salen de la misma matriz: perdió la razón, está perdida, loca, y su interdicción, la resistencia de no estar loca que progresa hasta darle a todo ese decurso otro sentido de la pérdida de la razón, que es no cederla. La razón es el segmento que cuando se divide, y lo hace con el filo de la verdad, se separa de uno de sus sentidos, la ley a perpetuidad (perdió la razón y tenemos razones políticas y económicas para decirlo) y se desplaza al otro, la justicia continua (me quedo con la razón y no la cedo, en todo caso la pierdo, para distribuir justicias y hacer correr la palabra de la verdad).
Un proceso, entonces, y el teatro de la locura y la razón con sus voces, cuerpos discursivos, corpus jurídicos y amorosos, y saberes, donde la locura y la razón transforman sus posiciones porque la loca sabe y lo que sabe es la locura criminal de la razón, y da testimonio. El texto encuentra allí su matriz política, su propósito, y la razón toma todos sus sentidos, migra. Uno de ellos es el un bien que se presenta como la razón de los justos sobre el cual sor Juana Inés de la Cruz escribió uno de sus sonetos. El movimiento de Juana la Loca será homologar los debates, ponerlos en el mismo curso, darles un solo cauce y hacer trabajar una fuerza de unificación, un solo régimen, que es la restauración de esa voz que se define en el texto como “Inhabilitada. Excluida del cargo”. ¿De qué está hecha la locura de la razón que narra este texto, que por muchos motivos deberíamos llamar poema? De tres vectores: tortura, expoliación y encierro. Ese es el nudo, el vértigo que liga de un solo golpe sus extremos: el gobierno inquisitivo de las almas, la coerción penitente y la exclusión, la expoliación, la sustracción y el suplicio de los cuerpos puestos a merced, la razón económica y la transformación de esos cuerpos en bienes para el tormento y la mercancía.
16 de octubre, 2024
Juana la Loca
Ana Arzoumanian
Paradiso, 2024
184 págs.