Podríamos imaginar, aunque sea por un instante, a Lafcadio Hearn (1850-1904) recorriendo un vasto campo japonés en una tarde primaveral. Rayos de sol le cruzan el rostro, una brisa cálida lo envuelve. Va detrás de los segadores, que avanzan firmes con sus hoces y dejan, tras su estricto paso, la cosecha sobrante, a la que los dueños de la tierra renuncian para que los rezagados, los pobres, la recojan. Podríamos imaginarnos, entonces, y como propone en su prólogo el orientalista Miguel Sardegna, a Lafcadio Hearn juntado espigas en los campos de Buda.
Juntando espigas, decimos, como quien recoge historias, leyendas, relatos, de un pueblo milenario y fascinante. Y si las espigas resultan el alimento del pobre, Hearn se ocupa, en cierto sentido, de partir del pueblo: de sus narraciones, de sus mitos, de sus saberes y prácticas, para dar cuenta de la cosmovisión japonesa. En algún punto, en la delicadeza de su prosa no sólo se juega la calidad de su escritura sino también la sutileza del objeto que describe, y con el cual, como un enamorado, desearía fundirse.
Juntando espigas en los campos de Buda reúne once textos (crónicas, ensayos, algún relato referido) que testimonian la fascinación de Hearn por el Japón de la era Meiji (1868-1912). Enviado, al igual que otros corresponsales occidentales, a realizar viñetas sobre la vida cotidiana nipona, la obnubilación que le produce la cultura es tal que decide adoptar sus formas y costumbres. Se nacionaliza, se casa con la hija de un samurái, se convierte al budismo, se cambia de nombre.
Y recorre el país. Y al tiempo en que observa distintos ritos, procesiones y prácticas cotidianas, se involucra. Participa.
Asiste, por ejemplo, a un festival nocturno en Kioto. Mujeres ciegas cantan baladas antiguas en la vereda, en un tono profundo, emocionante. Las lámparas, dispuestas a lo largo de la calle, emanan una hipnótica luz rojiza. Mariposas de papel vuelan de aquí para allá. Las sandalias de madera repican y recuerdan al sonido del mar (“Notas de un viaje a Kioto”). Escucha con fruición la sabiduría latente en las canciones que lavanderos, cortadores de bambú, herreros, carpinteros, cantan mientras trabajan (“Afuera en las calles”). Se maravilla con el contraste entre las fachadas descuidadas de los hogares y su trabajoso, bellísimo e irrepetible interior. Enmudece en el templo Tennōji, con su recámara destinada al rezo por los niños fallecidos, repleta de pequeños juguetes, en la que cuelga una enorme y multicolor cuerda de campana, hecha de baberos de bebés fallecidos. Se cree, nos dice Hearn, que cada vez que un padre afligido hace sonar la campana, un pequeño fantasma puede regresar al templo y contemplar los juguetes, y a los familiares que amó (“En Osaka”).
Inmerso en el budismo, le dedica los últimos textos del libro, ansioso por demostrar cómo esta religión ha sentado las bases –la plataforma– desde la cual brota el pensamiento japonés, tanto en la clase culta como en la popular. Es posible detectar una raíz budista, asegura Hearn, en el diseño de una mera servilleta, de un simple juguete, o en la superficie misma de la reliquia de un emperador. Por –entre otras razones– las implicancias de la doctrina de la impermanencia del yo (de la nadería de la personalidad, diría Borges), el budismo sería la religión de la tolerancia, la que permitiría desentrañar el carácter ilusorio de las ideas, los pensamientos y los sentimientos que configuran nuestra (falsa) identidad, esa que nos ata y encarcela en la prisión del egoísmo.
Para nuestros ignorantes ojos, sostiene la voz divina de “Dentro del círculo”, la sombra es la sustancia, la oscuridad la luz, y el vacío, belleza. Juntando espigas... sería, así, un llamado a reconsiderar los principios (falaces) que configuran nuestra cosmovisión occidental. Un intento por resguardar, frente al torbellino de modernidad que azota al Japón de aquella época, el núcleo de una religión y una cultura ancestral que hace de la abnegación el valor humano por antonomasia. Aunque nada de eso importe mucho, siendo nuestros deseos y nuestras intenciones, nuestro mundo material y nuestro mundo natural, un mero espejismo, una mera ilusión, un sueño de un sueño.
5 de octubre, 2022
Juntando espigas en los campos de Buda
Lafcadio Hearn
Traducción de Mariana Alonso; estudio preliminar a cargo de Miguel Sardegna
También el caracol, 2021
238 págs.