Hay pensamientos de los que no se vuelve ileso, razona el personaje de uno de los relatos de Kamikaze, el último título de cuentos del director de la revista El ansia, José María Brindisi (Buenos Aires, 1969). Las implicancias de aquella proposición, que tiene el punch y la violencia que atraviesa la psique de varios de estos protagonistas, recorren rumiantes las neuróticas travesías de los relatos.
En un vano intento por evitarle a sus personajes situaciones emocionalmente complejas, Brindisi los condena a desplazarse por países, ciudades, casas ajenas y familiares, calles, bares y plazas, olvidadizos de sus propósitos e intenciones. En esos viajes o caminatas, claro, el malestar psicológico se hace de ellos y hace con ellos, por momentos, su objeto de goce.
La angustia por la muerte de un amigo incordia al narrador de "Últimos trenes", y lo lleva a zozobrar por la ciudad, recalando en bares o cines que, de un modo u otro, le enrostran la desdicha y la culpa que lo carcomen por dentro. El de "Las sombras", para retardar o procastinar el ingreso al velorio del padre de un amigo de la infancia, zigzaguea por veredas y rememoraciones. A medida que recorre y avanza sobre el pavimento, retrocede en el pasado y se sumerge en los recuerdos de una memoria lastimada. Atrapado en una imagen de su adolescencia, el narrador admite que su pasado "siempre había sido enorme, siempre mucho más poderoso que el futuro".
En "El amor en fuga" el protagonista evita permanecer en su casa para no atender la llamada de su novia: intuye que el corte de la relación se avecina y no se siente con el ímpetu necesario para afrontarlo. El tiempo presente condensa las problemáticas (de este y de casi todos los personajes) del recorrido de una vida relativamente corta (que no supera, por lo general, los 30 años). El conflicto se suscita porque desde ese presente ─un tiempo de falta, pérdida, desangelamiento─ se piensa al pasado como un terreno idealizado, siempre por-venir. En "El Dios en mí" Mauro anhela desentrañar su presente porque allí cree distinguir las "huellas" de un tiempo (imaginario) en el que fue feliz. Todo sabía de otra manera en aquella época: la amistad, irremplazable; el amor, infinito; los libros, únicos. Así, la inocencia y el entusiasmo de las primeras lecturas ─mejor aún, de las lecturas paternas, y del rito infantil de la escucha─ se invisten de sentido sagrado, henchidas como están de un futuro radiante.
Todo sabía diferente en aquella época. El sexo, amoroso; el otro, descifrable; la muerte, ajena. Sobre todo la muerte, que revolotea prácticamente en todos los cuentos. En el intensísimo "Antes del carnaval", Mozzi, quizá sin saberlo, busca excusas para retardar su suicidio; deja la habitación del hotelucho de Gualeguaichú en la que se hospeda para ir en auxilio de un hombre con quien se ha identificado a la distancia ─ha quedado rezagado de la murga de la que formaba parte, y el hombre no atina a nada─. En otras palabras, se lanza a la calle ─que parece ser el recurso primero de los seres de esta poética─ para interactuar con algo más que con su propia cabeza. Tal la efervescencia psíquica en Brindisi que "El otro lado de mi patio" ─el viaje en tren de un joven, quien retrasa la escritura de una postal a su novia─, con su narrador en segunda persona, suena a un diálogo interno, a una conversación del personaje consigo mismo.
Desesperados por dar con un símbolo trascendente que irradie seguridad y sentido, los protagonistas de Kamikaze chocan con la erosión que el paso del tiempo produce tanto en los objetos como en la psique. Atolondrados por esta corrosión, por la decepción que filtra toda observación y experiencia presente, deambulan anestesiados ya sea en Buenos Aires o en China, como "fantasmas" o "sombras". El narrador del último relato, en referencia a un libro de cartas escritas por kamikazes y soldados antes de entrar en combate, percibe que esa escritura se da "desde la intuición del fin". Y algo de eso hay en Brindisi, en la nostalgia por recuperar una felicidad evaporada y que condena a sus seres a un desplazamiento sin fin, a un aletargamiento rumiante.
John Donne, de acuerdo con Sábato, sostenía que "nadie duerme en la carreta que lo conduce de la cárcel al patíbulo, (...) sin embargo todos dormimos desde la matriz hasta la sepultura, o no estamos enteramente despiertos. Una de las misiones de la gran literatura: despertar al hombre que viaja hacia el patíbulo". Los personajes de Brindisi, casi como marionetas o puros efectos de sus propias emociones, recuerdos, culpas y deseos, divagan de aquí para allá sin atreverse a cargar enteramente con las responsabilidades de sus acciones y del peso de su vida. Necesitan de ese despertar ─así lo afirma el narrador de "Últimos trenes" retomando a Fellini─ para abandonar de una buena vez su ilusorio camino adolescente, en busca del tiempo perdido.
8 de abril, 2020
Kamikaze
José María Brindisi
Entropía, 2019
170 págs.