Buenos Aires, 1900. Calle Florida al 300. La vidriera de la prestigiosa librería de los hermanos Moen exhibe un ejemplar de una belleza única. Se trata del volumen de un autor argentino, autofinanciado, encuadernado, editado e impreso en Francia. Por entonces, que un escritor fuera agraciado con la exposición de los hermanos Arnoldo y Balder Moen implicaba una incuestionable consagración, impensada en nuestro fragmentario presente. Una consagración, eso sí, elitista, impregnada del imaginario patricio, en la que la alta literatura se escribía en francés o en algún otro idioma extranjero, en caracteres tipográficos especiales sobre un papel de impecable calidad, en tiradas pequeñas y a un precio exorbitante.
La librería de los Moen, en palabras del estudioso Guido Herzovich, se concibe como un tipo de “Librería Total”, que circunscribe en un espacio (céntrico) la custodia social y culta de la literatura y el libro. Podríamos aventurar –sin un dejo de simpleza, injusto para con la elaborada investigación del autor– que las complejas y parsimoniosas razones que llevaron a la desintegración de este tipo de librerías están fuertemente ligadas a lo que llama la “masificación del libro” en su ensayo Kant en el kiosco, texto con el que ganó la primera edición del Premio Ampersand en la categoría Cultura Escrita.
A grandes rasgos, dicha masificación modificó las formas de producción, organización y circulación de los libros y de los lectores; modificó, sostiene Herzovich, “todos los aspectos de la vida social del libro”. En la incipiente efervescencia de la cultura de masas los libros alcanzan mayor protagonismo en los diarios, con creciente publicidad y densidad de las reseñas; al mismo tiempo, la aparición de pequeñas editoriales abraza, antes que la singularidad del libro de autor, las colecciones y series que tienden a homogeneizar la experiencia literaria. Inevitablemente, los espacios de acceso al libro comienzan a ensancharse. Los kioscos, por caso, se ofrecen ahora como lugar de acceso a un público mucho más heterogéneo que el culto de fines del siglo XIX, ese que merodeaba, vanidoso, en las sofisticadas librerías céntricas. Circulan con mayor frecuencia los géneros populares y el policial en particular cobra, con la rúbrica de Borges y Bioy en la colección El séptimo círculo, una legitimidad cada vez mayor.
Como resistencia a esta incipiente literatura masiva, seriada, en las primeras décadas del siglo XX emerge la bibliofilia (toda una perversión, sostiene Herzovich, en tanto preferencia por los aspectos materiales del objeto en detrimento de los otros) como una práctica de resguardo y oposición. En 1928 se celebra la Primera Exposición Nacional del Libro: los ejemplares (ediciones príncipe, obras antiguas), enfrascados celosamente en vidrieras, apenas si pueden observarse. La revista Nosotros responde: el libro “pide un lector que lo abra y no solamente un curioso que mire su linda cubierta”.
Cierto consenso sostiene que la “edad de oro del libro argentino” tuvo lugar durante veinte años, aproximadamente entre 1936 y 1956. La Guerra civil en España (nuestro gran importador de libros) y los conflictos de la Segunda Guerra Mundial incentivan la producción local. El libro de bolsillo, creado en 1918 por la editorial Calpe antes de fusionarse con Espasa, es uno de los hitos de este momento histórico, y, entre 1937 y 1938, la filial argentina publica 112 libros de bolsillo. La edad de oro, así, se entiende como otro de los acontecimientos cruciales en este extenso proceso de masificación del libro, lleno de tensiones y problemáticas.
En diversos capítulos, el autor se demora en la irrupción de la crítica literaria, centrado menos en la célebre revista Contorno que en el rescate de la figura de Adolfo Prieto; en la aparición de la solapa en los libros; en las reseñas de las revistas; para terminar con algunas reflexiones que atañen a nuestra algorítmica actualidad. La investigación de Herzovich es laboriosa, sesuda, minuciosa. En ese amor por la exhaustividad, sin embargo, el espíritu particular de la masificación, o, mejor dicho, el seguimiento de un objeto en concreto se borronea, puesto que las andanzas del autor surcan objetivos múltiples (objetivos que trazan, eso sí, un recorrido de correctísima coherencia). Sea como fuere, en el mapa digital del presente, sin ubicaciones ni locaciones capaces de proyectar e irradiar legitimidad sobre los productos culturales, la colección Scripta Manent de Ampersand sigue apostando por la calidad de un itinerario de obras que celebran la historia del libro y de los lectores, independientemente de la vidriera –física o virtual– en la que puedan exhibirse.
11 de octubre, 2023
Kant en el kiosco
Guido Herzovich
Ampersand, 2023
316 págs.
Crédito de imagen: Germán Touza.