Vivian Hanselman tiene quince años y un diagnóstico confuso: toma tres pastillas colorinches para no agitarse escandalosamente y atenazar con fiereza lo que encuentra a mano. “Puños de tornillo”, le ha dicho un médico, razón por la cual, sostiene la joven, la han mantenido fuera del alcance íntimo de otras personas. Ajena a los compañeros de colegio, y lejos de cualquier vínculo que se extienda fuera de su casa, los lazos en la intimidad del hogar, astillados, son, del mismo modo, incapaces de abrazarla. Su madre se enfrasca en la computadora y su padre, anclado en el subsuelo, intenta comunicarse con desconocidos de otras regiones por medio de un antiguo aparato radiofónico. Su hermana Audra, sin embargo, es la única capaz de empatizar con ella, de comprenderla, de saber cómo contener sus ataques. Tienen una palabra en común, el signo de un código íntimo que profieren cuando las cosas se complican, cuando los padres se pelean: klickitat. Es decirla, y saber que siempre estaremos juntas, afirma Vivian, saber que siempre seremos hermanas.
Así ─Klickitat─ se titula la novela del norteamericano Peter Rock (Utah, 1964), nombre que cifra, en una de sus connotaciones, una temática cara a la anécdota: el conflicto humano como un quiebre comunicacional, que alcanza tanto la esfera de lo intra como de lo interpersonal. “Las palabras y oraciones que decimos esperan en el aire, aún cuando el sonido desaparezca, con la esperanza de que alguien venga y las comprenda”, lee la protagonista en su cuaderno amarillo, en el que aparecen escritos, misteriosamente, mensajes que se vinculan con su propia experiencia. Mensajes que vienen del “más allá” (acepción del término klickitat en una lengua indígena estadounidense), que Vivian se esfuerza por comprender, y que proponen una articulación entre el mundo real y el imaginario. Conviene no olvidar, en este punto, la inestabilidad mental de Vivian, que la convierte, a ella, en una narradora no del todo fiable, y a su narración, en un relato en el que el límite entre realidad y fantasía se vuelve escurridizo.
Hastiada de la monotonía que convierte a sus padres, a las prácticas adultas, a la vida citadina ─en fin, al mundo occidental moderno─, en una maquinaria aceitada en la que todos, como autómatas, avanzan sin espíritu crítico ni conciencia de sus alrededores, la hermana Audra desaparece para aprender a vivir en armonía con la naturaleza. No en vano ha estado practicando su “caminata de zorro”, en la que ejercita otro modo de avanzar, de utilizar las piernas y su cuerpo todo, consciente de sí y del entorno, intentando, a su vez, no dejar huellas. El nexo con Mi abandono (la novela anterior de Rock, publicada también por Godot y traducida por primera vez al castellano gracias al oficio de Micaela Ortelli) se torna aquí ineludible, casi explícito. Audra quiere ir en busca de Caroline, la protagonista de la otra ficción de Rock: ella sabe mejor que nadie ─viviendo como vive en las profundidades del bosque, junto a su padre─ el modo de consustanciarse con la naturaleza.
Más allá, entonces, se ha ido Audra: hacia ella, por lo tanto, irá Vivian, embarcándose en una aventura de introspección y contacto con el mundo natural. Los sonidos distantes, los ecos silvestres, el movimiento de las ramas y de las copas de los árboles, la plateada iluminación lunar, los juegos de sombras, crean una atmósfera ambigua, de contenidos vagos, de continentes difusos: un correlato, en suma, del estado psíquico de Vivian. “Hasta la planta más humilde” ─escribió Thoreau─ “está allí para expresar alguno de nuestros pensamientos o estados de ánimo”.
Sin interés alguno por hacer del texto un manifiesto adolescente o ecologista, Rock se mueve con delicadeza al modular los terrenos de la naturaleza, del hogar y de la psiquis, exhibiendo, por medio de cortocircuitos comunicativos, heridas emocionales (heridas, de nuevo, tanto intra como interpersonales). Cerca del final, Vivian toma el equipo radiofónico del padre y hablando con una interlocutora respecto de los que aguardan del otro lado del aparato, en cualquier rincón del planeta, confiesa: “Esas emisoras a veces me hacen poner triste, a veces me dan esperanza. Es lindo y es triste, ¿no crees?, pensar que siempre están allí, esperando que alguien las capte”. Para Rock, el universo humano es un entretejido de voces que van y vienen, constantemente, de todos los mundos posibles. De aquí, de allá, de más allá. Y por eso la estática, como afirma un personaje, no es un mero ruido o una simple ausencia, sino la simultaneidad de miles y miles de voces que intentan comunicarse, todas, al mismo tiempo.
15 de septiembre, 2021
Klickitat
Peter Rock
Traducción de Micaela Ortelli
Godot, 2021
160 págs.