Según Pavese, todos aquellos que por razones de clase viven alejados de los libros y del mundo letrado se acercan al texto escrito del mismo modo en el que Cynan Jones (Gales, 1975) se aproxima a la palabra literaria: con el respeto y la ansiedad con que nos arrimamos a una persona predilecta. No se trata, en el caso del galés, de un respeto ingenuo, de transparencia protorealista. Sino, muy por el contrario –y para decirlo de nuevo con Pavese–, de una confianza en el peso de la palabra sólida y desnuda, la misma que, en los albores de la humanidad, el hombre supo crear para servirse de ella, y no para ser su siervo.
Al igual que el de Tiempo sin lluvia (2020) y La tejonera (2021), el mundo de La bahía, la nueva novela del autor, se funda en una parca austeridad. Los protagonistas de Jones, cincelados por las experiencias humanas esenciales, curten un vínculo hosco e indisociable con las fuerzas de la naturaleza. Ya sean granjeros parcos y brutales que lucran con el maltrato animal; hombres que cursan como pueden duelos amorosos, que van en busca de vacas perdidas y preñadas mientras reflexionan sobre su vida. O, como en esta última ficción, seres que se topan con una circunstancia límite que los conmina a retrotraerse al instinto básico –animal– de supervivencia.
El protagonista innominado de La bahía se adentra al océano con su kayak y las cenizas del padre. Movido por una pulsión privada, ha decido arrojarlas sólo, sin darle siquiera aviso a su mujer embarazada. Una tormenta repentina lo sorprende mar adentro y un rayo lo impacta de lleno. Cuando despierta, chamuscado, sufriente y amnésico, deberá tomar rápida conciencia de su situación. En ese proceso se libra uno de los aspectos de mayor densidad simbólica del libro: este despertar implica, en verdad, una rememoración, que juega las veces de un renacimiento del hombre, como especie primero, y como individuo después. “No importa quién eres. Sabes qué eres físicamente, y que estás en un kayak en medio del océano. Sólo importa qué eres, en este momento”. Con el paso de las horas será la esperanza, el deseo (y no el básico instinto de supervivencia) el que lo guiará en su angustioso trayecto hacia la costa.
Reacia a cualquier clase de floritura, la prosa de Jones es punzante, relativamente llana y exquisitamente selectiva. Supone el atributo exacto de hacerse de la palabra justa y encabalgarla en un ritmo constante hecho de oraciones secas y párrafos breves. Es un ritmo que replica, gracias a la traducción de Matías Battistón, el tiempo acelerado y apremiante del protagonista: en cada minuto se juega su vida; en cada minuto se condensan el rápido examen del pasado, la tensión del presente y la ilusión del (dudoso) porvenir.
En su articulación con una esencia primigenia y una cosmovisión primitiva, la naturaleza de Jones gana en magias y en percepciones desautomatizadas, prontas a celebrar la singularidad –cuando no la belleza– del mundo natural. Dice el narrador, en el momento en que una familia de delfines juguetea alrededor del hombre: “Es hechizante, una forma veloz, ellos mismos un líquido que cruza el agua negra, espíritus brillantes que pasan por debajo del kayak”.
Un buen escritor, decía Sábato, es el que logra expresar con pequeñas palabras los grandes acontecimientos de la existencia y del espíritu. En la estela de esa concepción Jones ha sabido construir su nombre y su literatura; diagramando una humanidad tan brutal como cándida, tan destructiva como sensible. Y recordándonos que, como escribió Hemingway en El viejo y el mar, el hombre puede ser destruido, pero no está hecho para la derrota.
10 de agosto, 2022
La bahía
Cynan Jones
Traducción de Matías Battistón
Chai, 2022
112 págs.