De manera prolífica y en voz baja, Augusto Munaro (Buenos Aires, 1980) viene construyendo una obra diversa que se mueve con igual soltura en todo tipo de género. En La casa flotante, uno de sus últimos libros, se aventura a la contemplación, a la permanencia en la descripción minuciosa de los escenarios, el paisaje y las sensaciones sujetas al presente o emergidas de un pasado inmediato. La acción se reduce a lo rutinario, a la repetición ceremonial, y el relato se transforma, así, en la única posibilidad de aventura. Y, como si cumpliera con la exhortación borgeana de pensar el universo como patrimonio, la novela se sitúa en el Japón antiguo. En este punto podríamos pensar que una literatura tan ajena, con características tan propias, y tan inherentes a su forma, establece, para nosotros, un género en sí mismo. Aquí está el punto en que el autor pareciera disponer sobre esa estructura elementos que podríamos hallar en nuestro mundo cotidiano, o en nuestra historia reciente, para poder observarlos desde otra dimensión, tan lejana como próxima.
Kishaba, un funcionario del gobierno, se encuentra prófugo, escondido en un cuarto de la casa flotante, con Seo, una geisha que lo asiste y cobija bajo el influjo del opio. Afuera, el tirano Morotsune acecha como una sombra.
La novela se estructura mediante dicotomías, tanto espaciales (el adentro y el afuera de la casa), como narrativas, donde, por un lado, un narrador ascético describe, en un lenguaje poético y en presente, la escena sin intervenir, distante, mostrando y recorriendo el espacio en el que los dos personajes, Kishaba y Seo, dialogan. Y por otro, los diálogos ponen en marcha el movimiento, en el que el tiempo se despliega y repliega y tanto el pasado como el futuro se recorren como posibilidades y también como amenazas.
El relato, que en un principio se encuentra depositado en el diálogo de los personajes, permite una multiplicación de espacios y la posibilidad de que lo onírico establezca múltiples realidades, donde algo es, pero no estamos seguros de que sea. Así, lo incierto y lo inminente van conformando el núcleo esquivo de la novela.
En el recuerdo o la ensoñación, Kishaba observa desde las alturas, mimetizado con la naturaleza, sucesos que le resultan ajenos, inentendibles, conformados por una materia débil y lejana, entretejida por el humo del opio y el vapor de dos cuerpos encerrados en un cuarto. En ese sopor o ensueño, Kishaba acechará las imágenes y los sucesos que, a medida que la novela avanza, terminarán rodeándolo (invirtiendo el orden de perseguidor y perseguido) hasta cobrar una forma cabal dejándolo en el centro de una escena donde yace la causa de su huida.
Al narrar el pasado y el futuro como posibilidades múltiples, el presente se acentúa como una forma de encierro, que no es sólo espacial sino también antesala de un destino próximo e inexpugnable, donde los personajes sólo pueden habitar y recorrer los relatos como las únicas dimensiones posibles. De esta forma, Munaro logra la proeza de relatar, en un mismo punto, una persecución en la inmovilidad y de transformar el lenguaje en el verdadero territorio en el que los acontecimientos transcurren.
8 de junio, 2022
La casa flotante
Augusto Munaro
Editores argentinos, 2021
62 págs.