«Todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz lo es a su manera» es la premisa que marca el comienzo de la novela Ana Karenina», de León Tolstói. Sin violentar esta afirmación, podemos reemplazar sus términos y afirmar que «Todas las historias de amor felices se parecen unas a otras, pero cada historia de amor infeliz lo es a su manera». De este modo, por transitividad, toda historia de amor infeliz merece ser contada por aquellas particularidades y devenires que la vuelven única, irrepetible, original, a pesar de escenificar un tema, un núcleo narrativo tan antiguo como la literatura misma.
La casa frente al mar, de Cecilia Reviglio, publicada en 2021 por la vital UNR Editora, como parte de su colección Confingere, nos presenta a una mujer que, observando un atardecer sobre el mar, se obliga a escribir, como si pesara sobre ella el mandato del psicoanalista que obligó a tomar papel y pluma a Zeno Cosini, en La Coscienza di Zeno, porque así llegaría a “conocerse entero”. Si lo que leíamos en la obra capital de Svevo eran los pasajes de la vida del antihéroe triestino, aquí no alcanzaremos a conocer lo que escribe esa mujer pero, en cambio, conoceremos los efectos que provoca en ella escribir. La reconciliación con el pasado, o consigo misma; la sutura de una herida antigua que aún supura; el tardío perdón, quizás, si es que una amante puede perdonar la cobardía de su amado.
Pero volvamos atrás. Nos encontramos con un texto fragmentario y con saltos espaciales ─entre Rosario, Buenos Aires y la costa uruguaya─ y temporales, que conducen a los lectores al antes y al después de esa escena de escritura, estimulando la ansiedad y el deseo de saber, de seguir, de entender. Las coordenadas son claras, para no perderse en ese triángulo geográfico ni en la cronología, y las preguntas que nos asaltan ─¿preguntas de la narradora?, ¿de la protagonista?─ dotan al relato de una dosis de expectativa y suspense. Porque la novela de Reviglio nos instala como jueces de un duelo entre dos personajes, dos amantes que veinte años después de la ruptura se vuelven a ver en condiciones y situaciones desiguales. Quienes se baten, quienes se enfrentan, son Carola, una fotógrafa medianamente reconocida, una mujer independiente, segura de sí misma, y con una pareja consolidada y estable, y el octogenario editor moribundo, Rafael Iraola, el responsable de haber huido y destruido su relación con Carola. El motivo, la causa de ese innecesario reencuentro es, en principio, cumplir con la, posiblemente, última voluntad del hombre que agoniza y que, por interpósita persona ─el abogado Ventura─, requiere su presencia en la capital; todo pago: colectivo y hotel incluido. A pesar del tiempo transcurrido y de los lógicos impedimentos domésticos, Carola va, se reúne con “el encantador de serpientes” y, después de formularle los reproches de rigor, escucha una propuesta... indecente. Rafael, consciente de su inminente final, de que ya lleva la fecha de caducidad impresa en alguna parte de sí mismo, la acosa sutilmente no para que lo perdone por haberla abandonado, ni para rendirle cuentas de ese error ya ocre. No: Rafael quiere que Carola acepte heredar la casa frente al mar, en Punta del Diablo, la propiedad que él compró para tener un sitio propio en el lugar donde ellos fueron felices, sólo “porque quiere dejar sus cosas en orden”.
De la misma manera en que me resultan irritantes ciertos personajes femeninos de Natalia Ginzburg, o de Elena Ferrante, para ser más contemporáneos, esas mujeres que como animales enceguecidos por la luz de los faros se dejan atropellar por un bólido al que llaman “amor”, ya sea de pareja o de madre o de hija, me parecen incomprensibles las razones por las cuales Carola acepta el chantaje emocional y material, por qué viaja en dos ocasiones a Buenos Aires, por qué soporta la constante extorsión, tanto de Ventura como de Rafael, a la que es sometida. La primera respuesta que se (me) aparece es, justamente, por “amor” ─ya que no se trata de nostalgia. Por amor, entonces, se alzaría la imposibilidad de esa mujer de resistirse a los deseos de ese hombre que, aunque “deshecho” y caduco, continúa siendo en su memoria, o en sus sentimientos, el hombre que fue durante los tres años que duró la relación que mantuvieron.
Me permito deslizar un humilde descubrimiento que, a mi parecer, corrige las apreciaciones anteriores e incrementa el valor de esta novela. Reviglio escribe desde una perspectiva femenina ─no feminista, has leído bien─ asomándose a las tensiones y dilemas que asedian a una mujer “hecha” de sesenta años, pero que no deja de enfrentar las contradicciones y conflictos de su condición femenina dentro de un sistema capitalista y patriarcal, por la “forma de ser” que le otorgó, en ese orden implícito, su creadora: Cecilia Reviglio. Desde ese punto de vista, entonces, se modifica el pacto de lectura y se puede interpretar de otra manera el choque entre lo que siente Carola y lo que su razón le indica que debe hacer, su mansa aceptación a considerar una oferta que ni siquiera debió ser formulada, su ir y venir en una crisis que pudo haber evitado. La casa frente al mar deja de ser una compensación inmueble al fracaso amoroso, “Él no había peleado. Se había dado por vencido. Durante todo el tiempo que le llevó el ejercicio de olvidarlo, eso fue lo más doloroso: el modo en que Rafael se había retirado”; la casa deja de ser la última dádiva en vida del macho en retirada y deviene en otra cosa: un motivo para re-pensarse, para re-crearse, para escribir-se, para conocerse entera y, fundamentalmente, para reconciliar las fuerzas que pugnan en el interior de ese personaje femenino. Y ese pasa a ser entonces el tema de la novela. Ya no si el perdón puede comprarse o no, ya no si los bienes materiales indemnizan a la parte que queda defraudada.
Desde esta perspectiva, entreveo el filón de originalidad de La casa frente al mar, la singularidad, que invita a ser contada, de esta historia de dos que se amaron, pero ya no: una historia de amor infeliz; tema cuyas posibilidades y combinaciones son infinitas. Algo así escribió Tolstói, y es bastante difícil rebatirlo.
15 de septiembre, 2021
La casa frente al mar
Cecilia Reviglio
UNR Editora, 2021
114 págs.