La primera sección de La conferencia, de Luis Bacigalupo, se titula “Piedras páramos” (que es, a la vez, un solo poema extenso) y está precedida de un epígrafe, que –en seguida nos damos cuenta– son dos versos del poema que sigue a continuación: “mejor no reanudar / mejor no redundar”. Un simple juego de vocales y consonantes parece un lema que establece un objetivo (acaso, de todo el libro), unas reglas de escritura a primera vista simples, pero difíciles de seguir. ¿Reglas de escritura? Quizás también reglas de vida, de la conducta cotidiana. El poema está vertebrado siguiendo el contraste entre la experiencia del apogeo y la decepción de la caída: “De la cima descendemos a la fosa / con lentitud pasmosa”. La rima sólo acentúa la ironía de esta amarga revelación. “Humo”, “páramo”, “muerte” son algunas de las palabras que se repiten y forman un campo semántico propio de la meditación, el memento mori (como la famosa pintura de Hans Holbein el Joven) al que parecen aludir estos versos: “La muerte se cuaja en un cráneo / revestido de una tapicería / del tiempo de los gobelinos”. Por más que el juego óptico vele la verdad de la muerte, está allí, oblicua, esperando. Se aspira a observar “el mundo jamás visto en su íntimo / ínfimo reflejo de nombres / y formas”. Para lograrlo, el poeta deja que advirtamos la fórmula de su escritura: nada menos que anotar “todo cuanto suele ser pensado / bajo el impulso de un ansia”. No es un objetivo modesto, a pesar de su aparente facilidad o amplitud; una vez acumulado todo lo pensable, hay que darle forma. Después de hacer este recorrido, volvemos de las palabras a “nuestra máxima aspiración / al silencio”, y regresan al poema las imágenes del principio: humo, páramo, piedras. Hacia mitad del poema, se nos propone el recurso de la plegaria: “Oremos”. Hacia el final, se recurre a un deseo, expresado en un oxímoron: “siempre es mejor morir / de un morir vital y renovado” Como dijo la mística Santa Teresa en su villancico (ca. 1572-1577), también con una paradoja: “...y tan alta vida espero / que muero porque no muero”. Pero me parece que en este poema de Bacigalupo el acento está en la vitalidad.
Bajo la fórmula legal, “In Absentia”, el sujeto poético examina las oscuridades de todo relato. Comienza afirmando: “Toda historia tiene su historia”, para cuestionar los supuestos de la verosimilitud, del realismo, de los hechos. Este cuestionamiento lo implica a sí mismo, como otro objeto de estudio: “Empero a paso lento paseaba esa cosa / yo / que había cobrado identidad”. Se trata de una “visión iconoclasta de la vida”, como lo anuncia cuando se dirige a los dioses y les aconseja que “ninguno ponga un pie aquí” porque halla que todo se caracteriza por la “ausencia de atributos” (una de las ausencias a las que alude el título del poema). Otro vocativo, que domina el poema hasta el final, es “madre”. Entre los extremos de plenitud y ausencia, absorción y serenidad, el hablante busca situarse “en el conocimiento vislumbrado / en el instante del párpado / y su lucidez”, pero (me parece) al hacer el balance del pasado, concluye que “hablábamos en los albores de la lengua / en la afectación del nombrar / todo / era como decir nada sin entendernos / decir nada / cuando el mundo se empeñaba en decir / todo / en ausencia / de una / verdad incontrastable”. El poema se destaca por un tono y una dicción más bien solemnes (“madre”, en vez del más informal “mamá”, por ejemplo) e incluye breves pasajes o escenas arcaicas: “Albor y crepúsculo: / / unos dedos tañen las cuerdas / de una lira infatuada”. En resumen, con “el ojo que atisba el sesgo de las cosas”, se llega a ver qué hay detrás: “La historia reducida al deterioro / de una senilidad extraviada / en sus recodos”, en la que “parecieran quedar desmentidas / bondad belleza y verdad”, esa trilogía que nos recuerda la simbiosis entre “Belleza” y “Verdad” que conoció el poeta John Keats. A pesar de todo, el poema finaliza con una nota optimista: “en este agujero / la semilla no ha de malograrse // no ha de malograrse el futuro feliz”.
En la tercera parte del libro, “La modalidad de lo visible”, el sentido que predomina no es el del oído, sino el de la vista. Uno de los tres epígrafes es una frase de James Joyce, famoso miope que bautizó a su hija con el nombre de Lucía (la santa patrona de la vista). Se trata ahora de pensar con los ojos –interesante sinestesia– o, en un giro quiásmico, de ver con el pensamiento. En su soneto XXIII, Shakespeare afirmó “Que oír con ojos es amante astucia” (en la versión de Manuel Mujica Láinez); en este poema, no se trata de la conexión con el amor. Lo que se ve es, en parte, pesadillesco. Lo no-visto o lo invisible encuentra maneras de infiltrarse en la conciencia; se imagina o se sueña, provocando una reacción que hace temblar el lenguaje, que deja atónito al vidente/oyente: “la forma incesante de / la transición de / un Ohrror a otro”. El poema transcurre entre opciones antitéticas, de una ventana abierta (desde la que se observa) a una ventana cerrada, de la cercanía de un rostro que se recorre con el tacto hasta la invisibilidad de la separación (“estamos más lejos uno del otro / que dos estrellas de diferentes galaxias”, según el epígrafe de Enrique Lihn). El hablante, sumido en ese estado ambiguo, se pregunta: “¿Esta inquieta quietud guarda estrecha / relación con mi felicidad?”. Esta era la pregunta que esperábamos desde que leímos, en los primeros versos, que “Los ojos tras la ventana ven / la oscuridad clara del alba”.
En último lugar, llegamos al poema (dividido en tres secciones) que da título al libro: “La conferencia”. Los tres epígrafes sugieren claramente que se trata de una experiencia poco gozosa, desde la perspectiva del oyente: la charla que escuchó fue marcada por el azar argumentativo, la contradicción, la falta de lógica. El “sentido de lo disertado” se pierde hasta convertirse en un zumbido sin sentido, pura onomatopeya, “cuando no se reduce a modos de modas / modismos sin modulaciones ni módicas / modificaciones de una moralidad”. No se ha alcanzado, como prometía el epígrafe de Sankara, la liberación. La visión del conferencista es negativa, sin matices; para colmo, no hay reacciones, no hay maneras de contrarrestar su cháchara: “la impunidad verbal / del conferencista / siempre dispuesto a hacer de la lengua / una relamida complacencia”. Las únicas reacciones posibles del público son “callar y escuchar”, incluso a disgusto, o abandonar la sala de conferencias. El aburrimiento y el hartazgo tienen como consecuencia hacer del instante “una aplastante eternidad”. Sin duda, una experiencia que muchos y muchas hemos tenido, sea que hayamos abandonado el auditorio y salido a la calle o que hayamos permanecido en la sala, expectantes por esa “plenitud fallida” y elusiva. La palabra "conferencia" es un préstamo (en el siglo XVII) del latín conferentia (confrontación o reunión), sustantivo derivado del verbo conferre: llevar conjuntamente. Es la finalidad del libro: Bacigalupo invita a “conferir”, es decir, a tratar, examinar, cotejar, comparar los temas propuestos entre varias personas: la poesía como invitación a la conversación.
29 de junio, 2022
La conferencia
Luis Bacigalupo
Paradiso, 2022
112 págs.
Crédito de imagen: Laura Dubrovsky, S/T.