El silencio se desplaza con un acorde persistente, se hace más intenso, se prolonga y al hacerlo la escena cambia. Volvemos al silencio, pero cuando los acordes reaparecen, más intensos y prolongados, la luz se instala, ahora esos acordes se extienden aún más, ya son una frase, la escena es nítida y trae consigo una certeza. Mínima, en forma de insinuación. Ahora vemos claramente las hojas a contraluz. Son los primeros segundos de Luz de amanecer de Raúl Barboza. En ellos está lo porvenir y también la noche que va quedando atrás. Se la vislumbra en el borde de la frase, en su margen que es el que da cuenta de la espesura, de la materia, de lo vivo. Y en su desarrollo vamos a reconocer lo que se revisita y los destellos de emoción lúcida que instalan la posibilidad de dejarse llevar en un ritmo.
Probablemente sea una de las formas de presentar la escritura de Diana Bellessi en La curva del tiempo que es “La arcadia de la infancia en la vejez” como dice en el último verso del segundo poema. Y en Bellessi, decir “arcadia de la infancia” es decir campo, el que se trabaja y el que se celebra; es decir África, la maravilla de lo desconocido; es decir viaje, en tanto encuentro con el otro. Todos elementos presentes en la luz dorada de julio que domina este libro. Elementos que vuelven porque “todo vuelve, aun/ lo que nunca fue”.
El libro es una circularidad que se desplaza. Son ciclos que se continúan, pero no es repetición. Partimos de la noche, pero es un nuevo día el que se instala. La escarcha del invierno de nuevo está presente, pero el brote aguarda bajo la tierra. Un libro crepuscular en cuyos versos late intensa la vida, con toda su fauna, su flora exuberante y los momentos de máxima cotidianidad. La gracia de la compañía, el afecto, también está presente en esas “Horas quietas y hermosas”.
Y entre los poemas que componen La curva del tiempo aparecen prosas montadas en un ritmo que en su desarrollo son más argumentativas y que como el resto indagan en nuestra relación con lo vivo en su sentido más amplio. Forma que ya había aparecido en otros libros de Bellessi como Viaje a la antigua tierra de Una o en Waganagaedzi, el gran andante. “¿Por qué estamos tan unidos en el vasto territorio de la materia, tan próximos y a veces tan distantes?”. La invitación a disolverse en los otros reinos, la necesidad de religar es algo que se intensificó como preocupación en la escritura de Bellessi. “ ... Agrandemos el espejo” o “Si pudiéramos pensar poéticamente los actos de nuestra vida, es decir, desde la franja de la duda que nos hace sujetos, sabríamos poner fin un poco antes. [...] Un exceso de luz, de dos más dos son cuatro, de racionalización, también mata y el enigma, el misterio desaparecen...”, como los ritmos que componen un cosmos y que permiten la comunión.
Si bien no son elementos nuevos en la obra de Bellessi, en la que siempre vivió como sustrato una forma propia del animismo, de comunión con nuestro entorno, lo que se intensificó es el tono, ya que hizo medular el complejo saber. Quizás más preciso sería decir algo más polisémico, el trágico saber oracular que en forma de destello se presenta como poema que abreva de lo popular y lo letrado para en el filo construir una secuencia que es capaz de contener el espanto y la esperanza. El espanto ante lo que vemos, la esperanza en la capacidad de detenernos a escuchar y acoplarnos al ritmo que la naturaleza, no moderna, nos pide.
Y posiblemente sea el tono afectivo el que nos introduce en la necesidad de interrogarnos sobre los ritmos del cosmos; nos introduce en la necesidad de entender que el espacio que compartimos es uno. “Un solo mundo/ somos al sur y al norte/ del trópico/ bordeando los festones/ de la línea ecuatorial// cuando ustedes,/ monitos, me atraviesan/ en el sueño/ y se vuelven yo”. Y que la pausa y el silencio hacen parte de ese ritmo. “[...] Sí/ he venido así,/ sin que nada fuera mío,/ he venido/ buscando en mi silencio/ no sentirme esclava/ ni sentirme vencida/ cada instante,/ cada instante esa lluvia/ del mar/ en el poema”.
Ahora es el murmullo del mundo el que por ráfagas debe ser desplazado, el que debe dar lugar a la posibilidad del silencio. Los acordes se cierran sobre sí mismos, prolongan la distancia que los separa. Abren a cada instante la posibilidad de un comienzo. Han pasado apenas unos minutos. Lo que dura la lectura de un poema. El tiempo se curva. “... ¿Te acordás de ese león/ soñado en los setenta en el río San Antonio,/ el que te dio miedo y te escondiste en un sendero/ de la sirga dejando que atacara a una viejita/ con su pañuelo blanco? Venía del futuro/ ondeando su melena al viento antes de llegar/ a la curva del arroyo, la curva del tiempo...”.
13 de agosto, 2025
La curva del tiempo
Diana Bellessi
Fondo de Cultura Económica, 2025
72 págs.