Lo que dice un escritor respecto a su obra puede resultar atractivo, porque siempre es atractivo el relato que un escritor construye sobre sí, pero en relación a la obra, que es de lo que supuestamente se trata, conviene tomar con pinzas sus palabras, sobre todo si revisten la intención de sinceridad. Preferible en todo caso es que medie la maledicencia o la especulación, es decir algo que se interponga entre el objeto y la mirada. De todos modos, persiste una cercanía insalvable, y, diga lo que diga, por lo general el escritor en cuestión termina hablando más de sí que de sus textos. Por eso, más interesante y sustancioso resulta cuando un autor, acaso sin proponérselo de manera explícita, habla de su obra a través de la obra de otro, que es lo que ocurre en este libro en el que el poeta y ensayista cordobés Silvio Mattoni se mete de lleno con la obra del poeta pringlense Arturo Carrera.
Según lo enuncia Mattoni en el prólogo a este libro, en el revés de su lengua trabada y de sus singulares parálisis, toda época tiene un poeta que a su manera la reivindica; y para él, salteando toda compulsa de nombres, Carrera es ni más ni menos que el poeta de nuestra época. Un pronunciamiento semejante quizás pueda parecer temerario e incluso gratuito, pero en este caso es todo lo contrario. Mattoni argumenta y sustenta sobradamente su elección, poniendo en valor en sus múltiples facetas una obra realmente notable. Ensayo tras ensayo va cartografiando la obra de Carrera, haciendo explícitos y explorando los elementos destacados de cada libro que aborda. En relación a Mi padre (1985), por ejemplo, da con ese tópico imprescindible en la obra de Carrera que refiere a aquello que se juega en la dialéctica esquiva entre lo vivido y la escritura. Dice al respecto: “...aquí se dice lo vivido, se recupera la parte de una vida que puede tener lugar en las palabras, pero también aquí se dice la escritura, el sueño de estar escribiendo siempre, como si en el mismo instante en que caen sobre la página las palabras dieran lugar, hicieran posible aquella vida cuya intensidad reaparece con el mismo gesto de señalarla”. En Arturo y yo (1983), a su vez, en el intersticio que se abre entre el nombre y el pronombre, da con el espacio en el que los poemas de Carrera tienen lugar. “Entre el yo que anota y Arturo que firma el libro, se abre el espacio donde campea Arturito, donde el diminutivo abre al mismo tiempo la posibilidad de una infancia”, dice, señalando ese núcleo candente en la poesía de Carrera que luego aborda y examina en profundidad en Children's corner (1989). Tal como señala Mattoni, en este libro se hace explícito que la infancia es ese umbral entre la animalidad y la palabra que la poesía, extremando el límite de la palabra, logra atisbar.
Arturo Carrera por Juan Carlos Comperatore
El recorrido de lecturas incluye escalas en Potlatch (2004), donde a partir del tópico de la representación se señala el modo en el que Carrera hace ingresar lo real al poema, y en Vigilámbulo (2015) ─título del último libro y a la vez de las obras reunidas─, donde se configura la poesía, y en particular la de Carrera, como una continuidad (la continuidad de un ritmo) hecha de discontinuidades que se manifiestan en el corte, el blanco entre verso y verso, y lo inconcluso.
Este tránsito intenso por la comarca de Carrera se complementa con cuatro ensayos en los que, tal como lo enuncia el propio Mattoni, se abordan algunos de los aspectos que hacen a la “ciencia imposible del poeta”: el uso de las constelaciones, la inscripción del “yo”, la técnica en complemento a la inspiración y la vinculación de la poesía con la pintura. La estructura de estos cuatro ensayos es similar. Su argumentación traza un arco temporal que arranca en la antigüedad, hace una escala en la modernidad y finalmente arriba a su manifestación contemporánea, que en todos los casos se ejemplifica con el poeta que Mattoni ha elegido como el de nuestra época.
La nota diferencial, que singulariza a estas lecturas, pasa por la escritura, que evidentemente compete a un poeta, lo que en este caso, por suerte, no significa decir lo mismo con un lirismo acentuado. Hay ciertas pinceladas de lirismo, siempre pertinentes en relación al contexto, pero el plus que aporta el poeta pasa sobre todo por un fraseo que desborda la lógica argumental. No hay en estos ensayos un ordenamiento sujeto a una secuencia lineal, sino que impera una dinámica derivativa en la que diferentes motivos relacionados con una cuestión particular se van encadenando como versos en un poema, a través de los cuales el sentido se disgrega y a la vez confluye en una pieza enjoyada. Mattoni rescata para la prosa ensayística “la suprema arbitrariedad” que caracteriza al verso, y por eso en estos ensayos, como en la poesía, la que manda es la escritura, su articulación eventual en la que ocurren esos accidentes siempre productivos que son las resonancias, las digresiones, las variaciones, los desplazamientos y las transformaciones. Frases como versos, entonces, no sólo por estar talladas por el cincel preciosista del poeta, sino sobre todo por el modo en el que traman derivas inesperadas en las que el lector puede perderse pero siempre para encontrarse en ese momento fulgurante en el que la intensidad de la idea destella.
Matonni adopta la obra de Carrera y piensa a través de ella porque, entre otras cuestiones, la obra de Carrera despliega, solapada en su aparente ingenuidad, una minuciosa reflexión acerca de la poesía, que atiende sobre todo a las singulares derivaciones de su práctica, es decir a lo que implica esta vinculación intensa y desenfocada con la palabra. Refractándose en los libros de Carrera, este libro entonces desglosa una concepción específica de la poesía que, si bien permanece abierta y reticente a dogmatismos, a la vez expone y argumenta al detalle respecto a sus especificidades. De manera implícita, estos ensayos enuncian qué es, qué implica, cómo opera y qué efectos provoca la poesía y, en última instancia, justifican su indispensable existencia. Dice Mattoni: “Aunque la poesía no sea el único bien que hay en el mundo, según el mismo Carrera, no sería igual este mundo sin la manía rítmica, y tal vez, nunca lo sabremos, no exista nada parecido al mundo, sus brillos y su noche, sin la escritura y el sonido de los poetas que lo fabrican en el presente absoluto”.
La pregunta que sobrevuela y articula este libro es qué lee un poeta en la obra de otro poeta, y la respuesta es antes que nada un modo de encarnar la práctica poética. Mattoni se posiciona a través de Carrera, se define apartir de lo que lee, elabora un tratado de poesía a través de la poesía de otro, al que según nos cuenta descubrió cuando era un joven estudiante a través Tickets (1986). Este pequeño libro está compuesto por dos poemas largos, que en su consideración componen “un tratado en miniatura sobre la poesía” en sus dos caras: como lenguaje deslizante y como ritmo en el primer poema (“Splanch”), y como vehículo reflexivo en el segundo (“Tickets”). El libro que nos ocupa, La extensión más sutil, parece signado por esa primera impresión, a la que ahonda y complejiza mediante la acumulación de lecturas y el desglose afinado de múltiples reflexiones. En tal sentido, podemos decir que este libro viene de algún modo a cerrar el círculo abierto por esa primera lectura, confirmando lo que el joven lector intuyó sumido en la fascinación: “Todavía recuerdo la primera impresión ante esas estrofas espaciadas, ese ritmo inaudito, que me cautivaba, tanto que no podía parar de leer y seguía con el librito en medio de gente agolpada, en el colectivo que me llevaba a la universidad”. En la imagen de ese lector capturado se atisba el origen del poeta y el ensayista que varios años más tarde escribiría este ensayo, en el que antes que nada intenta, aun sabiendo que es imposible, reconstruir la intensidad de ese instante en el que, rodeado de gente agolpada en un colectivo, “no podía para de leer”.
12 de enero, 2022
La extensión mas sutil. Arturo Carrera y otras constelaciones de la poesía
Silvio Mattoni
Los Ríos, 2021
176 págs.