Hay libros que llevan títulos insípidos y otros que son piezas de orfebrería poética. Títulos pobres, indignos de los cuentos extraordinarios que contienen ─pienso en Ficciones, de Jorge Luis Borges─ y otros que te seducen y te ilusionan en vano, para defraudarte después con su contenido ─me callo aquí más de un par de ejemplos. Muchos escritores admiten el complejo desafío que atañe esta decisión clave de bautizar atinadamente una novela o un conjunto de relatos. Incluso a cada uno de los relatos, cierto, pero el nombre del libro, es indiscutible, conlleva una dedicación mayor, una responsabilidad suprema porque no son pocos los lectores que se dejan embelesar por las resonancias y sugestiones que les provoca el título de un libro. Bienaventurados los escritores y las escritoras que dominan el arte de componer títulos impactantes, memorizables, inquietantes, inolvidables...
La felicidad es una zanahoria capitalista, de Christian Broemmel, publicado por Qeja ediciones, tiene el gancho de los títulos que nos proponen un esfuerzo asociativo para comprenderlos. Sí, es claro que el sintagma propone una definición de “felicidad”, el definiendum. En el definiens, la zanahoria remite a esa clásica imagen de la recompensa que se pone delante de nuestras narices para que hagamos lo que otros quieren. Para que nos movamos hacia ese objetivo, siempre inalcanzable, hacia esa meta que arteramente no vamos a conseguir. O que, en caso de alcanzarla y devorarla ─a la zanahoria─, será inmediatamente sustituida por otra que reactivará la dinámica del deseo y la satisfacción del deseo. La perversa lógica del capitalismo... Entonces, ¿de qué va un libro que se nos presenta con un título así? La tentación es fuerte: hay que entrar y comenzar a recorrerlo.
En “Peep Show Borda”, el hall de ingreso a este volumen, un escritor es invitado a una curiosa “instalación” auspiciada por el gobierno de la ciudad de Buenos Aires. Se trata de un galpón cercano al Hospital Borda donde, separados en cabinas, los “locos” realizan la performance que los caracteriza para los visitantes, el público. “Está el loco que canta, la que cree tener un bebé en brazos, un mesías; está el que busca desesperadamente a su familia...” La “locura” devenida en espectáculo. Pero más atrapante que la breve descripción del show, tan verosímil viniendo de ciertas mentalidades gobernantes que dan ganas de googlearlo para comprobar si es verídico o no ─lo googleé: no lo es─, es la entrevista al director general de la “exposición”. En ese incisivo diálogo se revela la lógica que inspira al Peep Show Borda y, entre la indignación y la sensación de absurdo, podemos llegar a sospechar la atinada correspondencia que existe entre el alusivo título del libro y sus relatos.
Pero no todos los cuentos son así, no todos comparten esta tónica y este registro. Sí, para mí, la mayoría, los que encontré más logrados y humorísticos; los que presentan personajes compuestos a partir de un rasgo predominante que, al exaltarlo, los lleva a oscilar en la cuerda floja del delirio, muñidos de un argumento sencillo como balancín. Como la promotora-actriz Amelia y su menjunje mental de hinduismo, new age y pasión por los disfraces (“La Tierra Pura”) o como Javier (“Combo 2”), cuyo malestar frente a la penetración de los extranjerismos en nuestro idioma anima su salida al cine ─devenido en un “palacio del cine”, es decir, una sala de esas de cadena─ con su esposa. Justamente, “La Tierra Pura” y “Combo 2” pueden leerse con una sonrisa irónica en los labios, disfrutando de una sentada de esos personajes que llegan hasta la frontera de la caricatura y amagan con traspasarla. El ápice, el cénit de ese juego en que el humor descompone la consistencia racional del mundo, se alcanza en el texto que nos acompaña a la salida del libro: “Las vueltas de la vida”. En él, un corto de ciencia ficción o una difusa distopía, con variopintos guiños literarios ─a Monterroso, a Aira, los más evidentes─ y políticos, se alza una Cristina atemporal o eterna, que sueña con Él ─“No se podía tener la guardia siempre en alto; podía dominarlo todo menos los sueños”─, sí, con Néstor, “el Nestornauta”, mientras asiste “por primera vez en eones” a la contaminación del Relato. Paródico, irreverente, desopilante, el relato se atreve a construir un “personaje” de una “personalidad” pública que genera tanto fervientes adhesiones como enconados rechazos.
Broemmel explora también otros formatos para narrar o, mejor dicho, apela a otros tipos de textos para contar una historia. En primer lugar, el diario “íntimo”, en “La abeja de plástico”, en el que leemos la escritura de un joven que acomete la “boludez absoluta” de registrar, con latigazos de comicidad, el después de la ruptura de un noviazgo. En segundo lugar, la entrada de Wikipedia, en “Homo biblos”, una ocurrente nota de enciclopedia digital que recrea, con el típico lenguaje científico, la aparición de los hombres-libro que luchan contra la desaparición de este objeto cultural, desplazado por el e-book, enfrentándose a los hombres kindle.
La felicidad es una zanahoria capitalista se completa con “La sobrina del Che”, la historia de una efímera infidelidad sin conflictos en la que un hombre ─que desliza algunos parlamentos felizmente cínicos ─ se deja llevar por una “chica fea” a su depto y “Bugs”, un relato de corte fantástico en el que la incorporación de un conejo como mascota hogareña comienza a alterar el aparente orden y equilibrio de una familia burguesa. En un clima que mezcla los temores infantiles, el mundo onírico y, quizás, la locura, el inofensivo conejo ─quizás un homenaje al filme El invisible Harvey (1950)─ va ganando protagonismo hasta convertirse en una amenaza.
Pienso que el humor, que el humorismo, es la marca de la escritura de Broemmel, al menos en La felicidad es una zanahoria capitalista, que logra los mejores resultados; esa tensión entre lo filosófico y lo absurdo, entre la comicidad y el delirio que, como sucede en el mejor Fontanarrosa, pone patas para arriba la “realidad” y nos hace sonreír sin que lleguemos a percibir, en esas circunstancias, lo inapropiado de nuestra sonrisa. Como le sucederá al lector al descubrir el significado de este atinado título.
6 de abril, 2022
La felicidad es una zanahoria capitalista
Christian Broemmel
Qeja, 2021
172 págs.