El término gentrificación –gentrification, en inglés–, acuñado por Ruth Glass en 1964 con el fin de dar cuenta de los cambios sociales en Londres en relación con el territorio por aquel entonces, fue recientemente incorporado al diccionario por la Real Academia Española. “Proceso de renovación de una zona urbana, generalmente popular o deteriorada, que implica el desplazamiento de su población original por parte de otra de un mayor poder adquisitivo”, es la definición. Desde el origen del término hasta el reconocimiento por parte de la RAE, en casi 60 años, el asunto se complejizó.
Profesora asociada de geografía y medioambiente y directora de estudios sobre mujeres y género en la Universidad de Mount Allison de Sackville, en Canadá, Leslie Kern en este libro, La gentrificación es inevitable y otras mentiras (Godot, 2022), intenta dar cuenta de esa complejidad a partir de siete relatos (“la gentrificación es natural”, “...es una cuestión de gusto“, “...es una cuestión de dinero”, “...es una cuestión de clase“, “...es una cuestión de desplazamiento físico“, “...es una metáfora”, “...es inevitable”), adentrándose en cada uno de ellos y aportando otras miradas.
“Entran el estudio de yoga y la tienda orgánica; salen los habitantes que ya no pueden pagar el alquiler, ni las compras del supermercado ni la vida social del barrio”. Los que vivimos en metrópolis sabemos de qué se trata. Desde estudios de yoga y tiendas orgánicas hasta cafés de especialidad y grow shops, los signos de gentrificación son claros. Los actores involucrados son varios (van desde gobiernos y urbanistas hasta grandes desarrolladores, inversores y especuladores) y los problemas que ocasiona (que van desde la suburbanización de la pobreza hasta la indigencia) son graves.
La gentrificación, básicamente, provoca desplazamientos de humanos y no-humanos que resultan indeseables (por improductivos o poco redituables) para el capitalismo, a partir de mecanismos que, en apariencia, no parecen ser violentos, pero lo son. Mecanismos que, como demuestra Kern en este libro, pueden ir desde unos pequeños hierros con puntas afiladas sutilmente dispuestos para evitar que las palomas tengan un lugar donde posarse y hacer sus nidos (y toda la arquitectura hostil y antipestes imaginable) hasta una cadena de cafeterías, que puede ser el catalizador de un ansia contenida de limpieza social. Para graficar esto último, vale más que mil palabras el comentario de un lector de un diario con relación a la polémica por el desembarco de Starbucks en el Junction de Toronto, en Canadá, hace algunos años: Un Starbucks en el Junction: ¡SÍ, TRÁIGANLO! Estoy repodrido de los linyeras, los vagabundos, las prostitutas, del show de freaks, del desfile de enfermos mentales, esa gente que merodea por las calles del Junction, indecentes que se exponen delante de los niños. No pueden pagar un café en Starbucks.
“Desde proyectos de revalorización de zonas costeras hasta distritos de compra peatonales, o nuevos espacios verdes para proyectos de arte y cultura, en la actualidad las ciudades siguen programas notablemente similares sobre el tipo de servicios con los que pretenden atraer a las personas que cuentan con la combinación necesaria de recursos financieros y culturales”, apunta Leslie Kern. En esa línea, guiños de los gobiernos hacia el sector privado –como la rezonificación y la exención de impuestos para ciertos desarrollos– son instrumentos –casi invisibles para el ciudadano promedio– que inclinan la balanza y están a la orden del día.
Con responsables que, más allá de especuladores y grandes desarrolladores, van desde artistas –que, empleados por los gobiernos, aplican un barniz creativo y colorido sobre violentos procesos de desplazamiento– hasta policías –que actúan como fuerza de choque de la clase media blanca–, la gentrificación, que, injustamente, nos lleva a elegir entre lo lindo y lo feo, entre el abandono y el embellecimiento, parece inevitable. Un sentimiento, el de la inevitabilidad, que, como bien apunta Kern, “encaja perfectamente en las manos de quienes se benefician con la gentrificación” y que “nos mantiene aislados y frustrados, en nuestras propias burbujas, sin advertir que existen alternativas”.
Para desarticular esta idea, Kern se propone, por empezar, ver más allá de la clase, que es lo primero que aflora cuando se habla de gentrificación. En ese plan, para ella es importante pensar el asunto desde la interseccionalidad (poniendo sobre la mesa, además de la clase, cuestiones como la raza, el colonialismo, el género y la sexualidad) con foco en el lenguaje. Considerando que ciertas palabras claves en los relatos sobre gentrificación en las últimas décadas (como, por ejemplo, “revitalización, reurbanización, renovación, reactivación y regeneración”, “frontera, pionero, invasión, asentamiento, jungla y colonizador”), palabras utilizadas por urbanistas, políticos, desarrolladores y académicos, dicen, sesgadamente, más de lo que parece.
Con la idea de que sobre el lenguaje podemos operar, de que el relato siempre se puede cambiar, y de que es ese (el cambio del relato) el primer paso hacia una nueva ciudad, hacia una ciudad que pueda crecer más allá de la gentrificación, Leslie Kern en este libro llama a cambiar el chip, en el sentido de descentrar y desnaturalizar el propio capitalismo, “ya que, bajo el ala de este sistema, la gentrificación siempre será leída como un éxito”.
Sacando el foco de la culpa y llevándolo hacia la responsabilidad (“la culpa implica mirar atrás; la responsabilidad nos sitúa en el presente y nos orienta hacia el futuro”), Kern se propone “vislumbrar las diferentes formas de contraatacar la gentrificación” con la premisa de que “se necesita un solo ejemplo exitoso de resistencia para demostrar que la gentrificación no es inevitable”.
Desde el Fideicomiso de Tierras Comunitarias en Oakland y la Comunidad Milton Parc en Montreal, hasta el Modelo de Cleveland y, más acá, en la Ciudad de Buenos Aires, la Ley 341 del año 2000, que fomenta el otorgamiento de créditos a organizaciones sociales para el desarrollo de proyectos de vivienda para familias de bajos ingresos, ejemplos exitosos de resistencia y organización comunitaria (aunque poco difundidos) hay muchos. Incluso hay avanzadas potentes por parte del estado, como el impuesto a las viviendas ociosas en Vancouver y la reciente expropiación de viviendas a grandes empresas inmobiliarias en Berlín.
Si los gobiernos (que, sin ir más lejos, como lo demuestran estos casos, los de Vancouver y Berlín, tienen autoridad para enfrentar la gentrificación) no la enfrentan, es porque no quieren. Porque el liberalismo apuesta a la desregulación y/o porque todavía no recibieron la suficiente presión. Porque, como nos recuerda Kern en este libro a partir de diferentes ejemplos, el hecho de que todos y cada uno de los casos de éxito de lucha contra la gentrificación a lo largo y ancho del mundo hayan nacido de la organización comunitaria y la presión social (con acciones que van desde acampes hasta movimientos ocupas) nos deja en claro algo: que, en este caso, como en tantos otros, “es la intensa movilización de base la que genera intervenciones de políticas públicas”.
19 de octubre, 2022
La gentrificación es inevitable y otras mentiras
Leslie Kern
Godot, 2022
Traducción de Maria Gabriela Raidé
280 págs.