En una mesa de café, un hombre cabizbajo, ensimismado en un libro, pispea de cuando en cuando los alrededores. A unos pocos metros, los ojos y las mejillas de una niña anuncian llanto por el rabioso reto de un padre; más lejos, cerca de la entrada, dos personas hablan una lengua extranjera, cerrada, que dibuja una nube enmarañada sobre sus cabezas; afuera, un anciano se frena de repente y observa una diapositiva antigua con el lente de un binocular. El viento arrecia, las ramas de un árbol acarician, en la vereda de enfrente, la fachada de una casa antigua y, a pasos de la puerta principal, una bufanda negra se recuesta en el cemento, solitaria, abandonada. Signo de una pérdida, de un envanecimiento. El hombre en el café vuelve a su libro y a su libreta de apuntes. Desde esa posición, de una invisibilidad pública (porque alguien que lee en un bar es percibido de inmediato, pero, de inmediato, también, es convertido en parte del mobiliario) observa, analiza y reflexiona. Esa excursión fisgona lo remite de vuelta al interior de su lectura y de su escritura. Parte de este gesto constituye la escritura de La ingratitud del monstruo, los ensayos y perfiles del escritor, traductor y crítico Matías Serra Bradford (Buenos Aires, 1969).
Serra Bradford escribe con el atributo que reclaman, según su propia lectura, los ensayos de Roberto Calasso: ungido en una pasión paciente y sostenida. En un mundo de aceleración continua y exhibiciones intrascendentes, un misterio insondable nimba a ese hombre que se oculta a plena luz del día, en un bar porteño, que toma apuntes, y, sin querer, ostenta una pequeña pila de libros en el centro de la mesa. Que versan –y se agradece– menos en cultura francesa que en italiana, y se demoran tanto en literatura como en crítica. Algo menos, tal vez, en música clásica, en arquitectura, en cine.
Lector compulsivo e infatigable, Serra Bradford apuesta por una lectura que halla en la disolución y el enigma el núcleo imperecedero de la productividad indefinida. De allí su marcado interés por la obra y la figura de la discreta Cristina Campo; del excéntrico matemático Alexander Grothendieck; del furtivo Blanchot; del físico (¿y suicida?) Ettore Majorana. La fruición de la contemplación estética, de la escritura y de la lectura atentan contra cualquier tipo de identificación: se trata, fundamentalmente, de provocar una huida: de uno mismo y de los otros; pero también del espacio y del tiempo. Como si, al emerger de la correntada interior del libro (o de la escritura) a la superficie del bar, nuestro autor hiciera suya la pregunta del poeta ruso Boris Pasternak: “¿qué siglo hace afuera?”.
Esta lectura morosa en un tiempo otro permite recalar en la minucia de la frase ajena y, al mismo tiempo, de la propia: La ingratitud del monstruo es pródiga en oraciones felices, dignas de subrayado. Al reflexionar sobre la rememoración infantil que trae consigo la playa y la relación entre En busca del tiempo perdido y el incansable océano, se afirma: “En un punto, una vez expulsados de la infancia tenemos todos la misma edad”. Del mismo modo, como se decía, el libro se alimenta de la gracia electiva que, para un autor como el nuestro, supone la cita. Por caso, Serra Bradford toma del escritor italiano Alberto Savinio el tipo de lector que quiere para sí (o el que, por lo menos, pretende construir): aquel que “si no tiene el alma corrompida considera la lectura como una operación clandestina y, para leer, prefiere apartarse como los animales cuando se sienten morir”.
De alguna manera, el misterio literario que convoca la mente de un lector como Serra Bradford se rige por una suerte de paradoja. El monstruo del título, afirma en el prólogo, animal interno y salvaje de todo lector incorruptible, devora libro tras libro. “No deja de ser cierto, no obstante, que el propósito de un autor o de un libro nunca es el de ser suficiente”, asegura el autor. Textos y operaciones críticas de Calvino, de Carlo Ginzburg, de Sciascia, de Agamben, de Giorgio Bassani y de tantos, tantos otros, son engullidos por un apetito voraz que persigue un hartazgo imaginario. Claro que es esa insatisfacción la que motoriza la compulsión de un lector inclaudicable, que vuelve a ensimismarse sigiloso, ahora, en las páginas de un libro para volverse extranjero de sí mismo y del resto de los clientes, del mozo, del dueño del bar que detrás de la caja registradora comienza, gradualmente, a perderlo de vista.
18 de octubre, 2023
La ingratitud del monstruo. Ensayos y excursiones (2003-2023)
Matías Serra Bradford
Alquimia, 2023
202 págs.
Crédito de imagen: Mariana Lerner.