Sin tener la posibilidad (y acaso el interés) de corroborar la total correspondencia entre la escritora Marina Yuszczuk y la historia que la narradora cuenta en primera persona en La inocencia (reeditada en 2021 por Blatt & Ríos), proliferan indicios de que se trata de figuras de estrecha vinculación. Así, se compone un relato de iniciación con fuerte carga autobiográfica, que no renuncia a los resguardos y las libertades ofrecidas por la ficción. Lo cierto es que lo ficcional interviene no solamente como coartada para suspender lo confesional o lo que intranquiliza al pudor, sino también por el mero hecho de tomar zonas de una vida ─es imposible contarlo todo─ para construir un relato que recorta ciertas problemáticas que se entrelazan, entre las que sobresalen la formación religiosa, el vínculo con el propio cuerpo y la sexualidad.
La novela recoge la experiencia de los años pasados en el seno de una religión, cuyos miembros van puerta a puerta a la caza de nuevos fieles. La madre de la narradora sucumbe en un momento de vulnerabilidad por la Guerra de Malvinas y, a partir de entonces, se traza una división en la vida de la narradora tanto en el orden familiar ─el padre y sus hermanos no se pliegan a esta práctica─ como en el social, que se parte en dos mundos paralelos que estrictamente deben mantener su mutuo desconocimiento. A través de esta línea del texto, se describe la monotonía del espacio de las reuniones religiosas y del severo modo de vestir, así como las actividades y las jerarquías, que ostentaban figuras abocadas a marcar el rumbo y, muy especialmente, a alertar para evitar desvíos. En sintonía con este ejercicio de control, también se regulan las interpretaciones de la Biblia para asegurar que se imponga la asumida como «correcta» de manera excluyente.
Tal empecinamiento en regular las vidas de los seguidores recae, en su afán exhaustivo, sobre el cuerpo por su potencial pecaminoso, pero también, en el caso de La inocencia, porque el sobrepeso de la narradora supone un claro signo de debilidad. Si bien los recuerdos no se presentan cargados del hostigamiento que tan frecuentemente padecen las corporalidades disidentes, la avocación de la gordura se asocia, de modo insistente, con la vergüenza en los distintos contextos en que el cuerpo adquiere una visibilidad y un protagonismo que resultan fuentes de angustias para quienes no se acoplan a los mandatos de la hegemonía: la clase de gimnasia, la playa o la fiesta escolar. Los mandatos para disciplinar el cuerpo, incluso en desmedro de lo saludable por recurrir a tratamientos cuestionables, también forman parte del relato de La inocencia.
Lo religioso y la gordura se perfilan, en realidad, como aristas que participan del complejo entramado de la sexualidad entendida en un sentido amplio, que excede la dimensión biológica y reproductiva. La menstruación, la masturbación, las primeras relaciones sexuales y el aborto trazan un itinerario signado por las incertidumbres que, en algunos casos, van siendo despejadas mediante la acumulación de experiencias. El aprendizaje se forja a partir de informaciones escamoteadas que provee la propia práctica o el acceso a fuentes no destinadas para la formación en materia sexual, como sucede con una novela erótica que enseña sobre posiciones y movimientos con que se puede realizar el acto sexual: “Nunca se me ocurrió que se podían abrir las piernas, a tal punto no tenía imágenes a mano”.
Tal grado de desconocimiento en materia sexual se observa en el hecho de ignorar la posibilidad de que un hombre pierda su erección durante el coito, del mismo modo en que la narradora se ve impedida de nombrar lo que le va pasando, especialmente en relación con el propio placer: “Mucho tiempo después me di cuenta de que probablemente esa tensión enloquecedora fue mi primer orgasmo con un hombre, pero en ese momento solamente me pareció raro”. Esta problematización de una vida sexual que se desarrolla ajena a ciertas informaciones importantes permite leer este libro de Yuszczuk a la luz de debates actuales en un contexto de encendidos reclamos por la implementación efectiva de la Educación Sexual integral en ámbitos de la enseñanza formal.
Más allá de la propia fuerza de las problemáticas abordadas, mediante la intercalación de distintas historias, se introducen desvíos en el relato y, así, hay algunos desplazamientos de la primera a la tercera persona. Una de estas irrupciones aparece en el capítulo “La pulga”, que narra la historia de una princesa entregada de manos de su padre a un ogro como recompensa por resolver un desafío. Se trata de un cuento popular del que una rápida búsqueda en internet ofrece variadas versiones, incluida la del Pentamerón del napolitano Giambattista Basile (1566-1632). La inclusión de este cuento en el marco de una historia que transcurre en nuestros días invita a una doble revisión: por lo un lado, la larga tradición que hizo de las mujeres posesiones de los hombres y, por el otro, dada su inserción en una historia contemporánea, interroga sobre las persistencias de esa dominación patriarcal.
Otras incrustaciones provienen del cine. La narradora se apropia de los argumentos de films y cuenta su propia versión. Los detalles aportados permiten la inequívoca identificación de las películas (caso contrario, no se ve perjudicada la lectura), pero en La inocencia se opta por omitir tanto los títulos como los nombres de las protagonistas, a las que se alude por expresiones genéricas como la chica o la escritora. Gracias a ese procedimiento, que reduce la individuación, se auspicia cierto grado de identificación entre la narradora y esas otras mujeres, cuyas historias le permiten hablar de sí misma de manera oblicua. Si bien no hay coincidencias en el marco general de las tramas, algunos núcleos relacionados con el erotismo, la represión o las formas de vinculación ─con padres, con parejas─, entre varios, le sirven a la narradora para aludir a su propia historia.
La inclusión de lo heterogéneo reconocible en estas historias fractura el relato de vida como una unidad coherente y alerta sobre la veracidad de lo narrado, que puede estar compuesto a partir de elementos tomados de otras ficciones. Además, el propio texto pone de manifiesto su artificio con recurrentes indicios sobre la invención, la cual también interviene en la composición de un texto dedicado a la trayectoria vital del yo; de hecho, la narradora reconoce que inventará o que tiene huecos en la memoria. Por otro lado, se muestra una consciencia manifiesta de la distancia temporal entre los hechos vividos y el momento de la escritura, lo que implica la posibilidad de interpretar episodios del pasado propio desde una mirada actual, en buena parte signada por años de psicoanálisis, según queda manifiesto.
Esta obra de Marina Yuszczuk está escrita en un estilo aparentemente ameno, que puede resultar tranquilizador, en especial cuando se detiene en ciertas escenas que evocan momentos felices. Sin embargo, esas mismas características van dando lugar a momentos de angustia que acompañan la pérdida de la inocencia de la que habla el título. Es gracias a las historias incrustadas y la puesta en duda sobre lo que se cuenta que esa primera serenidad se ve desestabilizada y revela su mera apariencia. Y tal mérito se articula con otra cualidad de este libro, el cual que ─pese al derrumbe de tantos temas tabú─ merece ser calificado de valiente.
16 de febrero, 2022
La inocencia
Marina Yuszczuk
Blatt & Ríos, 2021
104 págs.