Pensar en Marcelo Cohen, para mí, es pensar en literatura, pensar en literario. Fui amigo y fui compañero de trabajo en Interzona, donde entre otros lugares ejerció un magisterio en el oficio de hacer libros, desde pensarlos y escribirlos hasta editarlos, con el cuidado que le ponía, con la dedicación con que los hacía y con el saber que desplegaba en quienes éramos amigos, colegas y colaboradores. Un saber generoso donde lo que se buscaba era el mejor libro posible.
Con editores, correctores y diseñadores era riguroso en sus comentarios y, al mismo tiempo, tierno y afectuoso. En un párrafo podía definir el sentido de una colección, en otro el concepto gráfico. Todos teníamos que aprender a hacer bien los libros para que los libros fueran mejores y para que haya más buenos libros para leer, para comentar, para pensar. Dirigió la colección Línea C, cuyo primer libro argentino fue Plop, de Rafael Pinedo. El original me llegó a mí, se lo pasé a Marcelo que inmediatamente lo aprobó y que hizo una descomunal edición, donde se preocupó en discutir con el autor cada párrafo, enseñando desde lenguaje a puntuación. Rafael quedó muy agradecido por el trabajo, en el que Marcelo se supo esconder, como todo buen editor.
Una vez me dijo que una editorial es algo que tenía que caber en una carpeta. Acostumbrado a las privaciones de la industria editorial, a los malos tiempos de la economía, enseñaba que un día podías tener oficinas y una estructura y otro día podrías estar trabajando solo desde tu casa, porque te había ido mal. Enseñaba que una editorial era un negocio complejo que iba más allá de los buenos libros, que los buenos libros eran la clave pero que aun así todo podía salir mal, y con el tiempo aprendí que era verdad. Hoy, ante un futuro de una profunda recesión ultraliberal, todos los días pienso en esas charlas. Ahora tenemos los contratos en una carpeta y en otra carpeta, pero en la computadora, tenemos los originales y los archivos. Eso es una editorial, sumado al entusiasmo, el profesionalismo que proponía, aun en un proyecto pequeño.
Una vez teníamos que pasar todos los remitos y las facturas a un sistema de computación que habíamos adquirido. Era un trabajo extenuante y arduo. Todavía lo recuerdo parado en la puerta y diciendo que no, que ese no era el trabajo de un editor, que para eso estaban los colaboradores y que la comercialización iba por otro camino. Por supuesto que no le hice caso y con el tiempo entré en crisis y tuve que dejar el trabajo, no pude hacer una cosa ni la otra. Una vez que los libros estaban publicados era el tiempo de leerlos o releerlos y de discutirlos. Para eso estaban los llamados, los almuerzos, los cafés que compartíamos, de los que siempre me iba con algo. Una vez le propuse hacerle una entrevista a Daniel Durand. A Marcelo le gustó la idea y pidió para acompañarnos. Al reportaje se lo terminó haciendo él, tal su entusiasmo, e incluyó una delicada lectura de El cielo de Boedo, de Durand.
De los tantos textos que nos regaló Marcelo, me quedo con uno que me marcó fuerte, que me pegó: “Nuevas batallas por la propiedad de la lengua”, una reflexión sobre el oficio de traducir en España o para españoles. Es un texto autobiográfico en el que el traductor Cohen insiste en traducir en una lengua en la que pudiéramos entendernos y disfrutar españoles y argentinos y en que cuenta su propia experiencia como traductor en España, en donde se va quedando cada vez con menos trabajo, hasta recalar en editoriales independientes, pequeñas. Aún hoy se lo sigo dando a los traductores a los que contratamos. Hay un modo de entender la lengua en ese texto que va más allá del oficio de traducir, que incluye a escritores, poetas y también a ciudadanos, a usuarios de esa casa común que se extiende por varios continentes y es la lengua española.
Para mí Marcelo es más que su obra, que admiro y de la que soy fanático; es más que sus ejemplares traducciones, que disfruto con la misma admiración que su obra. Para mí Marcelo es una biblioteca siempre en crecimiento, que lo incluye a él y también a todo lo que tradujo y editó y comentó. Como me pasa con todo lo que escribió, con todo lo que editó y tradujo, con todas las lecturas que recomendó y analizó, releerlo me hace pensar que estoy charlando con él. Su muerte me provocó dolor y dejó una discusión inconclusa. Para honrarlo seguiré discutiendo con amigos y colegas y lectores. Creo que eso es pensar en literario, y si tuviera que aproximar una definición de Literatura diría algo de esto que acabo de escribir y lo que digo a continuación: para mí, la Literatura se parece a una discusión con Marcelo.
20 de dicicembre, 2023