En el “Cuaderno de notas”, publicado por primera vez en 1938, tres años después de su muerte, hay entre distintos apuntes con bocetos de tramas e imágenes una instantánea casi perfecta del paisaje mental y estético de Howard Philips Lovecraft: “La muerte, su desolación y horror. Espacios inhóspitos. Fondos marinos. Ciudades muertas. Pero la vida, ¡el mayor horror! Leviatanes y reptiles enormes, nunca antes vistos. Bestias horrendas de las junglas prehistóricas. Vegetación viscosa y nauseabunda. Instintos malignos del hombre primitivo. La vida es más horrible que la muerte”.
En “El horror sobrenatural en la literatura”, en cambio, el más ambicioso de sus ensayos publicado por partes entre 1933 y 1935, está el Lovecraft que despliega las lecturas y las ideas con las que inventaría el género literario llamado “horror cósmico” (un logro intelectual poco frecuente en la historia de la literatura, señala a propósito Michel Houellebecq; “en realidad, apenas es más fácil que crear una nueva religión”). Pero ahí está, también, el Lovecraft que en pleno trance argumentativo destaca sin dudar a mujeres (Ann Radcliffe, Sophia Lee) y judíos (Gustav Meyrink) en lo que, a la distancia, resulta poco menos que una flagrante contradicción con las recurrentes acusaciones de misógino y antisemita que suelen inferirse, con buenos motivos, de su propia obra literaria y de su abundante correspondencia personal.
La llamada de lo extraño. Ensayos sobre la escritura del horror, por lo tanto, es un libro perfecto para conocer al original ensayista detrás del aún más original poeta y narrador, al polemista sagaz detrás del conservador intolerante y también al maestro solidario detrás del hosco odiador serial (ya que aunque el resultado sea un poco escolar, “La composición literaria”, publicado en 1920, todavía es de valor para cualquier principiante). Pero, ¿por qué tomarse el trabajo de conocer todas estas variaciones lovecraftianas? En principio, porque entre 1890 y 1937 todas ellas vivieron juntas y a la par en el cuerpo y en el alma del mismo y único Lovecraft, un escritor que en Providence, en la costa este de los Estados Unidos, nació y trabajó sin que nadie de importancia reconociera o celebrara su talento hasta bastante después de su muerte, una condición de la que volvería en forma de lo que podría describirse hasta hoy como un genio irredento y sin vocación de paz.
Frente a esto, por ejemplo, cualquier lector honesto de literatura contemporánea de terror podría comprobar que mucho de lo que esta literatura hace, a pesar de las máscaras parciales del éxito o la moda, es exactamente lo que Lovecraft, al menos, señaló en el pasado que no se debería hacer jamás: “comerciar opiniones”. Con esta frase, quizás tajante, Lovecraft sintetizó en una ocasión lo que en muchas otras, diseminadas en distintos rincones literarios insignificantes pero abiertos a sus reflexiones críticas, desarrolló como el error de “enseñar o producir un efecto social” o dar forma a “intenciones de índole intelectual”, todo lo cual conduce a convertir términos siempre codiciados por el mercado como “saludable” y “útil” en “palabras desconocidas”.
En síntesis, subraya Lovecraft desde el más allá, un auténtico escritor (o escritora) de terror no debería ofrecernos ninguna lección moral sobre lo que está bien y lo que está mal en el mundo, dado que “su trabajo no es concebir simpáticas nimiedades que entretengan a los niños, ni moralejas útiles, ni replantear de manera didáctica problemas irresolubles de la humanidad”. Pero, vamos, ¿quién podría negar que lo que Lovecraft le prohíbe al terror hoy se ha convertido casi en su única regla general? O, en otras palabras, y sin caer en la tentación de citar casos muy cercanos: ¿cuántas supuestas novelas de terror publicadas entre nosotros son capaces de evitar “comerciar la opinión” de que lo malo es malo y lo bueno es bueno? El problema de esta equivocación, nos recuerda Lovecraft, es que a través de ella no solo vemos lo peor de una literatura demagógica y en estado permanente de oportunismo y aleccionamiento, sino también un viejo sello de simple mal gusto.
A propósito de esto, es probable que La llamada de lo extraño. Ensayos sobre la escritura del horror sirva también para sepultar de una vez por todas lo que en los últimos años, y gracias a ciertas perezas en las traducciones o desconocimientos sobre la historia completa del pulp, intenta presentarse en las góndolas del mercado editorial como “literatura weird”, es decir, “extraña”, es decir, “horror cósmico”, todo lo cual, a pesar del curioso enmascaramiento como presunta novedad o relanzamiento del siglo XXI, “como forma literaria establecida y reconocida académicamente se remonta al siglo XVIII, y es tan antigua como el hombre”, tal como anota el propio Lovecraft.
Y ahora, para despedir hasta la próxima a este genio irredento y sin vocación de paz, nada mejor que algunas de sus palabras, publicadas en 1921: “El intelecto disciplinado no le teme a nada y no espera recibir un caramelo al final del día, sino que se contenta con aceptar la vida y servir a la sociedad de la mejor manera posible. En lo personal, no me importa la inmortalidad en lo más mínimo. No hay nada mejor que el olvido, porque en el olvido no queda ningún deseo sin cumplir. De ahí venimos, antes de nacer, y no nos quejamos. ¿Deberíamos entonces lloriquear porque sabemos que vamos a volver?”.
31 de enero, 2024
La llamada de lo extraño. Ensayos sobre la escritura del horror
H. P. Lovecraft
La Parte Maldita, 2023
240 págs.