En un escenario enrarecido, lo suficiente como para que una colonia de murciélagos suicidas sorprenda al lector apenas comenzado el libro, esta historia tal vez tenga su razón de ser en la necesidad de expresar la reflexión constante de sus protagonistas.
Bosnio, joven semimudo y un tanto mediocre, llega a una casa rural sin saber bien qué trabajo le espera. El objetivo, ahorrar para una moto; su obsesión, mirar la pantalla del celular. Allí se encuentra con Vilma, una anciana ciega a la que supuestamente deberá asistir.
Desde la casa al aljibe, desde la oscuridad a la luz, no hacen mucho más que cosas comunes como tomar mate, degollar una gallina o toparse con una mujer fantasmática que le anticipa a Bosnio la rutina de su patrona.
Pero la importancia parece estar en Vilma y su urgencia de historiar. Y allí sí pasan cosas. Para esta mujer el presente es “algo en desuso”, algo que debe “retomar en forma torpe”. “Solo queda vivir hacia los costados”, dice. Sin embargo, ella va hacia atrás. Y si bien poner en palabras lo vivido es un lugar común propio de la tercera edad, Vilma lo hace con una perspicacia y memoria notables. Lo hace así, y no sólo en su especie de monólogo –que Bosnio soporta y padece, ayudado por el objeto contrafóbico y omnipresente de nuestros tiempos–, sino también en una itálica que a veces aporta y otras tantas repite.
En el periplo de juventud de esta heroína –a la que no le alcanzan las dos manos para contar a sus hermanas–, habrá un rebaño que se le pierde y por el que partirá. Así conocerá a Trujillo, un viejo que tiene su casita “de piedra y piedra”, y a Hiu Sung Fá, la comerciante a la que ayudará a vender sus alfombras.
Vilma habla y habla. Y mientras Bosnio se entretiene tomando fotos o mirando las ya tomadas, Kerszberg aprovecha la ocasión para hacer zoom y darnos apenas algunas pistas de la historia de este joven bonaerense. En la experiencia de “leer” las fotos, los detalles se amplifican y el tiempo narrativo se dilata. Bosnio nos hace ver el fragmento, un retrato enriquecido de la particularidad. Para él, la mirada es más órgano que la lengua; no sólo porque habla poco, sino que cuando pareciera hacerlo, de inmediato el narrador le niega la palabra. Para ello se utiliza un recurso un tanto extraño: las rayas de cierre de cada parlamento de Bosnio se suceden de un “–no dijo”; innovación a la que finalmente la obra falla en inventarle un sentido, quedando trunca la expectativa.
A pesar del paisaje bucólico y pampeano, tan largamente usado en la literatura vernácula, Kerszberg, además de aportar gran inventiva, contamina y oscurece, captura en palabras-fotos al estilo saeriano del ojo atento y detallista, pero se tienta con encontrarle un sentido a cada acción, como si el mero movimiento, el significado de la simple voluntad de rascarse la cara tuviera una causa trascendental más importante que la picazón en sí (si el viento sopla desde el este, quizás no haga falta decir mucho más que desde el este sopla el viento).
Definitivamente, La mirada es más órgano que el ojo no es una novela común, y da esperanza no encontrarse con las peripecias vacuas de un antidiario personal, palermitano y pequeñoburgués, sino con la creación de un mundo propio, la atmósfera difusa, la abundancia de creatividad, incluso para con los nombres (Bosnio; un caballo que se llama Ferrocarril; el Infiernillo o el “tierreo“” –verbo con el que la autora le devuelve a la palabra tierra la merecida acción de su movimiento).
No falta tampoco la poética de “paisajes anchos que la dejan a una chata tempranito”, un campo de flores blancas, amarillas y turquesas que son la espalda de un gran animal dormido o “las cabras calladas como un fruto”.
En la totalidad de la lectura se destaca la capacidad que tienen todos los personajes de filosofar tan profundamente, lo que puede resultar llamativo, más aún cuando la historia no la conforman tres o cuatro docentes universitarios. El trabajo detallista que Kersberg aplica a la narración de imágenes y a los disparadores meditativos se descompensa cuando Vilma se sofistica en un registro impropio, perdiéndose la oportunidad de inventar una voz fuerte y particular, que juegue con la sintaxis y que haga marca en el lenguaje.
Entre las demás virtudes, frases como “el deseo de imágenes es el mismo deseo de existencia”, “no es la reflexión lo que te lleva a entender, sino el aburrimiento” o “muchos días sin compañía todo se vuelve una presencia” hacen de esta novela algo más que una mezcla de elementos. Kerszberg muestra la fuerza que tiene la escritura cuando palabras, imágenes y el acto del pensar se asocian buenamente.
3 de julio, 2024
La mirada es más órgano que el ojo
Violeta Kerszberg
Alquimia, 2024
194 págs.