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La otra hija

Santiago La Rosa


Milena Bracciale Escalada


¿Es el nacimiento un comienzo in media res? ¿Qué hay antes del fortuito suceso de nuestro natalicio? ¿Cuál de todas las historias que nos contaron es la verdadera? ¿Es posible construir una identidad, un relato propio, sobre la base del enjambre de palabras ajenas que nos tejen desde antes de nacer? ¿A partir de qué momento una persona empieza a cuestionarse este tipo de cosas? Tal vez, sería mejor acordar con Macedonio que el nacimiento propio y el del universo son hechos simultáneos: “El universo y yo nacimos el 1° de junio de 1874”, afirma el escritor argentino. Tal vez así, nos ahorraríamos unos cuantos problemas.

Pero no es esto lo que le ocurre al protagonista y narrador de La otra hija, la segunda y atrapante novela de Santiago La Rosa, después de Australia. Por el contrario, a partir del clímax que implica su transformación en padre, irrumpen de golpe en su cabeza infinidad de preguntas. La Rosa ─psicoanalista, editor y escritor─, construye un personaje que al parecer toma muchos aspectos autobiográficos, en tanto este narrador es también escritor y psicoanalista. Con ese recorrido personal, el autor aborda, de manera magistral, la angustia que produce la concientización de traer un niño al mundo. El terror de que nos invada la tragedia. Esa respiración que se detiene o, por el contrario, la taquicardia que desborda y nubla la razón. ¿Por qué grita mi mujer estando con el bebé? Algo tremendo seguro sucedió. ¿Cuántas posibilidades elucubra nuestro cerebro en esos infinitos segundos hasta que constatamos lo ocurrido? ¿Y si se enferma? ¿Y si nunca se adapta a la sociedad? ¿Y si es un monstruo? ¿Y si mi paciencia se agota? ¿Cuál es el límite al que soy capaz de llegar sobrepasado por la ansiedad y la desesperación? Y, a partir de todas estas incertidumbres, la pregunta clave que encauza toda la novela, ¿cómo se habrá sentido mi padre cuando nací yo?

Este cuestionamiento desencadena una búsqueda, que abre poco a poco un universo de cajas chinas que parece no tener fin. Cuando se empieza a hurgar, hay que estar dispuesto a sobrellevar las respuestas inesperadas y hasta contradictorias. De esta manera, la novela se transforma en una suerte de incógnita que subyuga, casi al estilo de un relato policial, en el que los diversos testigos que el narrador va entrevistando aportan sus relatos sobre el enigma mayor: el padre. Pero las piezas no encastran como en un rompecabezas, porque ese padre no es uno sino muchos. Y no sabemos cuál es el verdadero, cuál el farsante, o si todas esas versiones del padre son tan verdaderas como falsas: “Su vida eran historias que no se tocaban”. La búsqueda, por añadidura, desencadena otras preguntas: ¿cuántas vidas vivimos?, ¿cuántos múltiples personajes encarnamos a lo largo de los años de nuestra magra existencia? Y más aún: ¿es posible, entonces, construir un origen? ¿Hay un origen?

El narrador comienza su exploración leyendo libros sobre la muerte del padre: Paul Auster, Kureishi, Saroyan y hasta Freud. Pero lo llamativo es que ese padre sobre el que pretende reconstruir su historia está vivo. Un padre que se escabulle, que aparece y desaparece, un seductor nato que sin títulos que lo avalen fue líder de la macrobiótica, empresario, psicoanalista y hasta aclamado disertante en congresos internacionales. Un padre que quebró el lazo con su linaje de origen y sobre el cual elaboró un relato. Un padre, que antes de ser padre de este hijo y de su hermano, y esposo de su madre, tuvo otra familia, otra hija, y un destino trágico. Un padre que es, ante todo, un gran narrador, un constructor de historias -quizás por ello su hijo sea escritor-, pero que frente al enigma de su otra hija, lo invade el mutismo. Ese descubrimiento atroz y las dudas que suscita, el querer saber del hijo, conllevan una nueva distancia del padre, un nuevo alejamiento. Entonces, las dudas se acumulan y las preguntas crecen de manera exponencial. A más distancia, más incertidumbre. A mayor silencio paterno, más testigos que resquebrajan y multiplican las posibilidades de lo que pudo haber pasado, de lo que ese padre pudo haber sido.

La novela comienza con una breve situación inicial a modo de prólogo, en el que se presenta por primera vez la imagen de un pájaro herido. Los pájaros reaparecerán a lo largo del texto, lo que puede ser leído como una sutil metáfora de lo que producen los golpes en la vida: “Había escuchado que después de un golpe así se les quiebra el pico, pierden la orientación y ya no saben volver al nido. Si no caen fulminados, al poco tiempo los atrapa algún depredador”. ¿Cuánto afectó la trágica historia de su familia anterior al padre del protagonista? ¿Cómo era él antes de esa tragedia? O peor, ¿cuánto tuvo que ver él en esa tragedia? Luego, el libro se organiza en cuatro partes: “Nuestro destino” ─sección en la que una carta astral sobre su hija Luna impuesta por el padre sin ser solicitada sacude los peores temores─; “Un hombre despierta a mitad de la noche” ─frase inicial de un frustrado relato sobre la vida del padre proyectado diez años atrás─; “Una galería oscura” ─como oscuros son los laberintos que se abren a partir de la búsqueda del origen─; y, finalmente, y de nuevo, “Los pájaros”. La novela cierra otra vez con un golpe y con plumas desparramadas, pero en esta oportunidad ya no es un solo pájaro, ahora son dos, quizás porque ese hijo ya no es uno solo, ya se ha multiplicado en su pequeña hija, y ahora también es padre, y aunque los golpes lo desorienten decide cubrir el agujero de su propio origen con una nueva ficción: “Tenía un personaje, una versión para contarle a mi hija. Mi propio invento”. Ya no importa si es verdadero o falso, lo que importa es que es propio. 

La otra hija revela una de las voces más interesantes de la actual literatura argentina. La intriga del enigma la hace atrapante y la agilidad de su escritura impide que sea abandonada. Un progenitor que es un agujero, que es una multiplicidad de contradicciones, que nunca se enferma ni duda. Y, como contrapartida, el abismo existencial que se abre cuando un hijo se convierte en padre. Frente al mutismo y las certezas, la proliferación exacerbada de versiones y dudas.    

El padre de La otra hija siempre es el padre, nunca tiene nombre propio. Por eso, es imposible no identificarse con la historia que relata esta novela, porque todos somos hijos de alguien, porque nuestra vida siempre comienza in media res.

12 de enero, 2022

Chai. La otra hija.jpg La otra hija
Santiago La Rosa
Sigilo, 2021
256 págs.


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