“Lo único ilegible es la ingratitud del que escucha”, sentenció el escriba, el Big Muerto o Hermano Frágil, según Milita Molina: Lamborghini, Osvaldo. A Ariel Luppino le dicen que “es gracioso”. Esa obstinada manera de no leer... ¡Como si entender fuera un suicidio! Pues bien: lo es. Y como se lee ─si se lee─ en su nueva novella, La otra vida (Celestina Alessio, Barcelona, 2022), “este texto en algún punto puede ser entendible”. Quien quiera oír, que oiga. O, en otras palabras ─las mismas─, óyeme mi oíme.
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En una de sus vidas paralelas, Luppino “entendía el significado de las palabras pero no el sentido de las frases, y por eso escribía”. En otra, el significado le zumba ─como se dice de un perro zumbón─ ─pongamos por caso que el perro se llama Jerry─ ─supongamos ─por un momento─ ─¡es solo un momento!─ que Jerry, zumbón, ladra que el genio está en los labios. El zumbido del significado lo deja, a Ariel Luppino, beodo, como dormido ─tal y como anda, uno, cuando vuelve del desierto─, y en ese andar de ladeo se mueven las manos: escribe, escribe. Escribe: al dictado. De El Libro.
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En otra de sus vidas paralelas, Luppino no entendía el significado de las palabras pero iba llevado de la correa por el perro ─es y no es Jerry─ de las frases. Su tarabusteo.
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Y, en otra vida ─lo bien que hace─, Luppino saca a pasear a su madre con una correa. No porque estuviera loca, “simplemente tenía su carácter, su personalidad”: había mordido la cara a su tía y a su abuela, y a partir de esa tarde empezó a usar una máscara de hierro. Y correa. A su madre, Luppino, debe tenerla con la correa corta, y luego: correr. Porque deseoso es quien huye de la madre.
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La madre... decía que “yo no era su hijo sino un doble o una réplica (un sustituto)”. Decía: “que el truco había consistido en robarle un genio de verdad (un escritor o un artista con talento inigualable) y dejarle un genio de mentira (un idiota que garabateaba estas idioteces)”.
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Es claro que la madre de Luppino lee Literatura y no las escrituras. Que se emperra en la estúpida suposición de que existe todavía tal cosa como el siglo XXI cuando quien oye el zumbido sabe que el 22 de enero de 2021 ─calendario fariseo─ fue el 01 de enero de 2300 a. C. y d. C. de la tribu turca. ¡Si hasta el más tonto se avispa! En fin... Un escriba como Mario Bellatin lo sabe. Y sabe que “un escritor del siglo XXIII no debería escribir sino encontrar formas para que escriban los demás”. Los demás = la hueste. Turca.
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Eso, Mario Bellatin, lo sabe. Y Ariel Luppino sabe que “no hay que escribir sino encontrar formas para que los textos se escriban solos”. Una de las formas que encuentra Ariel Luppino se llama Mario Bellatin. Es un saber que se adquiere, pacientemente, mientras uno se estrangula ─es inútil: siempre una Beatrix nos “salva” en el último minuto─, en el acuífero confort amniótico, con el cordón umbilical. Cuando después de insistirle a uno ─uno, que solo quería, negándose a advenir, salir, y no entrar─, le fracturan las piernas y las atan con las sábanas que están blancas porque no hubo manchón nupcial. Madres estériles de hijos que se alumbran solo para abortar. Lo dijo Samuel Beckett: ¿no es mejor abortar que ser estéril? Lo dijo Osvaldo Lamborghini: intrigar, conspirar ─no dar el golpe. Lo digo yo: el apeo en la inminencia.
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Ariel Luppino es claro, como el agua que le brota a José Hernández del manantial, y dice: “Nunca fui autobiográfico: en mis textos aparezco travestido, transformado en otra cosa, casi irreconocible, y sin embargo algo persiste y brilla con una luz única, y eso es mi vida”. ¡¡¡Todo hay que explicar!!! “Si los maestros no quieren enseñar, tendré que hacerlo yo” (Lamborghini dixit, etcétera).
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El lenguaje, imperio clanco de la generalidad. De ellos. Luppino, confesional: “siempre tuve una relación personal, íntima, con las palabras, y eso es algo que está más allá del lenguaje” y que permite generar no un efecto de persuasión sino “de develamiento”. “No comunicar, transmitir”: Libertella. Héctor.
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Paola Cortes Rocca tiene una frase rotunda para referirse a la página de la Literatura. Ella dice: “la página abstracta de la literatura”. En esa novella crítica, “Flores de papel. Cruces entre la fotografía y la literatura”, Cortes Rocca habla de cómo Mario Bellatin macula la dicha ─mas no dichosa─ “página abstracta” de lo literario.
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Luppino ha arribado al punto de no retorno donde la página no es abstracta, aséptica, higienista. La página son las cuevas de Qumrán, materia horadable, espacial. Y el interior lleno de eco ─de ruidos, lleno─ de las trompetas de Jericó. Y la cartografía errática de las Últimas Poblaciones.
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De allí que el escriba Ariel Luppino no crea que el “libro” sea ─como es siempre para los escritores─ una esfera autónoma, con sus cuatro paredes, su piso y su techo (¿su techo? la tapa del ataúd). Luppino, es verdad, se divierte en lo oscuro. Pero es lo oscuro de la intemperie. Para él, el libro es un objeto que comparte la suerte de los objetos del mundo. En La otra vida están Las máquinas orientales (Club Hem 2019) (de allí la madre sacó la idea de financiar sus estudios traficando sangre), está El decapitado (Golosina Caníbal 2021) completo pero por completo, también, tergiversado, y están otros textos del escriba, algunos ya publicados y otros inéditos. ¿Insólitos? Todos. Hay preguntas respecto a la significación de ciertas frases que le plantea su traductor italiano, hay traducciones de la traducción italiana escoltada por Google, hay instrucciones, contratapas, libros fantasma, apuntes para escritos del futuro. Que ya fue. Porque las escrituras son todas en Una.
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Y la vida y la muerte están, se sabe, en un cuaderno a rayas.
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De nuevo: “Nunca fui autobiográfico: en mis textos aparezco travestido, transformado en otra cosa, casi irreconocible, y sin embargo algo persiste y brilla con una luz única, y eso es mi vida”.
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Y sin embargo...
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Ariel Luppino. Ariel Luppino habla bastante de la decapitación, pero en una de sus vidas “era judío pero me convertí al catolicismo por amor a la crucifixión”. Sucede ─es más frecuente de lo que uno podría pensar, al punto de que es lo único que ocurre─ que uno puede dejar ofrendas en cualquier altar, pero solo inmolarse ante uno. Y Luppino, que no elige, se decanta, se resbala. De sopetón. La cruz.
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“No era un escritor de culto sino un escritor oculto”. Museificó su propia vida, escribe. Empezamos con MOC, el Museo Oculto, “pero tampoco vinieron a verme”, dice como un niño al que dejan sentado a una mesa vacía el día de su cumpleaños, o como quien rebuzna “aquí no viene nadie / desde que me echaron de la École”. Entonces, como el enamorado, Luppino espera en algún lugar de la casa “en medio de la histeria y la desesperación”. Llegarán los refuerzos.
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Sí.
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Renée. Renée Cuellar.
Madre de Dios
y Bailarina.
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La otra vida fue publicado por Celestina Alessio en Barcelona en enero de 2022. Papel interior coral: 90 gramos. Tapas en cartón gris, laminadas con tela sintética de encuadernar, color negro. Tanto la tapa como la contratapa y los agregados en el interior fueron impresos en tipos móviles en tinta gráfica color naranja, como el aura de Ariel Luppino. La máquina empleada fue una Vandercook, cuyo sistema de impresión se compone manualmente grafo a grafo. La encuadernación es artesanal y, la costura interior, francesa, es un suave cordel de gasa, negro. “El blanco era la escritura; el negro, la realidad” (Luppino, arch. pers., 2022).
La otra vida fue editado en una tirada de un solo ejemplar.
No está en venta.
2 de febrero, 2022
La otra vida
Ariel Luppino
Celestina Alessio, 2022
88 págs.