La portadora del cielo inicia con una primera escena de pesca. Vendla, la niña protagonista de esta novela, está junto a su abuela Mirjami en una barca sobre el río Lácteo, como lo bautizó secretamente. Vendla captura con las redes un lucio, lo pone sobre la barca y se dispone a darle muerte. La niña recuerda la enseñanza de su abuelo muerto de cómo matar un pez. Ella lo golpea, y “una sensación de vacío vertiginosa” recorre todo su cuerpo. Son las horas tempranas de una jornada que será larga y se extenderá hasta el día siguiente atravesando la noche con la vigilia de los habitantes de la zona que intentarán evitar una posible tragedia: buscan a Vendla y a un niño en las inmediaciones del río.
Esa escena del inicio quizás condense parte de las aristas que se desarrollarán en la novela. En principio, la religión, si pensamos la connotación cristiana del pez. Vendla vive con su abuela en una granja, un prado alejado del pueblo, de donde vendrán a buscarla para llevársela, para encaminarla por el sendero de Dios. El cuñado de la abuela es Predicador y junto a su esposa quieren llevarse a Vendla para sumarla a su familia de 8 hijos. A este respecto conviene tener presente que en Finlandia está fuertemente arraigado el Laestadianismo, que data del siglo XIX, una vertiente conservadora cristiano-luterana, cuyas familias se caracterizan por tener 8, 10, 15 hijos. Su fundador fue Lars Levi Laestadius (1800-1861) un pastor sueco. Retomando, entonces, Vendla, según la mirada de esta parte religiosa de la familia, vive en pecado, y por lo tanto es necesario salvarla. La niña lleva como herencia las culpas de su madre, pero también sus zapatos, que usa a pesar de que le quedan grandes, y un vestido que le envío por encomienda.
Otra de las aristas que contiene la escena inicial es la sintomatología de ese cuerpo infantil que es pura intuición, pura emoción. Vendla mata al pez y siente en el estómago un vertiginoso vacío. A lo largo de esas dos jornadas su cuerpo reaccionará de diferentes maneras frente a los hechos, las palabras, los gestos y las fisonomías de los demás. Y de todos ellos emergerá, constante, la intuición de que algo malo va a suceder. No solo siente, también ve signos que ella cree presagian, dentro de una cosmovisión personal, inventada, algo malo, como cuando ve trepar por la pared que está detrás de las abuelas que charlan después de la liturgia, unas cuantas hormigas negras; o como cuando encuentra un pájaro muerto tirado entre la hierba, al que toma entre sus manos y “guarda dentro del bolsillo endurecido del delantal”, para luego anunciar a los niños del Predicador que alguien va a morir, porque eso es lo que indica el pájaro de la muerte.
Escrita en presente, desde la perspectiva de Vendla, y desarrollada en una secuencia perteneciente a dos días contiguos, el primero de los cuales es día de liturgia, La portadora del cielo propone al lector ir transitando un estado de incómoda ignorancia y, por lo tanto, de avidez de datos, que será necesario ir acopiando morosamente para dar sentido a este fragmento de vida que se nos ofrece a ramalazos.
Esta elección del tiempo presente es interesante de señalar, porque sumada a una voz narrativa limitada a contar lo que observa, siente y piensa la niña (a veces también la abuela, pero sobre todo la niña), tiene como efecto la sensación de estar asistiendo a la sucesión del acontecer y por ende a la opacidad del presente, que es el tiempo del sentido oculto, del impulso, de lo que no sabemos cómo va a terminar. Si sólo nos es dado comprender el sentido de lo que ya forma parte del pasado, porque podemos visualizar el sistema que se ha ido tramando secretamente en cada uno de los acontecimientos, el presente, entonces, es el tiempo de la opacidad.
De modo que todo lo vamos descubriendo poco a poco, no hay una voz narradora que se jacte de conocer y manejar la totalidad de esas vidas. Así, es con la llegada de un cartero por ejemplo que nos enteramos del nombre completo de la niña: Vendla Katariina Joenpolvi; de que sabe escribirlo a pesar de no haber empezado aún la escuela; y de que la madre está ausente de su vida: “De tu madre, ¿recuerdas algo?”, le pregunta.
Que la perspectiva sea la de Vendla hace que la narración esté habitada de sus fantasías, construidas como refugio y evasión del entorno en que vive, donde la opresión religiosa, física y psicológica, atenta contra su libertad y su inocencia, fantasías de una mirada poética atravesada por el desconcierto, la creatividad, el miedo, la superstición y el dolor.
Vendla parece entender que el mundo que intenta construir para sí –cuya libertad reside en las palabras que inventa, porque darle nombre a las cosas hace que dejen de infundir miedo; en las canciones que se canta internamente; en los bailes y los juegos que se festeja– no se corresponde con el mundo de los creyentes, con la Familia Celestial. Bailar es pecado, ponerse el vestido que le regaló su madre también, y mencionarla además le está prohibido. Vendla es vista como una pequeña niña bruja, los Hombres Celestiales vienen por ella, pero les tiene miedo y sabe que sólo se salvará si logra esconderse.
La portadora del cielo pone en escena cómo la mirada creativa, libre, inocente de una niña comienza a ser acechada por otra mirada, la de los adultos y sus creencias, la de una religión cuya ortodoxia castrense y opresiva conviven con la hipocresía de palabras que invocan el amor y la luz.
5 de ferebro, 2025
La portadora del cielo
Riikka Pelo
Traducción de Luisa Gutiérrez Ruiz
Fiordo, 2024
192 págs.