En Izquierda y derecha (1929), el primer libro de la serie dedicada al autor austrohúngaro Joseph Roth que comenzó a publicar la editorial Godot, se detallaban el contexto histórico, el ambiente y el clima (in)moral en los que actuaban esos personajes que se esforzaban por medrar trepando entre los escombros del imperio derrotado y diezmado luego de la I Guerra Mundial. Tanto Paul y Theodor Bernheim, miembros de la clase acomodada, como el exiliado “emprendedor” Nikolai Brandeis, los tres mezquinos sujetos de Izquierda y derecha, impulsados por sus ambiciones personales, buscan acomodarse convenientemente, a través de negocios deshonestos o de la mercenaria escritura periodística, en la nueva realidad y en los nuevos valores de la Austria de los años 20'.
En un marco y un ambiente semejantes se desarrolla La rebelión, publicada originalmente en 1924 y que se convierte en la segunda novela, traducida también Daniela L. Campanelli, de esta colección que recupera las obras de Joseph Roth. Es decir que las coordenadas temporales y espaciales se replican pero, en este texto, con una modificación esencial que nos permite introducirnos en una evidente variación dentro del mismo tema: las alteraciones y los cambios que se produjeron en la posguerra. Principalmente, porque el protagonista es un hombre del pueblo; simple, ingenuo, aferrado a una profunda fe en un Dios y en un Gobierno justos que garantizan que cada hombre recibe lo que le corresponde, y quienes no comparten su credo, en su opinión, son “infieles” dignos de todas las desgracias. Y él, que ha recibido en el frente de batalla una herida que le ha provocado la amputación de una pierna, se complace de llevar en su pecho una condecoración y que le otorguen, con la forzada alta en el hospital militar donde se recupera, una licencia para tocar el organito en la vía pública. “Un inválido recibía el respeto del mundo; un inválido condecorado, el respeto del gobierno”.
De esta manera razona Andreas Pum –con esa suerte de onomatopeya que compone su apellido, y su nombre: andreas, en latín el varón; el hombre explosión, el hombre disparo, y por qué no, el hombre acompañado con el sonido-golpe de la caída–, mientras con su pata de palo –porque entre el caos y la represión a los rebeldes, su prótesis nunca ha llegado– recorre las calles de una ciudad que intenta volver a la vida después de tanto luto. En las descripciones de los lugares –el hospital donde se hacinan los heridos de guerra, el cuarto de pensión que Andreas comparte con el pillo Willi y su novia Klara, los tranvías, los bares y las calles de esa ciudad sombría– se esbozan las imágenes crudas de la sordidez de un mundo deshecho, la atmósfera gris que borra cualquier resabio del esplendor perdido.
Gracias al permiso que porta, puede vivir de la caridad de quienes le arrojan monedas cada vez que se detiene, en una esquina concurrida o en un patio, a hacer girar la manivela para que emerja del organito, como si fuese él el intérprete, un gran artista –otro sutil engaño de la técnica–, la música más delicada, la banda de sonora de las pasiones y los sentimientos humanos. Así, milagrosamente, consigue “seducir” a la viuda Katharina y, por un momento, creer que arribará a la vida feliz que considera haberse ganado.
Sin embargo, en la sucesión de fatales episodios, Andreas Pum sufre y descubre tanto las miserias y traiciones humanas, como la falibilidad y la arbitrariedad del aparato burocrático del Estado. Soporta y es víctima de las injusticias del sistema judicial, de la desigualdad de clases –que convierte en verdades indiscutibles las falacias de un privilegiado empresario–, de la rigidez de los reglamentos que encorsetan la vida y lo privan hasta del mínimo atisbo de libertad. Defraudado, decepcionado en sus creencias, pierde la fe y se hunde en el escepticismo: “¿Dios vivía detrás de las estrellas? ¿Podía ver el lamento de una persona y no se conmovía? ¿Qué pasaba detrás del azul helado? ¿Reinaba un tirano sobre el mundo y su injusticia era tan inmensa como su cielo?”.
Indefectiblemente, la lectura invita a asociar los padecimientos de Andreas con los narrados por Franz Kafka en El proceso, publicada un año después, aunque escrita entre 1914 y 1915. En la comparación rigurosa, es posible que la claridad sin atenuantes y la evidencia del pesimista y amargo mensaje, tan explícito, de Roth, se encuentre en una desventaja literaria frente a la potencia sugestiva y las múltiples implicancias de la novela de Kafka. Sin embargo, entre las semejanzas, puede sentirse en La rebelión la misma pequeñez del hombre frente al sistema, bajo el rigor de un Estado despótico que aplasta y pulveriza al individuo.
De esta manera, Andreas Pum se nos aparece como el hombre masa, el hombre sin atributos que describió Robert Musil, un nebuloso sosías del kafkiano K, la víctima culposa y culpable de ningún crimen más allá de su insignificancia. Joseph Roth no busca la empatía. Pretenderla sería humillar al lector, su contemporáneo, y acaso alcance con transmitirle una pena pasajera por esas víctimas. Un poco de lástima: ese despreciable sentimiento. Andreas deviene, entonces, en una alegoría de los oprimidos, de los despojos que escupe la máquina trituradora de la guerra y su colofón: el Estado que se forma después de la contienda.
16 de agosto, 2023
La rebelión
Joseph Roth
Traducción de Daniela L. Campanelli
Godot, 2023
120 págs.