Amortiguando la sórdida oscuridad que el gótico latinoamericano ha sabido acrecentar en los últimos años –ya sea gracias al talento de la boliviana Giovanna Rivero, al de la ecuatoriana María Fernanda Ampuero o, más acá, al éxito crítico y comercial de Dolores Reyes con su Cometierra, o al oficio de Samanta Schweblin–, La segunda venida de Hilda Bustamante, primera novela de la jujeña Salomé Esper (1984), llega, de la mano de la editorial Sigilo, para recordarnos que la parca no tiene por qué usufructuar la negra ansiedad del terror. Sin duda, a muchos (y a muchas) la muerte, plácidamente, les sienta bien.
En el cementerio de una ciudad pequeña –un pueblito de infierno grande y caracteres pintorescos que podría llevar la rúbrica de García Márquez– un suceso inexplicable, milagroso, está teniendo lugar: la tierra de una tumba se remueve repentinamente; emerge primero un puño, luego un brazo de mujer entero, luego el otro. Por fin, el cuerpo completo resplandece a la luz de los vivos. Hilda Bustamante –que falleciera no hace más de un año, a sus setenta y nueve abriles– revive. La mujer “se sacudió la tierra rápido, como si recién se hubiera caído y levantado, se pasó los dedos por el pelo mirando a los costados, como si esos gestos inocentes y hasta elegantes pudieran borrar su pasado inmediato, como si no sintiera todavía ese ardor. Y sin querer pensar, pensó: ¿ahora qué?”.
Y ahora qué. Y ahora cómo. Estos son los interrogantes, claro, que, como novelista, Esper tiene que sortear. Presentada la resucitación al comienzo de la novela, ¿cómo seguir? La autora retoma ciertos episodios pretéritos de la protagonista y de personajes satélites (su enamorado marido, su hija adoptiva, sus amigas, su amante de una exclusiva ocasión) para robustecer tanto a los personajes como a la vida en la ciudad. En una aceptación ciega –el amor ingobernable de Álvaro, el esposo; el cariño incuestionable de Amelia, la hija; el fervor religioso de una amiga– el tono de la novela escapa del fantástico para cobijar el hecho escandaloso con la ternura de los buenos sentimientos y con algunos efectos humorísticos consecuencia de la automatización de ciertas prácticas, sociales e individuales. Humor que alcanza a la propia resucitada, puesto que ¿cómo no enfurecerse cuando uno despierta de entre los muertos, escupe los gusanos que deambulan por la boca, rompe el féretro, emerge de la tierra, regresa al hogar, enfrenta la muda mirada del amado, ingresa a la cocina y observa que el salero no se encuentra en su correspondiente alacena?
Distantes, entonces, de aquellos seres traumatizados del gótico latinoamericano por oscuras neurosis, tétricas perversiones o dones arduos de sobrellevar, Esper da vida a caracteres delineados por el trazo de cierta idealización infantil, por la defensa, en suma, del candor humano. Lejos de cualquier ínfula de denuncia político-social, de la escenificación de miedos atávicos o ancestrales, La segunda venida de Hilda Bustamante esboza una alegría bonachona, en una apuesta inconfundible por la fortaleza de los afectos, de los vínculos filiales y, sobre todo, del amor, puesto que la novela de Esper no deja de ser la historia de una indestructible devoción: la de un esposo por su esposa. La de alguien para quien el amor después del amor supone, en última instancia, el amor después de la muerte.
30 de agosto, 2023
La segunda venida de Hilda Bustamante
Salomé Esper
Sigilo, 2023
168 págs.