Los libros que en su exterior –es decir, tapa y contratapa– contienen poca información de lo que podemos encontrar en su interior suelen entusiasmar. El prescindir de un título claro y directo y una contratapa con un texto informativo es una jugada más o menos arriesgada de venta. Estos libros tienen la obligación de ganarse el interés y la curiosidad del lector con otras herramientas más complejas. Son, en general, obras literarias que no apuntan a la búsqueda de una recepción inmediata, sino que se dedican a generar lectores, y eso, como alguna vez me dijo Juan Mattio mientras hablábamos de la novela Big Rip de Ricardo Romero, “tiene otra temporalidad y hay que asumirla”.
En la contratapa, algunos fragmentos sueltos de la prosa de Mattio: “Las historias no son más que historias. Se cuentan, se leen, a veces se escriben. El problema es comprender su poder para deformar. Comprender la distancia atroz entre la vida y las palabras”. Ya en su interior, en el índice, finalmente encontraría las primeras referencias para empezar a entender el tono y los intereses del autor: palabras clave como “post-apocalipsis”, referencias a la obra de Philip K. Dick, las palabras “marxismo” y “gótico” juntas en una misma oración, “alucinaciones” seguido de “capitalistas”. El libro correcto, entonces, para un lector con intereses como la ciencia ficción, el terror, la política, la hauntología, la música, el cine, Mark Fisher, Fredric Jameson, China Miéville, Philip Dick o Stanislaw Lem.
El primer capítulo, narrado a través de las entradas fechadas de una especie de diario personal, lleva el título de una de las mejores –aunque quizá un poco subestimada– novelas de Philip Dick: Una mirada a la oscuridad. En la primera entrada de este capítulo dedicado al escritor norteamericano –que más que un autor Mattio lo considera un “paisaje mental”– escribe: “Por eso leer a Dick fue como volver a mi casa de infancia. Un espacio aterrador y familiar”. La sombra de un jinete desesperado es un libro de ensayos de prosa, por momentos, muy poética. Juan Mattio se vale de los recursos de la narrativa de ficción y propone una lectura menos rígida y más lúdica. Un ejemplo: en el primer capítulo introduce al personaje principal y narrador –él mismo–, un protagonista que nos cuenta en primera persona momentos de su vida mechados con reflexiones sobre la obra de Philip Dick y sus primeras lecturas, su amor por la ciencia ficción y situaciones que podrían entenderse como banales –acostar a sus hijos, abrirse una cerveza, ver entrevistas de Dick en YouTube donde habla sobre universos alternativos que se cruzan, glitches en la realidad y paranoia– pero que lo retratan de cuerpo entero para que los lectores conozcamos desde el inicio de este viaje a nuestro personal Virgilio.
Hay intelectuales, ensayistas, escritores que, de vez en cuando y por piedad, descienden desde sus montes de sabiduría infinita al llano, sólo para hablarnos a los no-iniciados. Bajan a jugar un rato al barro con nosotros, los simples lectores mortales, y luego vuelven flotando a su Olimpo. Mattio, por el contrario, no es un escritor que baje a jugar al barro, vive en el barro, es un escritor-obrero que analiza desde el llano, su espacio de estudio está ubicado en el dickiano barrio de Once, con sus copias y falsificaciones, con sus manteros, sus vendedores chinos y su colorida contaminación visual: un barrio ciberpunk, con i latina y sin luces de neón. Su objeto de estudio son los textos de Marx, Deleuze y Guattari, Franz Kafka, Joseph Conrad, Walter Benjamin, Ricardo Piglia, James Ballard, Gilbert Simondon o Witold Gombrowicz, pero también la cultura más pop representada en películas de cyborgs como Robocop de Paul Verhoeven, en relatos de automóviles malditos como Christine de Stephen King y John Carpenter, o en animes cyberpunk como Ghost in the Shell y Blame! Una de sus mayores virtudes como escritor y ensayista es conseguir imbricar todas estas ideas que a priori parecen pertenecer a universos muy diferentes, todo ese bagage cultural tan diverso, y transformarlo en análisis coherentes, hipótesis frescas, interesantes, y sobre todo arriesgadas. Porque los libros de ensayo están llenos de hipótesis posibles, pero no interesantes. Se me podría replicar que la realidad no tiene la menor obligación de ser interesante, y yo, si fuese Erik Lönnrot, respondería que la realidad puede prescindir de esa obligación, pero no las hipótesis. Motivo por el cual me parece que, por ejemplo, considerar el AntiEdipo de Deleuze y Guattari como un libro dickeano, es una hipótesis sumamente estimulante.
Quizá la joya del libro –por lo genial y también por lo rara– sea ese ensayo dedicado a la serie The Wire, a la que, acertadamente, Mattio llama “la comedia humana de finales del siglo XX”. Aunque a priori el análisis de una ficción hiperrealista dentro de un libro que dedica (casi) todos sus capítulos al análisis de ficciones en su mayoría de género –ciencia ficción, terror, ficción extraña, gótico, cyberpunk– puede parecer fuera de lugar, lo cierto es que existen al menos tres temas que recorren todos los ensayos: las ideas políticas desde una mirada marxista, la extensa y pesada sombra de Philip Dick –me gusta pensar que ese jinete que parece querer atravesar la tapa con su caballo mecánico es el mismísimo Dick, que a su vez atraviesa la gran mayoría de los textos de este libro–, el lenguaje y la tecnología. La tecnología artificial y la tecnología humana: el lenguaje como tecnología, como virus burroughsiano que llegó del espacio exterior; el lenguaje como tecnología mágica –“el lenguaje embrujado” como lo llama Walter Benjamin– o el “lenguaje del terror” a decir de Mark Fisher; la escritura como tecnología; la lengua como una máquina de ensambles para Conrad; la memoria como tecnología; la tecnología futurista en la ciencia ficción de Philip Dick.
Al resaltar la importancia de la tecnología de espionaje para el devenir de la trama de The wire, Mattio hace que encajen todas las piezas y que el análisis de una serie hiperrealista pueda convivir en armonía con textos que indagan en el imaginario de la máquina –el cyborg, el robot, la IA–, que repiensan las distopías a través de los colapsos y los paisajes post-apocalípticos, que se preguntan cómo afecta a la escritura la forma que tenemos de habitar una lengua, e incluso con ese capítulo anómalo y lleno de imágenes memorables –que recomendaría leer como un cuento epistolar– donde Juan le habla al guionista de Seven (Pecados capitales) a través de una larga carta donde lo imagina lector de Borges y le cuenta cómo su padre lo entregó a la ficción –una ficción escrita por él– en una tarde gris y fría.
Por último, me tomaría el atrevimiento de modificar –apenas– el epígrafe del último capítulo de este libro, una cita de David Foster Wallace: “El objetivo de la buena ficción los buenos ensayos es darle calma a los perturbados y perturbar a los que están en calma”. En estos tiempos aciagos donde muchos estamos tristes, un poco derrotados, pero sobre todo preocupados por el futuro próximo, La sombra de un jinete desesperado es un libro fundamental para traernos calma a nosotros, los perturbados.
10 de enero, 2024
La sombra de un jinete desesperado
Juan Mattio
Godot, 2023
120 págs.