A veces la convivencia más difícil de todas es con una misma. En la novela Tesis de una domesticación de Camila Sosa Villada –recién llevada al cine con su participación como estrella– la protagonista, una celebrada actriz trans, lidia con la ambivalencia que le provocan su familia y su vida acomodada. En el nuevo libro La traición de mi lengua los sentimientos encontrados recaen sobre la autora y el oficio de escribir. “Me escribo”, afirma Sosa Villada. “Es mi derecho escribirme y no saber”. Su forma de pensar la escritura no reconoce ningún límite entre artista y obra: escribiendo, la autora se crea a sí misma. Sin embargo, la conclusión de la frase –“y no saber”, un derecho que reclama junto con el de escribir– deja claro que la creación no le permite muchas certezas. Las imágenes que elige a lo largo de La traición de mi lengua para evocar el proceso son violentas: escribir es un “crimen”, implica traicionar “su intimidad, la intimidad de su familia, de sus amores, de los secretos que exigen silencio, de la justicia humana del silencio”. Para ella escribir es a la vez una necesidad y una cruz.
La traición de mi lengua se resiste a la categorización: combina varios géneros literarios sin decidirse por ninguno. Es una suerte de continuación de sus dos primeros libros: el poemario La novia de Sandro y el ensayo El viaje inútil. Con El viaje inútil comparte el enfoque en la infancia de Sosa Villada y el lugar que la escritura ocupa en su vida; sin embargo, el nuevo libro aborda esos temas de modo distinto. Es mucho menos concreto: la prosa es autobiográfica pero está lavada de las referencias y los nombres propios que en El viaje inútil ubicaban la narración en un lugar y tiempo específicos. Eso le da a la autora la posibilidad de virar la narración hacia lo sobrenatural: de repente, en un día de mucho calor, aparecen dos brujas que “se desplomaban desde sus escobas en pleno vuelo”. Una niña que puede o no ser Camila de chica –Sosa Villada comienza a escribir en tercera persona– y su madre las cuidan mientras se recuperan, y los recuerdos de infancia que viene narrando se vuelven un cuento de hadas.
Las semejanzas con La novia de Sandro son igualmente llamativas. Sandro vuelve como personaje hacia el final del libro; Sosa Villada lo nombra como guiño al poemario. El clima emocional de La traición de mi lengua es parecido al de ese libro: es una mezcla de la rabia que anima poemas como “Soy una negra de mierda” y la soledad que marca otros como “Hoy es feriado y limpié mi casa”. La lógica de su estructura es también la de un poemario: los breves apartados del nuevo libro no componen un argumento sostenido, sino que evocan en su conjunto una mirada, una forma de sentir y una relación particular con el lenguaje. Por momentos el libro parece menos una obra de no ficción que una serie de poemas en prosa.
Sosa Villada expresa impaciencia con etiquetas de todo tipo: decide “que la identidad era una cárcel”, se pregunta qué pasaría “si yo renunciara a la palabra travesti”. La imposición de categorías, “la exigencia adulta de decirnos”, no responde a sus necesidades como autora y mujer trans sino a las de “los maestros, los sacerdotes, los parientes”: los que hacen cumplir los mandatos sociales. Rechaza con sorna a los lectores que la compadezcan. “Yo no siento piedad por ellos”, escribe. “Ojalá pudiera quedar incrustada como una espina que se infecta, bajo la piel de su memoria”. Insiste en su particularidad, aunque la convierta en una persona arisca incluso consigo misma. Eso se aplica también a La traición de mi lengua: Sosa Villada evita encasillarlo en un género literario, porque eso limitaría sus posibilidades expresivas. “¿Decir quién soy?” protesta. “Decir que soy la nada. O un río. O un hechizo que fue conjurado en mi cuna”.
En el primer párrafo del libro, la autora habla de la elipsis como herramienta, una forma de abrir un espacio para una “escritura tácita, algo que continúa sonando incluso sin instrumentos”. Se propone aprender “el arte de escribir lo que no se dice”. Ella cumple con este último propósito en su sentido más obvio con las intimidades que comparte a lo largo del libro: cuenta las cosas que no se dicen, como su participación incómoda y excitante en la vida erótica de sus padres.
Sin embargo, las elipsis también permiten que convivan afirmaciones aparentemente contradictorias. Sosa Villada se contradice constantemente: como reconoce en El viaje inútil, está “siempre con ganas de rebelarse hasta contra los vientos a favor”. Abre el libro anunciando que ha empezado clases de gramática, para “saber qué es lo que tengo entre manos”; después expresa odio hacia “la gramática férrea, coronada de oro y piedras preciosas” propiedad de los varones, y el deseo de “matar a la escritora que copió un lenguaje”. Hace un listado denunciando todos los objetos, experiencias y sensaciones que se han vuelto mercancías bajo el capitalismo y lo cierra reconociendo que ella también se vende, por “el gusto vacío de la venganza de una mujer pobre”. Afirma que “soy incapaz de escribir ternura” y tres páginas más adelante describe con ternura desgarradora la agonía de la yegua que la llevaba por el monte de chica. La estructura de este breve libro, con sus saltos entre apartados, hace lugar a cada una de sus aseveraciones sin dar la razón a ninguna.
La traición de mi lengua es un libro extraño, escurridizo, que se retuerce en las manos como si fuera un anguila. Ofrece una serie de vívidas impresiones que no se hilan entre sí; uno cierra el libro con la sensación de despertarse de un sueño que deja pocos recuerdos pero una atmósfera palpable. Quizás sus elipsis –los silencios entre los fragmentos– son las treguas que de vez en cuando se dan incluso en las convivencias más conflictivas.
30 de abril, 2025
La traición de mi lengua
Camila Sosa Villada
Tusquets, 2025
88 págs.