Toda lectura pide la pregunta por el narrador y todo texto hace una pregunta sobre el mundo. Dicho así, en el borde de la grandilocuencia, se podría pensar que solo lo enroscado cumpliría con la misión. Pero no. En el cuento “Silencio” (Manual para mujeres de la limpieza, Alfaguara, 2015), Lucia Berlin hace una pirueta deliciosa. Escribe: “La bibliotecaria era (no se rían) un encanto”. ¿A quién le habla esta narradora? ¿Desde dónde? ¿Qué preceptiva desobedece para meternos de prepo en su universo?
Magalí Etchebarne ganó hace poco el Ribera del Duero, premio que pone sobre la mesa lo más granado del cuento actual, con La vida por delante, cuatro relatos cargados de piruetas deliciosas. Pero no se trata de destrezas del ingenio o del susurro chismoso de la oralidad. La escritura, pulidísima, procede de una mirada. Entonces, ¿qué ve Etchebarne, y hasta dónde alcanza su mirada?
Flannery O'Connor hablaba de quien busca una imagen que conecte dos puntos: uno concreto y otro invisible; en este último, quien escribe cree fervientemente como los demás en lo inocultablemente real.
El cuento que abre el libro –“Piedras que usan las mujeres”– termina de cerrarse en “Temporada de cenizas”. En la superficie, una enfermedad que va minando a la madre, la hija que acompaña y duela. Debajo: el amor, el matrimonio, la familia, los legados, la fatalidad de la costumbre, la adultez, los automatismos. La narradora y su hermana Nadia se cruzan de cuento, como algunos personajes de su libro anterior Los mejores días (Tenemos las máquinas, 2017): caminan ahí adentro, siguen siendo, haciendo sus cosas, traccionan la propia vida. El efecto de organicidad es abrumador por lo perfecto. En ambos, la narradora ofrece un yo preciso, a salvo de cualquier tropezón autorreferencial. La mirada recorre tiempos distantes, distintas capas: la infancia, la vida de los padres antes de ser los padres, el mundo de las mujeres abandonadas, las profecías familiares. Etchebarne se mete entre los pliegues y ofrece “esos detalles concretos de la vida que hacen real el misterio de nuestra posición en la tierra” (otra vez O'Connor).
En los otros dos cuentos, “Un amor como el nuestro” y “Casi siempre desesperados”, una tercera persona entra en dos mundos que podrían intercambiar los títulos y funcionarían igualmente bien. Todas las preguntas sobre la vida parecen agolparse en pérdidas tempranas, amores de novela, paraísos suicidas, lo que nunca alcanza y la repetición, una y otra vez, de una suerte de guion existencial. No por nada hay personajes de ficción en el primero, a cargo de una best seller de novela erótica que postula siempre el amor como rapto; y en el segundo, un director de teatro y una actriz que no florece nunca. En ambos, la pareja reclama fuerza y propone lucha de algún tipo. Es esa institución anclada en la costumbre y condenada a fallar: “Un día volvés de una fiesta de disfraces y el otro no se puede sacar más el traje...”, dice en “Casi siempre desesperados”.
Hay aquí un linaje reconocible y muy bien procesado: Dorothy Parker, Alice Munro, Amy Hempel, Grace Paley, la misma Berlin, Hebe Uhart, Inés Fernández Moreno. Desde su primer libro hasta este reciente y contando Cómo cocinar un lobo, su poesía que editó también Tenemos las máquinas en 2023, mucho se ha hablado de su frescura. Hay en cada línea, en cada párrafo, una torsión, como si Etchebarne inclinara la cabeza y pudiera ver desde esa posición que solo ella alcanza una pequeña fiesta de sentido. La adjetivación es una de sus herramientas. Dice: guerras lloronas, golpe jurídico de la realidad, formas más teatrales del dolor, estrategia eunuca, agonía geronte. Subvierte y desplaza a lo loco para hablar de los días previos a la muerte como los más amables de la vida, para mirar el cielo y hacer la plancha; y cuando la muerte llega, le toca a la hija guardar los remedios, ya inútiles, en el cajón y dice de esa mudanza: “no deben haber entendido nada”.
No cae en la tentación de la época que pide a la literatura tema y statement. Al contrario, nos dice que todo es un poco más complejo: “Cualquier mujer está entrenada para descuartizarse”, observa en el primer cuento. Y en el último, Ana, protagonista, reconoce que vive atrapada en una pila de principios: “... no como alimentos procesados, no dejo que me inviten el trago, no voy a tener hijos, no compro en esa marca, no me pienso casar, no miro las películas de ese abusador, no, no, no. Cuando soy sincera, pienso que, si esto es reinar sobre mí misma, yo habría preferido ser una reina loca, mi propia María Antonieta”.
La frase la vida por delante es, para el sentido común, una esperanza de lo que nos queda, lo que nos resta. Aquí, dicha en dos de los cuentos, se alude justamente a eso ante una tragedia y una separación. Pero Etchebarne, maga al fin, nos muestra también que es aquello con lo que podemos toparnos de frente, que puede ser un choque con el sinsentido. Y ella consigue –deliciosas piruetas mediante– hacerlo más tolerable.
1 de agosto, 2024
La vida por delante
Magalí Etchebarne
Páginas de espuma, 2024
120 págs.