Ladera umbría, de Walter Cassara, tiene un principio, el movimiento; un relato, la vida y sus texturas; y un tema, la poesía y su quehacer, el despliegue de sus instrumentos y preocupaciones, la construcción del espacio desde el cual la poesía se va a desplazar para fusionarse con la vida y trabajar como un único vector. La poesía no se presenta aquí solo como una forma de conocimiento, como el campo desde el cual podemos, por ejemplo, indagar la realidad, aunque se despliegue entre oficios, labores y saberes, porque el motor de estos textos no es la realidad sino la vida, y la poesía entonces no es otra cosa que un principio vital, la forma vital y el sentido del movimiento. ¿De qué se trata entonces? De un libro que se va a mover en los oficios terrestres, en las economías de las labores, en los trabajos y los días, en la experiencia de las formas estéticas, en lo que atesora en un poema como el ángel de la historia (que fecha en Portbou y eso, sabemos, es Walter Benjamin leyendo el cuadro de Paul Klee), porque allí, en ese movimiento que conduce, y este es uno de sus ejes, al derrotero de la infancia y de la vida agrícola, la poesía va a pensar su quehacer. Ladera umbría elabora, en cada movimiento, el sentido, el propósito y la textura de su poética, y lo hace desplegando y dejando leer su vida doméstica, sus combinaciones, mezclas, remisiones, orígenes y lecturas. Vamos a recorrer textos, citas, músicas, pinturas, poéticas, oficios, lo que llama semblantes, y antes fantasmas y al final álbum, un encadenamiento que es, en verdad, la manufactura de la poética de Cassara. Es una poética porque nos deja entrar a su laboratorio (y es un laboratorio porque vemos las soluciones, mezclas y sustancias) y lo es también porque nos deja leer su ingeniería (y es una ingeniería porque nos presenta sus mecanismos, los cálculos de su estructura y su construcción).
Un principio, un relato y un tema: movimiento, vida y poesía. El texto de Cassara hace funcionar esos tres vectores, los va a ordenar, reordenar y mezclar hasta fundirlos en un solo vector al que va a llamar ladera umbría y es quizás por eso, porque es el efecto de la fusión de esos tres vectores, que todo el texto opera como un continuo. No como un solo texto, sino como un continuo, una sola fuerza que no empieza ni termina con estos poemas, sino que está antes y después, y los poemas entonces son un recorte, una figura parcial, provisoria y dinámica de ese movimiento. Un texto continuo y en movimiento constante al que ingresamos con un epígrafe de Carlos Mastronardi que une infancia, umbral y movimiento y dice: “Allá quedó la infancia, en ese umbral, mirando el movimiento claro de los días”. Vamos a leer esa combinación y a encaminarnos desde allí, desde la posición y la variación de esos elementos, porque a los poemas accedemos con la frase que nos anuncia que lo que leemos “comienza por un mutis lejano que atraviesa todo el Atlántico” y ese primer texto en prosa, donde la pregunta se dirige a la madre, abre esa frecuencia, la vida. No se trata de pintar la vida, sino su extrañeza (y eso dice el poema); y no se trata de pensar la vida como tema, sino de amalgamar en el poema sus texturas (y esto lo dice otro poema). Entonces, en estas pequeñas iluminaciones que despliegan en cada progresión el principio, el relato y el tema, y hacen de la fusión de esos tres vectores la escena de su poética, vamos a tener un elemento que los adhiere, que los coloca en la misma secuencia de sentido y a ese elemento, que es pura materia, estos poemas lo llaman tiempo. Porque el tiempo, que guía el epígrafe inicial, se presenta como pregunta (“¿Qué es el tiempo?”) y se resuelve en el movimiento de los oficios, en el relato de algo que aquí parece definirse en el transcurrir; o se expone (“aquí es donde el tiempo se nos desnudó una noche”); o modela todo aquello que atraviesa (“Se trata más bien del lento trabajo del tiempo”).
Un principio, un relato, un tema y ahora una materia. Ladera umbría parece concentrar toda su labor allí, en sus umbrales, y un umbral es un límite, pero aún más una instancia de transformación. Por eso le importan los oficios terrestres, la vida agrícola, los comienzos, la infancia, los trabajos y los días, lo que está en finitud, y la homologación de esos quehaceres con el quehacer del poeta, porque el tiempo es la materia que aquí encuentra a esos vectores y los moldea, los transforma, les da una forma y un sentido, y entonces también un propósito. Y en el tiempo, en el interior de ese decurso, el poema se remite, busca sus razones, sus testigos y narra lo que llama, no la vida, sino su extrañeza; menos el recuerdo que la remisión; no una cadena de estampas, sino una memoria que funciona como un terreno operativo que no conduce al pasado, sino que deja que el tiempo opere y se desplace entre los tiempos. Allí, en el centro dinámico de esa fuerza, en la versión interna de su ángel de la historia, leemos los poemas y los poemas que remiten a poemas, que buscan sus infancias, sus oficios, sus lecturas y sus fantasmas, lo que llama en el primer segmento “Los fantasmas de la canción”. Leemos poetas, uno de ellos Luis Alberto Spinetta, y lo hacemos con “A Starosta, el idiota”, porque ese texto presenta uno de los modos de leer de Spinetta, que reflexiona en Artaud sobre los tiempos de la vanguardia y los tiempos de la locura y los usos sociales de la locura. Y leemos en las resonancias, porque aquí lo que resuena en la lengua, en la sintaxis, en los comienzos y los cierres, en la frecuencia poética, es Néstor Sánchez. Por eso también es una poética, porque piensa y despliega sus fantasmas, pero no los que la asolan, sino aquellos con los cuales dialoga, se mueve, viaja.
¿Qué es aquello que en estos poemas, organizados en cinco segmentos, permite que todo esto encuentre su cauce, sino un registro de la vida y su movimiento, una forma de captura y de retención o remisión del tiempo que parece acercarse al diario, al seguimiento de las vidas de la lengua, del poema y del poeta, que se produce en la percepción de lo que podemos llamar experiencia y con el trabajo de un verbo que aquí no es escribir, sino anotar? Lo leemos en uno de los poemas finales, donde dice: “Anotar: en el gélido idioma de la ventisca todas las imágenes sisean al unísono”. Se trata de un verbo de registro y trabajo, de indagación pero también de asombro, de preservación y de pérdida, y se presenta cuando el libro, en su cierre, se pregunta por la vida (“Vida, ¿qué te hemos dado?”) y por las canciones (“voy a plantar todas estas canciones en el aire”), y de ese modo todo el decurso, todo lo que leemos, es la secuencia de su oficio y sus fantasmas.
Una poética no se sustrae a su zona de condensación. En Ladera umbría no vamos a leer un poema-manifiesto, sino en un poema la condensación del movimiento de los poemas. Ese texto, que se titula “Plegaria”, muestra el propósito de la poesía, su territorio, la función del género y el desplazamiento entre géneros discursivos. ¿Qué leemos allí? Un epígrafe de la poeta italiana Alda Merini y una plegaria, que es una apelación, donde el que enuncia pide al Señor que le dé los atributos de Alda, su fuego, su devoción y también sus descargas eléctricas. Apela, pide en una plegaria por la supervivencia del poema y se mueve a otra zona discursiva, cambia de liturgia, y dice que solo por ella, por Alda, “continúa viva/ la iglesia/ invisible de la poesía”. La poesía está allí y el poema cuenta que hay alguien que pide esa fuerza para la supervivencia de la poesía, pero también de sí mismo, porque la poesía y la poeta, la migración de esas fuerzas y sus atributos, es lo que le permitirá “afrontar/ sereno y sobrio/ esta mañana que nada/ luminoso promete”. Tenemos las cuatro palabras en tránsito: vida, poesía, tiempo y movimiento (y ahora también locura, porque es una de las tensiones en el texto y en Merini). El poema busca la plegaria, la plegaria busca la apelación y la apelación busca al poema, y en ese anillo lo que aquí se llama ladera umbría busca su sentido, su comunidad de fuerzas, su filiación y su expectativa. La promesa luminosa del poema.
11 de enero, 2023
Ladera umbría
Walter Cassara
Huesos de jibia, 2022
74 págs.