Hace ya un tiempito el sello chileno Overol publicó Las cartas de Eros, libro póstumo de Enrique Lihn que, por cuestiones ligadas a la distribución, hace relativamente poco podemos disfrutar a este lado de la cordillera. Se trata de seis cartas dirigidas a mujeres imaginarias, a excepción de una dirigida a la poeta Gabriela Mistral, la única también que había circulado previamente. Que este proyecto literario (datado alrededor de la década del ochenta) haya quedado inconcluso debido a la muerte del autor no hace mella en la calidad del mismo. Cada una de las cartas y su dialogo conjunto forman un retrato sentimental vicario. Recordemos que, ya fuera para desmontar la ilusión mimética o para abismarse en los meandros de la representación, en cada rama del arte practicado por Lihn (poesía, cuento, novela, teatro, dibujo, performance), la metáfora del espejo jugó un papel destacado. Aquí también al dirigirse a otro, más precisamente a otra, va configurando retazos de su huidizo reflejo. Tal es así que aunque sus destinatarias sean, como dijimos, imaginarias ("alguien que, en alguna parte, es de verdad y aquí una ficción, un simulacro, una figura de papel"), o precisamente por ello, las cartas siempre llegan a su destino. El autor es el primer y acaso único receptor de su propio mensaje.
Toda carta produce un cortocircuito en el devenir, congela en un punto astillado del tiempo tanto al emisor como al destinatario: alguien que ya no soy se dirige a alguien que ya no es. Ese desacople temporal propio de todo intercambio escrito se exacerba todavía más si se trata de una correspondencia amorosa. Ya lo dijo Kafka en una bella carta a Milena: "Los besos por escrito no llegan a su destino, se los beben por el camino los fantasmas". Lihn lo dice a su manera: "detrás de la letra se había evaporado (...) el espíritu carnal de nuestra relación". O más aún: "Existes y eso hace las cosas un poco difíciles. Es una felicidad que existas, por cierto; que puedas hacer tu juego cuantas veces quieras más allá del papel: aparecer/desaparecer. En cuanto a mí, para evitar las dificultades pequeñas y los pequeños dolores, debo entresacar tu imagen de la existencia, recortarla e imprimirle su condición de fantasma, marcadamente."
De hecho, nada hay más equívoco que la expresión correspondencia amorosa. Por el contrario, será el malentendido, lengua de amantes y fantasmas, el punto neurálgico de las misivas: "La mecánica de las relaciones erótico-sentimentales lleva ineluctablemente a esta situación: uno ama, el otro es amado; desequilibrio intrínseco que nunca se somete a la ley de la transformación en lo contrario. El equilibrio de las atracciones es imposible". La indiferencia, la infidelidad, el desamor son los fantasmas a los que Lihn, atento lector del anatema lacaniano la relación sexual no existe, da rienda suelta. El amor como cauce de los rulos del deseo.
Otra versión del malentendido es el diálogo unidireccional que signó la relación de Lihn con Gabriela Mistral, única destinaria no imaginaria. El autor de La pieza oscura le dedica una elegía antes de la muerte de la poetisa, y le escribe una carta de amor veinte años luego de acaecida la misma. "Para mí ─se confiesa─ eres otra especie de fantasma: una palabra amada". El diálogo con el fantasma, parece decir, es siempre a destiempo.
Una serie de marcas hace pensar que es el claroscuro y no la transparencia lo que une a los amantes; un juego de presencia-ausencia en el que cada cual va enfundado en su velada máscara. A riesgo de fatigar con citas: "Digamos las cosas como no fueron"; "Prescindo del retrato que podría delatarte"; "[procuro] alejar del papel tus señas de identidad"; "¿Qué tiene que ver esto con lo que no quiero decir?". La reticencia no busca ocultar un secreto; lo que oculta es que detrás de la máscara no hay nada.
Como dijimos más arriba, las distintas cartas van armando un retrato fragmentario, esquivo pero reconocible, del propio autor. Un hombre que vive con distancia los hechos de su vida, un solitario que resigna la compañía de sus seres queridos en beneficio del arte, el "bígamo imperfecto" que no cree en una justicia inmanente. Ese mismo, en definitiva, que dialoga con fantasmas.
15 de abril, 2020
Las cartas de Eros
Enrique Lihn
Overol, 2018
58 págs.