Quería ser recordada por sus dos obsesiones: la observación de la caída de las hojas en los bosques de Potomac, Maryland, y el horneado del pan cotidiano en su casa, que levaba mientras ella, quizá, escribía. A la poeta Linda Pastan (Nueva York, 1932 - Chevy Chase, Maryland, 2023) no le importaba nada más. Ni los premios ni los poemas menos logrados: imaginaba las previsibles necrológicas en el New York Times o The Washington Post como papel para mantener limpio el piso bajo el plato de comida del perro.
¿Falsa modestia? Quizá. Lo cierto es que Pastan no fue tan famosa como las poetas de su generación, Anne Sexton y Silvia Plath, acaso porque ella vivió hasta los 90 años, mientras que las otras tuvieron muertes más espectaculares: Sexton respiró el dióxido de carbono que emanaba del caño de escape de su Mercury Cougar, Plath preparó el desayuno para sus hijos y después abrió el gas y metió la cabeza dentro del horno.
Con prólogo y traducción de Renata Prati, la editorial Serapis acaba de publicar Las cinco etapas del duelo, de Linda Pastan, originalmente publicado en 1978. Es un libro redondo y muy norteamericano.
Redondo porque traza el arco que va desde la juventud, cuando a la poeta la visitan los fracasos (“qué amigables/ se han vuelto mis fracasos”), a la vejez, donde los fracasos fueron reemplazados por las penas (“Anciana”). El extraordinario poema “Las cinco etapas del duelo” cierra el conjunto reforzando la circularidad de todo: del libro que acabamos de leer y del duelo, que, como el mar de Valéry, siempre recomienza.
Y es un libro muy norteamericano porque está estructurado en base a un bestseller más yanqui que el billete de un dólar, Sobre la muerte y los moribundos, que contiene la famosísima teoría del duelo. Las cinco etapas del duelo está dividido en capítulos titulados “Negación”, “Ira”, “Negociación”, “Depresión” y “Aceptación”. Como bien dice Renata Prati en su ensayo introductorio, cada título colorea con su emoción los poemas que vamos a leer. La ira muestra sus garras en “Calificaciones”. La madre, harta de las tareas domésticas (tema inevitable para todas las poetas de su generación), dice: “Pero ni se imaginan/ que estoy por dejar”. En la parte de la depresión aparece el invierno y la muerte de un zorro y unos extraños pájaros negros: “¿o esos pájaros negros son/ el alma de las hojas/ mientras caen/ revueltas hacia algún frondoso/ cielo?”. Norteamericano es también el paisaje del bosque que traen sus versos: nieve, robles y arroyos, cuyas aguas corren hacia el río Potomac.
Por proximidad geográfica y generacional, Linda Pastan quedó asociada a las poetas confesionales, aunque su estética conecta más con la fascinación por la naturaleza de Mary Oliver (una poeta del MidWest, Ohio) que con la búsqueda intimista de la dupla Sexton-Plath. De Pastan apenas conocemos dos hitos biográficos: le ganó en un concurso de poesía a Sylvia Plath y pasó diez años de su vida sin escribir, siendo un ama de casa típica de los años cincuenta. Después escribió. Y escribió mucho: dieciséis libros de poesía por los que recibió distinciones y premios, y de los que se dijo que pertenecían a una “poeta de lo cotidiano” y a una “poeta de la belleza concentrada”. Dos formas de no decir nada. Lo escribieron el Times y el Post en sus sitios: ni siquiera se pudo aprovechar el papel como ella había vaticinado.
Linda Pastan es una poeta precisa, contenida, que compone poemas en apariencia sencillos y de “baja intensidad” (en el extremo opuesto, digamos, de Anne Sexton). Pero, en sus poemas más logrados, no vacila a la hora de pegar el salto de las “cosas cotidianas” a una idea densa y universal de algún aspecto del mundo o de la existencia. Lo hace mediante versos que titilan en el centro del poema y causan un impacto fulminante. Detenemos la lectura, respiramos, y enseguida los volvemos a releer.
El primer verso que nos sacude se encuentra en “Después”. En el contexto de un intrascendente viaje a Sicilia, el poema dice: ”(...) desde el principio, nos espera la muerte/ con el amor paciente/ de un animal doméstico”. (Tuvo suerte Pastan en Argentina: la traducción de Renata Prati le mejoró muchísimo el poema agregándole ese adjetivo precioso: “paciente”, que no figura en el verso original: “our deaths wait like domestic animals”). El poema que recuerda la prohibición de los judíos de tocar a los muertos (“Historia breve del pensamiento judío en el siglo XX”), se pregunta: “¿a quién voy a tocar entonces,/ no nos estamos todos/ muriendo?”. En “Invierno bicentenario”, la poeta cuela este verso: “Es en los mitos que nos conocemos”. Ni hablar del avasallante comienzo de “Consuelos” (acá sí Pastan acelera, sube la intensidad): “Escuchá:/ el lenguaje hace todo lo que puede”.
Por las cien páginas de Las cinco etapas del duelo desfilan los muertos de la autora, vagamente identificados en los títulos (“Caroline”, “Para Gordon”), y hay un poema que hace alusión al suicidio. Pero Pastan, inteligente, alterna el dolor y la muerte con impresiones fugaces de lo que ve desde su ventana, una migración o una nube cargada de nieve o los rododendros, que evocan la voz de su abuela en Florida. Reserva para el final del libro el momento de mirar la pérdida de frente: “La noche que te fuiste/ alguien me habló/ de las cinco etapas del duelo”. Termina donde empezó. Allí Pastan propone el duelo como alguien que tiene que aprender a subir una escalera con la pierna amputada. Parece cada vez más fácil, pero esa impresión es básicamente una mentira, porque la escalera es circular.
12 de febrero, 2025
Las cinco etapas del duelo
Linda Pastan
Traducción y prólogo de Renata Prati
Serapis, 2024
106 págs.