Los ensayos que integran Las dos torres, el nuevo libro de Beatriz Sarlo, pueden leerse como una condensación de sus intereses intelectuales durante las últimas décadas. Las tres partes que lo componen organizan recorridos por diferentes zonas de su obra: la primera, centrada en la literatura y el arte, la segunda, haciendo dialogar la esfera artística con la esfera social, la tercera, presentando a la ensayista como una observadora benjaminiana de nuestro presente. Conviven, así, la Sarlo crítica, la Sarlo socióloga de la cultura, la Sarlo cronista del mundo contemporáneo. Por eso, pese a lo heterogéneo de sus materiales y de la fecha de producción de los textos (escritos entre 1992 y 2018), el libro no ofrece la dispersión propia de una antología sino que muestra una notable coherencia interna.
“Al otro lado del horizonte”, el texto que abre el volumen, funciona como un prólogo que explicita las opciones éticas y estéticas que se desplegarán a lo largo del libro. Con claridad pedagógica, realiza un análisis formal e ideológico del ensayo como género discursivo. Un análisis que es, también, una celebración de la interrogación sin respuestas previas y de la búsqueda convertida en material y objeto de escritura. No sería trabajoso rastrear las figuras retóricas que para Sarlo son características del género en los propios textos que integran el volumen. ¿Se trata de un gesto de autoconsciencia modernista? Por lo pronto, las preguntas que titulan cada una de las partes del libro dan cuenta de una de las características principales que para Sarlo tiene la forma ensayística: la articulación entre lo tentativo y lo conclusivo.
Algunas constantes atraviesan todo el volumen. La principal, la que le da un tono polémico a la mayor parte de los ensayos, sostiene que el relativismo cultural sería hegemónico en nuestro presente y que, por ello, cualquier atisbo de confrontación intelectual es percibido como un gesto de violencia intolerable. En tiempos en que la tibieza crítica ha hecho estragos, resulta imposible no darle la razón. Más difícil es hacerlo cuando su defensa de un modernismo tardío coquetea con el elitismo cultural más ramplón o cuando su pasión canonista la lleva a establecer rankings de escasa productividad crítica.
Los ensayos del volumen van configurando un yo ensayista que no se limita solo a la apuesta por la negatividad estética. En “La literatura en la esfera pública” y en “Para pagar una deuda” se narran dos episodios autobiográficos que tienen mucho de relato de iniciación intelectual. En el primero, se detalla la importancia de Jaime Rest en su formación, quien le transmitió, en sus años universitarios, los goces que ofrecen las dificultades en la literatura; en el segundo, los encuentros que tuvo con Raymond Williams y lo determinante que fue para Punto de vista el contacto con la nueva izquierda cultural europea. En estas dos anécdotas mínimas se condensan buena parte de los gestos críticos de Sarlo: la apuesta por la opacidad estética, el interés por los abordajes sociológicos de la cultura, la apropiación en clave argentina de determinados saberes europeos.
Las dicotomías son abundantes en la estructura argumental del libro. Está la Sarlo extasiada por Borges, por Sebald, por Morton Feldman y está la Sarlo del interés distante por los productos de la industria cultural, los museos o las innovaciones técnicas. Los enfoques y las contradicciones de la vieja izquierda modernista recorren la mayoría de los ensayos. En la celebración de la oscuridad silenciosa de la sala de la Lugones o en las largas horas escuchando la lectura de Moby Dick en una performance, la ensayista parece estar a la búsqueda del aura perdida. Aura que la autora no duda en contraponer a las experiencias manufacturadas. Así, al cine experimental opone el cine comercial y de “calidad” y para ensalzar a Rulfo, Borges y Sebald, considera necesario diferenciarlos de Ángeles Mastretta, Isabel Allende o Jonathan Franzen.
Algunos pocos ensayos han envejecido mal, como el dedicado a Imperio, de Tony Negri y Michael Hardt, libro de efímera moda intelectual allá a comienzos de siglo y hoy parte del museo de las ideas, o como lo hicieron las páginas dedicadas a la lectura en internet, repletas de obviedades para el lector actual. La mayoría de los textos, en cambio, provocan fascinación e irritación por igual, con los planteos de una intelectual que nunca le escapó a la polémica sólida y bien fundamentada. Y es precisamente esa incomodidad lo que hace estimulante su lectura, sobre todo en un presente en el que la discusión de ideas suele ser reemplazada por el intercambio de favores y la argumentación es abandonada por consignas vacías.
15 de mayo, 2024
Las dos torres
Beatriz Sarlo
Siglo XXI
272 págs.