Miguel Briante (General Belgrano, 1944-1995) irrumpió en el campo literario con el atrevimiento de la precocidad: a los 17 años, compartiendo el primer puesto con Ricardo Piglia y Germán Rozenmacher, ganó el Segundo Concurso de Cuentistas Americanos organizado por la mítica revista El escarabajo de oro con "Kincón", cuento que servirá como preludio para su novela homónima, de 1975.
A diferencia de muchos de los intelectuales nucleados alrededor ─o en contornos sospechosos─ de la revista (Abelardo Castillo, Liliana Heker, Vicente Battista, Piglia, incluso Ernesto Sábato, autor-faro para la generación de los 60), los intereses literarios de Briante descansaban lejos del centro citadino, de concretar la gran novela, el gran fresco, de Buenos Aires. El existencialismo sartreano, la ciudad multicultural y feroz de Arlt, los personajes autoflagelados por crisis filosóficas y políticas ─caros a buena parte de una poética general de aquellos años─ no supieron abrirse espacio por la cuidada prosa de Briante. Y así como en el Jefferson de Faulkner se entrevé ─aguzando la mirada, y, sobre todo, el oído─ su pueblo natal, las múltiples pero desoladas voces de Briante tienden a entretejer el pueblo en que el autor nació y murió: General Belgrano. "Por fin aparece una literatura ─sostenía Briante, parafraseando a Pavese─ donde un tipo se puede bajar de un tractor y escribir una novela".
Miguel Briante por Juan Carlos Comperatore
Caballo negro se ha encargado de reeditar Las hamacas voladoras (1964), su primer libro de relatos, escritos entre los 15 y 21 años, y en el que se distinguen ya las marcas de filiación con cierta experimentación (los "calembours", los juegos de voces joyceanos, el montaje cinematográfico, la indeterminación borgeana). El trabajo del lector, hilvanando las voces, articula esa locación borrosa, a veces hecha de trazos dialógicos, a veces explicitada, a veces fantasmal, que es General Belgrano. Aunque no se trate únicamente del lugar: todos los relatos del volumen requieren de la complicidad lectora para atar cabos, encastrar escenas, tiempos, espacios, y, en suma, configurar sentido.
En el caso de "Capítulo primero", la lectura debe operar discerniendo las significaciones de los "gestos raros" del mundo adulto. El niño Pablo atestigua, sufriente, las consecuencias de la borrachera del padre, ante la desesperanza y la resignación del círculo familiar y los rumores y miradas inquisidoras ("la gente en la ventana") del barrio. En el relato que da título al libro, un joven huérfano usará, por fin, el odio contra su explotador ─un viejo que lo salvó de las golpizas policiales para propinárselas por su cuenta─ llevando al extremo de su funcionamiento y descalabrando el juego mecánico la vuelta al mundo con pasajeros a bordo.
Si "Las hamacas voladoras" es, tanto en aspectos vinculados a la lucha de clases como al sentido arltiano del término, el relato más rabioso, "Kincón", por su parte, se apoya en ciertos motivos y climax borgeanos. Se trata de un hombre oriundo del Brasil, marcado por una fealdad y una fuerza monstruosa y simiesca, homologable a la del mono cinematográfico (nombre-mote con el que el pueblo, General Belgrano, lo signa despectivamente); de su desacople con la comunidad y las fuerzas del orden; de cómo los aspectos simbólicos que entronan las certezas de una identidad (el lenguaje, el cuerpo, la imagen, el otro) se desvanecen o desplazan.
Briante condensa en "Kincón" su capacidad para anudar problemáticas metafísicas (el conflicto identitario, la fusión entre el plano onírico y la vigilia) y tensiones político-sociales. María Rosa Lojo afirma que los seres monstruosos, en esta poética, revelan una verdad negada: "la injusticia, la mezquindad, el sadismo del mundo regulado, sólo aparentemente prolijo contra el cual se recortan las existencias abruptas de los que ya no tienen nada más que perder". La locura, como atributo o forma de la monstruosidad, padece el mismo escarnio social: así, los pasajeros y el chofer de un micro se ríen entre dientes del protagonista de "El embudo", custodiado por un policía que lo devuelve al manicomio del que se ha escapado.
En la mayoría de los cuentos, incluso en aquellos donde la transparencia de la anécdota es mayor, el afán experimentador de Briante es tal que la capacidad técnica sobresale como la materia primordial del libro. Esta fruición formal no quita, sin embargo, la calidad para producir, cuando el autor así lo prefiere, efectos emocionales. El ejemplo de "Capítulo primero" es crucial al respecto: una belleza tristísima atraviesa los diversos segmentos del relato mientras el lector, junto al niño Pablo, dilucida la tragedia que supone convivir con un padre alcohólico.
Tal vez no sea descabellado pensar que la experiencia del primer libro de Briante se asemeja a la de la narradora de "Sol remoto" ─un relato borgeano, cercano a la ciencia ficción, sobre la repetitiva trama del destino─: "ya no me queda más que (...) repensar los hechos, atar y desatar las imágenes, gastadas por el incesante (e inútil) empeño de ser recuperadas con exactitud. Sólo hay fugaces, amontonados momentos apenas perceptibles". Como los pasajeros de la desbocada vuelta al mundo en "Las hamacas voladoras", los lectores deberán interpretar como puedan el vértigo de imágenes, de cuerpos de voces que van y vienen, al límite de ese otro juego extremo que, en manos de Briante, se torna el lenguaje.
22 de julio, 2020
Las hamacas voladoras y otros relatos
Miguel Briante
Caballo Negro Editora, 2020
142 págs.