Introvertida, fóbica, plagada de temores, no resulta inverosímil que la norteamericana Julie Hayden (1939-1981) haya encontrado en el trabajo, en la escritura y en la afición ornitológica, un refugio ante lo que brota, aquí, allá, por todos lados, en Las listas del pasado, su único libro de cuentos: la obstinada amenaza de la muerte. No resulta inverosímili, así, que haya vivido –para decirlo con una expresión que utilizara su hermana Patsy– como los personajes de Vera Giaconi: en carne viva.
Hayden trabajó durante quince años en la prestigiosa The New Yorker, en la que fueron apareciendo paulatinamente muchos de los relatos que compondrían el libro que vería la luz, finalmente, en 1976. Poco tiempo después, un diagnóstico de cáncer la arrinconará física y psíquicamente y en la libretita espiralada que sabía llevar a todos lados, en la que vertía observaciones sobre pájaros y la naturaleza en general, abundarán ahora las anotaciones acerca de su frágil estado de salud.
“Yo ando así, rodeada de muerte”, profirió en un lamento teatral Alejandra Pizarnik; esta declaración podría desprenderse de varios de los personajes de Hayden, que cortejan –sobre todo en la primera parte del libro, titulado “Vidas breves”– con el suicidio y la autodestrucción, la angustia y la enfermedad. La brevedad es la forma enmascarada que cobra la muerte como fuerza incuestionable aunque intrincada, que acucia y sabe imponerse de maneras varias. Como el fin de un vínculo amoroso, que recuerda la protagonista de “Paseo con Charlie” mientras lleva a pasear a su sobrino por el parque; o el desencanto que trae consigo la vida marital (“Leña”), o el fallecimiento, sin más, de diversas vidas corrientes (“Las visitas”), o la culpa de una mujer que, embriagada, recorre una ciudad caótica para llegar a una fiesta (“Ratas bebé de un día de vida”).
Es en la bellísima segunda parte del libro –“Las listas del pasado”– en la que la potencia de la vida puja por abrirse paso a través de una casa, de una familia, de un padre, de un jardín. Son seis relatos que orbitan alrededor de Ben Holcom, un patriarca que Hayden tiene el tino –y el talento– de concebir de manera relativamente oblicua. Ben confecciona listas. Sobre todo, para las tareas del jardín, para el mantenimiento del caserón y, en menor medida, para la vida familiar. Infatigable, se ha encargado también, en su momento, de construirle como regalo de cumpleaños a una de sus hijas una excelsa casa de muñecas, minuciosa y trabajosa replica de la casa original. Pero así como esta hermosa y perfecta casa de muñecas comienza a deteriorarse –el polvo oscurece las ventanitas, una pata del diminuto sofá se quiebra, la falsa comida sobre una mesita se pierde–, el caserón y el jardín sufren los achaques de las tormentas y de un mantenimiento que comienza a declinar porque declina, con él, la vida del patriarca.
En un tono que imbrica la vertiente oscura de Lorrie Moore con la sensibilidad de Silvia Plath y ciertos escenarios de John Cheever, Hayden escribió de manera independiente relatos que terminaron –debido a cierto interés en la forma y en los temas– por concebir una poética, y, en última instancia, una familia. Una familia en torno a un padre presente aunque con imperfecciones; algo maniático, aunque adorable. Familia que fue incapaz de concebir en su vida, a pesar de que esto ya sea, groseramente, materia de vana especulación. Lo cierto, más allá de la potencia de su literatura, es que Hayden bien sabía –y en esto contradice a uno de sus narradores– que si bien la muerte es el final de todos los cuentos, implica también el principio del arte.
24 de mayo, 2023
Las listas del pasado
Julie Hayden
Traducción de Inés Garland; prólogo de Kirk Walsh
Muñeca infinita, 2023
224 págs.