De alguna manera, durante los últimos lustros, una parte de la literatura argentina parece concentrarse en componer un muestrario de cartografías narrativas que pretenden dar cuenta de la especificidad inmanente de un espacio geográfico determinado dentro de esa masa a priori indiferenciada y confusa que, desde el centro del campo literario nacional, se denomina(ba) “el interior”. La operación no es novedosa ni original. De hecho, alcanza con mencionar los apellidos de Moyano, Riviera, Saer, Di Benedetto, y una larga lista de otros escritores que continúan publicando, para comprobar que esta búsqueda por eludir o quitarse de encima etiquetas despectivas, como la de “literatura regionalista”, comenzó hace ya más de sesenta años.
En esta nueva ola de escrituras que buscan ampliar la definición de “literatura argentina” para que incluya, en pie de igualdad, las producciones que se realizan fuera de Buenos Aires, puede inscribirse el libro de cuentos La paz que los demonios temen, de Diego Vigna, publicado este año por la editorial cordobesa Borde Perdido. De este modo, si nos atacara la compulsión profesional de trazar una serie, ubicaríamos a este volumen en estrecha vecindad con los de sus coterráneos Federico Falco y Luciano Lamberti, por mencionar un par de ejemplos.
Los cinco relatos de Vigna aquí reunidos se instalan en el interior de una zona –entendida desde la concepción de Juan José Saer– que remite y recrea, fundando o refundando en la literatura, a un territorio real –los pueblos de la cuenca lechera cordobesa– marcado por la inmigración piamontesa, su cultura del trabajo y la acumulación, sus leyendas, sus voces en las que perviven acentos itálicos. En un gesto de pionero o de agrimensor, Vigna traza los límites de ese territorio, metamorfoseado o reinventado por la escritura, que ingresará en sus relatos como espacio narrado. Una franja que, a través de la ruta 1 atraviesa en el libro las ciudades o pueblos que se nos presentan bajo la elocuente máscara de una onomástica fraguada: Povería (con sus ecos que remiten a la italiana “pobreza”), Inviolata, Pico de Buey, Pierino...
La representación realista, la sospechable voluntad mimética, se resquebraja en estos relatos que se concentran en narrar, a la par de lo habitual, cotidiano, esperable y reconocible –las relaciones familiares, la amistad masculina, el entramado de los negocios e intercambios, legales o ilegales, entre otros–, historias excepcionales, en los bordes de la verosimilitud, y personajes peculiares que, por su carácter o sus rasgos notables, “merecen” y reclaman ser contados. En el titulado “La lengua de las cotorras”, incluso, la clave de lectura se desliza hacia las convenciones del fantástico, cuando los cinco hermanos que viajan en la parte trasera de un furgón de la funeraria, adaptado a su nueva condición de vehículo familiar, recitan en voz alta los dictados de las voces de los muertos, de las “almas de personas viejas” que los visitan, frente a la terca incredulidad y el enojo de sus padres. Un tanto más atemperado, ese efecto se propicia en “La gran masa”, el relato inicial, mientras Romagnoli chico recorre el pueblo en bicicleta y de fondo circula la leyenda del agonizante Jesús, una versión degradada del bíblico, y todos se aprestan para la llegada de “la gran masa”, una tormenta que amenaza con arrasar, entre lluvia y viento, con la cuenca lechera.
La consistencia de los argumentos y de las tramas y la prosa ágil, pulida para que la lectura se deslice sobre las acciones narradas como las bolas sobre la mesa de billar –virtudes que algunos lectores agradecemos frente al ronroneo egotista de un considerable grupo de escritores contemporáneos–, invitan a que nos dejemos embelesar por la voz de ese narrador que parece ser el patrón de todos los relatos. Es ella, esa voz, y la fusión, la simbiosis entre la zona y las historias que se cuentan, las que demuestran la unidad de La paz que los demonios temen.
Sin embargo, los personajes de Vigna trascienden las fronteras de la zona y alcanzan dimensiones más amplias. Resumen tipos y conflictos humanos, personajes-personas que podemos encontrar en otros lugares de la ficción y de la realidad. Y no solamente cuando se trata de un hombre de mundo, como el armenio Don Varoujan: traficante de diamantes, mercachifle, viajero y aventurero, un bon vivant de película de quien se narra su excéntrica carrera de amores, cuernos, delirios y caprichos en “Una vida escrita”. O la psicóloga Eugenia, porteña que se autoexilia e instala su consultorio en Pierino para tratar el magún, afección hereditaria que se lleva en la sangre, mezcla de “locura y depresión” que impulsa a los gringos y a sus descendientes a la angustia y al suicidio. En este relato, “Magún”, Eugenia y su hijo Lucas se enfrentan al desprecio de los “nativos”, a la imposibilidad de encajar y adaptarse en un mundo con sus leyes y prejuicios. E incluso hasta en los personajes “secundarios” también “vivos”, también consistentes, se atisban rasgos de mezquindad o de grandeza que responden a la esencia humana.
El quinto y último cuento, “El mal tercio”, configura un tríptico en el cual dialogan y se cruzan, de un panel a otro, las vivencias de tres familias en torno al fútbol, puntualmente, a la final del Mundial de Italia de 1990, y los hábitos de consumo de gaseosas y figuritas que las empresas estimulan aprovechando el evento deportivo. Sexualidad y muerte se combinan con maestría en esta secuencia de trazos intensos cuyo cénit se alcanza, con fuerza sugestiva y perturbadora, en el panel central que lleva por subtítulo el plural de un apellido: Rattis.
En general, la resolución, o en un sentido amplio, los finales, se apartan de la linealidad, apelando a recursos como desplazamientos del foco a la manera cinematográfica de la cámara que, antes de fundir a negro, se detiene en un detalle o episodio secundario, o bien a soluciones airanas. De todos modos, La paz que los demonios temen se constituye en una excelente muestra de esa literatura “del interior” que, en otros contextos, bien podría ocupar un espacio en el “centro”.
25 de octubre, 2023
Las paz que los demonios temen
Diego Vigna
Borde perdido, 2023
154 págs.