Cuatro chicas solas en invierno, una casa y el espacio campestre a las afueras de un lugar incierto componen el mundo que se abre, desde las primeras páginas, en Las visiones venenosas, la nueva novela de Fermín Eloy Acosta, ganadora de la última edición del Premio Hebe Uhart de Novela de Ediciones Bonaerenses. Es la voz de Olga, una de las mujeres, la que montará sobre sus espaldas el hilo constante de la narración. Ella extenderá su relato a lo largo de las casi doscientas páginas del libro y, a cada momento, hará base en las coordenadas físicas de los espacios donde la historia sucede. Y así, de forma cinematográfica, aparecerán las imágenes de ese refugio campestre donde las mujeres esperan –los alambrados y las rutas, el cielo, los límites–. Las visiones venenosas, sin embargo, se desplaza hacia un plano que despega del territorio como un concepto físico. No es sólo el campo afuera. Las mujeres de esta historia parecen habitar un lugar distinto. El territorio de la espera –o la espera como territorio–.
“Vuelvan a dormirse, aún no vienen”, dice Olga. Los que no vienen son “Ellos, las Cosas”, ¿acaso seres de otro planeta? Las chicas no lo saben. Pero los esperan porque “Ellos, las Cosas”, llegarán. La vigilia sucede en un territorio a las afueras de alguna ciudad. Y ese afuera, en tanto espacio físico, resulta familiar. Las chicas habitan una casa quinta, rodeada de vegetación salvaje. El límite con otros lugares cercanos está detrás de unos alambrados. Cruzar esa frontera es entrar en el espacio de la amenaza. Todas marcas reconocibles en la literatura de nuestro país. Territorios tantas veces narrados desde estas mismas coordenadas: un centro y una periferia rural separados por una frontera y, detrás de ese límite, la eterna amenaza de lo desconocido, de lo otro, de la muerte. La literatura de frontera que David Viñas y tantos más han identificado desde la gestación de “El Matadero”. Esa conocida separación territorial entre la civilización capital y ruralidad de la barbarie. Las historias, en ese escenario tantas veces escrito, narran la invasión de las fuerzas del afuera que llevarán a los de adentro a la descomposición –Viñas, sobre “Casa Tomada”: “la escenografía de lo privado es alterada por la irrupción de los otros, que lógicamente avanzan desde el exterior; no ya mozorqueros ni anarcos, sino furtivos merodeadores de Buenos Aires de 1950, que no sólo violan lo doméstico, sino que terminan arrinconando hasta expulsar de su vivienda a los propietarios”–. Es precisamente en ese límite imaginario de nuestra literatura donde viene a ubicarse Las visiones venenosas. Y es allí donde la novela traza sus propias coordenadas: saltando el surco cortazariano, y aunque ellas se muevan dentro de esa casa tomada, las protagonistas de esta historia no son víctimas de una amenaza exterior. “Ellos, las Cosas” no representan esa invasión ni mucho menos la muerte. Las chicas esperan porque esos seres desconocidos representan, para ellas, una salvación.
El modo en que esa espera sucede dibuja otro de los rasgos sobresalientes de esta novela. Fermín Acosta ha elegido la forma de la cadencia en sus dos dimensiones: Las visiones venenosas está escrita en la repetición de ritmo y también de ideas. Una y otra vez se suceden las escenas de vigilia, las comidas, las conversaciones y, en ese mismo tren ficticio, se desplazan también ideas que ya hemos leído, como en un loop, repetidas veces. Hay cadencia en la espera de estas mujeres y esa redundancia se traslada al efecto de lectura –y algo de ese susurro insomne, finalmente, logra apoderarse de las lectoras y los lectores–. Sólo hacia el final, ese ritmo se interrumpe. Sucede en un instante. Una decisión inesperada de la narradora la transporta a un espacio más allá del lugar que ella ha estado habitando durante el transcurso de la historia. Y entonces la novela entera, como en un bloque, se desplaza también hacia un espacio distinto. Aquella voz ahora trae ecos de una espera que no es tiempo, sino territorio. Una espera, además, específica. La de los treinta años –la edad de estas chicas que esperan–. En un diálogo inteligente con las ficciones de frontera de nuestra historia, Las visiones venenosas propone a la espera como un nuevo territorio. Aquel en el que, acaso, las personas pueden permanecer eternamente en una idea. En la vigilia de que algo –ellos, las cosas–, finalmente aparecerán algún día. Ellos, las cosas: vendrán por nosotras, por nosotros.
30 de abril, 2025
Las visiones venenosas
Fermín Eloy Acosta
Ediciones Bonaerenses, 2025
200 págs.