En 1939, tras la victoria franquista, el fraile dominico Alonso Getino publicó en Madrid un libro en el que reivindicaba al fundador de su orden, santo Domingo de Guzmán. Este santo había jugado un papel central en la cruzada contra los herejes cátaros en el siglo XII, y por eso era considerado el precursor de la Inquisición española. El fraile planteaba un paralelismo con esos tiempos y afirmaba que, igual que los herejes medievales, los marxistas derrotados en la guerra civil debían ser castigados y convertidos; invocaba entonces al santo y su modelo del Auto de fe. Castigar para perdonar, perdonar para refutar. La antorcha (símbolo de santo Domingo) era metonimia de la hoguera, pero metáfora de los argumentos que esta hacía irrefutables. Convertir a los vencidos era blindar la derrota de los marxistas. Esta propuesta anticipó nuestros tiempos: con la caída de las apuestas por el socialismo sobrevino un obligatorio Auto de fe, impuesto sin embargo con la palabra “autocrítica”. Reconocer los argumentos del vencedor era la prenda para pasar del batallón de los perdedores al de perdonados, una “oferta que no se podía rechazar”. Y así el balance se volvió tan imposible como indeseable. Todo pensamiento político resulta desde entonces un pensamiento de la derrota.
Contra esa clausura está escrito Lenin y Trotsky. Los dragones de Marx (Crítica, 2024), el nuevo libro de Alejandro Horowicz. Su apuesta es rehabilitar el balance histórico de la revolución rusa, sin el cual el pasado se convierte en un cerrojo del presente: toda acción y todo pensamiento (que es un modo eminente de la acción) quedan amojonados por esa derrota que ya no puede ser tematizada, porque se ha naturalizado con “la fuerza de un prejuicio popular”. Desde esta perspectiva la noción de “democracia de la derrota” debe ser prolongada. Ya no se trata de una tara nacional, sino del atributo fundamental de los últimos ciclos del mercado mundial. Si antes de la revolución rusa un demócrata consecuente podía ser considerado tendencialmente un socialista, una vez liquidado ese horizonte socialista, un demócrata consecuente no puede ser otra cosa que un derrotado. La globalización de la democracia de la derrota empuja irresistible a la derrota de la democracia. Un balance de la revolución rusa permitiría repensar las tareas históricas del presente en un posible horizonte radical, único modo de devolverle su historicidad, de politizarlo. Y ese tiro, por elevación, apunta también a repolitizar la democracia.
Pero esto es apenas la enunciación del problema del libro, no su planteo y menos su resolución. El correcto planteo de un problema político y el balance histórico que lo sustenta son extremos que deben articularse en una comprensión común, y sobre todo concreta. Para decirlo en los propios términos de Horowicz, de lo que se trata es de hilar desde las experiencias, relatos y tradiciones en un “concreto pensado”. Para lo que resulta imprescindible establecer el “punto crítico” en que balance y problema se unifican. Se trata de comprender el modo en que un pasado no elaborado obtura las preguntas del presente. Un ejemplo de esas preguntas que no logran hacer pie en su pasado lo encontramos en una frase del Antiedipo; afirman Deleuze y Guattari que el psicoanálisis es como la revolución rusa, “nunca sabemos cuándo empezó a andar mal. Siempre es preciso remontarse más arriba”. Tal imposibilidad de asir el problema es el síntoma de un balance ausente, el fantasma de una tarea escamoteada. La reflexión se da entonces a la fuga, siempre “remontándose más arriba” hasta decretar a la revolución como una causa perdida.
Horowicz intenta subsanar ese peligro partiendo precisamente del “punto crítico” del balance, y lo señala ya desde el título mismo de su libro: Lenin y Trotsky. No uno y luego el otro, sino las múltiples determinaciones que constituyen su relación. Algo como un Aleph materialista que incluye y articula todo: desde la novela familiar de “Volodia” y la relación con su hermano ahorcado por atentar contra el Zar, hasta los contrapuntos con Trotsky sobre la organización del partido, la ilegalidad, la estrategia para frenar a la fracción estalinista, pero también otros perfiles de las determinaciones estructurales del proceso revolucionario ya analizadas en El huracán rojo (Crítica, 2018). Semejante balance de la revolución rusa no solo puede constituir una clave para comprender el siglo xx, sino también una llave para abrir el horizonte cerrado de nuestro siglo.
10 de julio, 2024
Lenin y Trotsky. Los dragones de Marx
Alejandro Horowicz
Crítica, 2024
448 págs.