Hace unos siete años el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires preparó una gran retrospectiva (“Liliana Maresca: el ojo avizor. Obras 1982-1994”) que intentó capturar el aura de la artista nacida el 8 de mayo de 1951 en Avellaneda. En la misma pudieron contemplarse obras como Una bufanda para mi ciudad, las esculturas de la serie “No todo lo que brilla es oro” o las icónicas fotografías en blanco y negro que Marcos López le sacó a Maresca, entre otras de su producción. Allí el ojo del espectador, en el mejor de los casos, llegó a ejercer su función de captor en términos espaciales. Ahora, por el contrario y a través de Liliana Maresca, una época, el ojo del lector podría llegar a hacerlo en términos temporales. Y no es porque Laxagueborde trabaje la figura de Maresca en tensión con la de su época, sino porque figura y época son una misma cosa y, se entiende, es preciso desencriptar las claves de ese vínculo indisociable por vía escrita para acercarse al fenómeno. Luego veremos si, a final de cuentas, el autor sale airoso de su propuesta.
En primer lugar, hay que decir que Laxagueborde hurgó en la memoria documental, pero sobre todo en la de los vínculos de Maresca, para hacer su primer esbozo. No debe haber sido sencillo: desde el esquivo Coco Bedoya hasta la solícita Elba Bairon (quien, de paso, garabatea una suerte de contratapa al libro) el elenco resulta variable y numeroso.
En segundo lugar, el tono que Laxagueborde elige para escribir su biografía es entre ligero y sentimental, casi fraterno, sin descuidar en todo momento el fraseo culto, a veces sentencioso, a veces prestado: “No darlo todo, sino darse”, “la crítica radical a una cultura estética como la nuestra, que ve a la subjetividad o al yo como centro de las significaciones del mundo”, “el marrón es el dorado de los pobres”, “en Liliana el arte no era belleza, era verdad”, etc.
En tercer lugar, pero no menos importante que lo anterior, el abordaje de este libro podría verse como un sistema que viene a cerrar dos de sus proyectos biográficos anteriores, Tulio Halperín Donghi (poesía) y Tres personas: Bignozzi, Canton, Vivanco.
Pero luego de descular estas características, si se quiere, estructurales, habría que hablar del libro, uno que siempre está dialogando con el espectro: no solo del fantasma de Maresca que se corre de todas sus exhumaciones artísticas y de su varia memorabilia, sino del que nos pregunta, casi susurrando: “¿qué sucede en ésta, nuestra época?” “¿Qué está pasando en el arte?” “¿Qué se nos escapa?”.
Da la sensación de que la vida de Maresca fue tan intensa, tan vivida al límite, que incluso ni siquiera ella llegó a vislumbrar su legado, uno sin dudas construido desde lo colectivo (Maresca y Marcia Schvartz, Maresca y Gumier Maier, etc.) lo topográfico (de una lavandería al Rojas), lo antiicónico (Wotan Vulcano), and so on, and so forth.
Podemos decir entonces y de manera resolutiva que la propuesta de Juan Laxagueborde, ambiciosa dada la tarea que se propone de traer al presente una figura trascendente que sirve para entender los caminos del arte argentino, se cumple a medias: tenemos, por un lado, un muy hermoso libro escrito, a decir de Deleuze, “en una lengua extranjera” y, por otro, un tipo de fracaso al que adscriben las denominadas “biografías a la francesa”: algo esencial de la vida de la artista se nos escapa. De igual forma esto no es algo que deba desalentar, ni al biógrafo, ni a los lectores, ya que quiere decir que la figura de Liliana Maresca es, en cierta forma, inabordable e inacabable, más allá de los ingentes esfuerzos del autor por hacerla suya. Meritorio es, de igual forma, proponerse una cota tan alta y es preciso agradecer tal romántica empresa.
13 de noviembre, 2024
Liliana Maresca, una época
Juan Laxagueborde
Mansalva, 2024
152 págs.