En el pensamiento de todo filósofo hay un centro secreto, un núcleo inaccesible en relación al cual ese pensamiento produce sus múltiples derivas, jaqueado en gran medida por esa presencia fantasmal a la que de una u otra manera persigue, sin llegar, claro, a darle alcance. Tanto es así que podemos decir que eso que llamamos “su filosofía” no es otra cosa que el derrotero de esa persecución, que se replica en quien la aborda en profundidad, con el objetivo (nunca alcanzado) de llegar a revelar precisamente ese secreto.
De un tiempo a esta parte, y ya habiendo desarrollado el meollo programático de su pensamiento (en el que confluyen biopolítica, lingüística, estética, religión, ética y derecho, y cuyo eje central es su gran obra Homo sacer), Giorgio Agamben se ha permitido escribir un par de textos de corte autobiográfico en los que, con distintos enfoques, explora de manera explícita ese misterio en torno al núcleo secreto de su pensamiento. Un claro ejemplo es Autobiografía en el estudio, curioso artefacto textual en el que rastrea ese centro yendo tras las huellas de los autores que potenciaron su desarrollo. Otro es el libro que nos convoca, Lo que he visto, oído y aprendido...
Tal como lo anuncia su título, lo que se ofrece en este caso es una vía de acceso a ese inaccesible centro por la intermediación de pequeñas viñetas que dan cuenta de experiencias relevantes de esas tres instancias en las que los sentidos se tornan vehículos de conocimiento. En cuanto a los “he visto”, varios hacen referencia al sentido de la visión (“En Grishneshwar, precisamente en el umbral del templo, he visto una cabrita esbelta, vacilante y divina”), pero también hay otros que dan cuenta del instante en el que un fenómeno o un concepto se hace visible a la conciencia (“En el espejo he visto que entre nosotros y nosotros mismos hay una pequeña brecha, que se mide exactamente por el tiempo que empleamos en reconocer nuestra imagen”). “Lo visto” entonces equivale a lo comprendido, que se confunde con lo aprendido, que a su vez declina en lo descubierto. Y eso ni más ni menos es lo que propone este libro: la exhibición de una serie de descubrimientos personales que en conjunto componen una suerte de mapa de la afectación; porque es precisamente ahí, en la intimidad de la afectación, donde el pensamiento se articula, en relación directa (a la vez que indirecta) con su núcleo vacío.
¿Qué de lo que ve un filósofo lo afecta?, ¿qué de lo que oye?, ¿qué de lo aprende? Preguntas fundamentales, que acá se responden de manera específica, dándonos acceso a esa trastienda personalísima que es la intimidad, y es por eso que podemos decir que este, como ningún otro, es un libro de Giorgio Agamben. Sólo él podría haberlo escrito, y si algo lo prueba es que, a la vez, es como si no lo hubiera escrito nadie; porque este es de esos raros libros que parecieran haberse hecho solos, con el correr del tiempo y como quien no quiere la cosa, es decir, como trascurre una vida, que es lo que en definitiva siempre acaba poniéndose de manifiesto en artefactos como este.
Por su carácter íntimo y por la precisión afilada de su escritura, estos escritos se aproximan a la poesía, esa instancia en la que el lenguaje vibra a unísono de lo existente, y de algún modo invitan a ser leídos como se lee un poema, cumplimentando un ritual que nos impacta porque, aun sabiendo de qué se trata, no podemos acabar de saber qué significa.
Como en otras oportunidades, Agamben estructura y compone el libro a partir de un dispositivo estratégico, similar al que propone Perec en Me acuerdo, con una consigna sencilla que se explicita en el título y que da lugar a la consignación de vivencias estrictamente ciertas, situadas en referencia a lugares, textos y autores específicos. A diferencia de aquel, este libro se cierra con un texto que, proponiéndose como la aparente contracara del dispositivo, se titula Lo que no he visto, oído ni aprendido... Aunque en otro registro, complementario al anterior, lo que se indaga en este caso es otra vez ese centro secreto y su gravitación en el pensamiento de un autor que, como pocos, ha trabado una íntima relación con ese vacío. Vacío al que no puede sino explorar pero “a condición de dejarlo desconocido”, nos dice, “presagiado pero no definido, revelado pero no pronunciado”, que es lo que hace en este libro, dando cuenta de esa articulación y del modo en el que ha ido tramando su vida y su escritura, para subrayar de este modo que lo decisivo es siempre “la relación ética que el sujeto mantiene con su no dicho y su no vivido, el límite incierto entre lo que logró escribir y lo que no podía sino callar”.
10 de enero, 2024
Lo que he visto, oído y aprendido...
Giorgio Agamben
Adriana Hidalgo, 2023
80 págs.