Es algún día de febrero: es el preciso y húmedo día de febrero en el que llega a Mendoza el último libro de Josefina Ludmer. Una cosa como esta, para mí, no puede ser más que un suceso. ¡Felicidad! Me tendría que vestir para la ocasión (¿de teórico literario estructuralista?) e ir a esperar el libro, como quien espera el último libro de Harry Potter, a la única librería capaz de traerlo. Allá voy, me dispongo a soportar un calor bestial, aberrante: lo vale, el deseo casi siempre implica algún sacrificio. Me calzo y salgo al cemento.
Mientras camino, voy repasando los últimos meses: Josefina Ludmer aparece como una compañía, como una maestra, sin dudas, pero sobre todo como una compañía. Esas compañías que acercan formas de leer, que, en un giro poético, desautomatizan eso que parece indiscutible. Es que Ludmer, pienso mientras un 912 me peina la cubata, pasa por una serie de estadios que van variando según cómo el campo cultural de la época aborda los textos, pero de alguna manera consigue mantenerse siempre en un lugar estratégico y polémico, en un lugar que sospecha. Una forma de leer lo suficientemente lúcida para minar su propio funcionamiento, capaz de oír el farfulleo de la máquina que empieza a entropizar. He leído en muchos lugares la idea de que Ludmer, su forma de leer, es una máquina (ella misma se refiere a la idea de máquina de lectura). Puede ser, por momentos hay algo que cautiva de una forma imbatible; pero justo en el momento en que el motor está por ser perfecto, justo en el momento en que la máquina parece haber encontrado su última forma, se reinicia. Esa capacidad de Ludmer para no enquistarse (o para enquistarse lo suficiente y percibirlo, volver a ello con humor) en razonamientos de gabinete universitario ni en dogmas epocales tan vacíos como extremos, la hacen una crítica necesaria. En Ludmer el conocimiento además de polémico y estratégico es siempre una herramienta no solo para construir máquinas sino para desarmarlas.
Así, en un pensamiento muy cercano al amor, voy llegando a la librería. El libro, verde, está. Antes, en una serie de intentos fallidos, había venido a buscarlo y nada. Al fin; lo llevo, trato de no demorar. No puedo dejar de reparar en la belleza del título: Lo que vendrá. ¿Qué vendrá? me pregunto. Pero Ludmer nos ha enseñado que el tiempo es una de las máquinas a desensamblar. Como línea recta y continua, el tiempo es una categoría estanca, tan burda como el futuro entendido en términos de progreso; por eso, hay que detonarlo, complejizarlo, mezclar sus partes y, sobre todo, situarlo. Es el trabajo que parece haber estado haciendo a lo largo de toda su vida, desde las clases de teoría literaria hasta la felicidad de ver Okupas justo en el momento que su "máquina" empezaba a reacomodarse.
Ahora con el libro marcado, manchado y achurado por el uso, intento ponerle algunas palabras. Lo que vendrá no está en el futuro, se inscribe en los pozos del presente, se inscribe aquí (en América Latina) y se inscribe ahora. Esos agujeros son el diálogo necesario con las generaciones que vienen después de Ludmer y con el mundo que ya no puede ser contemplado con las mismas categorías de los sesenta. La postautonomía no es más que una forma de leer el presente, la fábrica de realidad; un presente que excede al texto, lo rebalsa, lo fragmenta y desfigura la totalidad. Dice Ludmer en otro libro: "necesitamos un aparato diferente del que usábamos antes". Ese parece ser el gesto que guía la caja musical del libro: la necesidad frente al acontecimiento. ¿Qué vendrá?
Los ensayos que componen el libro son satélites que dialogan (reflexionan, complementan, discuten, explican, cuentan) con el resto de las obras de Ludmer: el delito, la gauchesca, el tiempo, las formas de la crítica, América Latina y todas las intersecciones que se van generando en su red de pensamiento. ¿Qué comparten estos ensayos como para ser recopilados en una antología? El procedimiento: la pregunta de la crítica no por el qué es sino por el cómo funciona, la fisura de las linealidades y de los idealismos reduccionistas. La máquina se discute a sí misma: no queda en la idea fría y mecánica de artefacto: la máquina también es política, afectiva, apasionada, libidinal.
Basta con ver cómo se abre y se cierra Lo que vendrá: arranca con Ludmer desplegando su caja de herramientas para desguazar la visión que tiene Ernesto Sábato sobre la política, el amor, la patria, el futuro y las mujeres; y, llegando al final, da una clave para pensar la crítica como autobiografía. ¿Qué es la crítica si no las modulaciones de la vida de un lector, de una lectora? Puesto de esta manera pienso en que he estado asistiendo a la biografía de Ludmer sin saberlo. ¿Será esta recopilación el capítulo final? Otra vez pensando en términos cronológicos. Ludmer se ríe en la solapa del libro, con picardía.
28 de abril, 2021
Lo que vendrá. Una antología (1963-2013)
Josefina Ludmer
Selección y prólogo Ezequiel De Rosso
Eterna Cadencia, 2021
328 págs.