Hay una secuencia en Le monde du silence de Jacques Cousteau y Louis Malle en la que asistimos al solitario viaje de un buceador por las profundidades del mar; este se desplaza de un lugar a otro en su derrotero a la vez introspectivo, casi onírico, pero que no deja de ser concreto, vivencial. Atrás quedó la embarcación del Calypso y sus tripulantes con sus pintorescos bonetes rojos. El del buceador es un viaje solitario en el que piezas de embarcaciones pretéritas, corales y la más diversa fauna se alternan y jalonan el contrapunto narrativo de la historia.
Todos estos condimentos forman parte de Lobo de mar de Olivia Milberg (CABA, 1992) y su ritmo, pausado, por momentos oral, nos trae a nuestro presente las imágenes del filme francés. Es interesante como la figura del lobo de mar aparece y desaparece como si se sumergiera en el fresco y volviera a emerger; es como el viaje que hace el buceador solitario, pero en la dirección inversa: cuando el lobo se hace presente puede verse en sus palmas “el mapa de la superficie del mar”; quien compone estos sucesos dice vivir adentro y afuera del lobo, como fundiéndose en su experiencia. El recuento de Milberg se hace extensivo, y en él su madre, su padre, incluso Iemanjá (deidad nigeriana que encarna tanto la fertilidad como la protección familiar) comienzan a enarbolar una singular configuración que por momentos excede los dominios del lobo de mar.
Las observaciones naturalistas aparecen como un destello solo para aseverar que las cosas avanzan, se modifican; el desarrollo de la materia evoluciona hasta su deceso: “no hay quietud en el agua, ni en la calma. / Los lobos marinos mueren en el mar”; y más adelante, con la firmeza de un juicio experto, biologicista, afirma “la descomposición es una forma de movimiento”. La misma forma de la sucesión de los poemas va cambiando desde una estructura que podríamos denominar ‘clásica’, a lo que podría ser una pequeña historia, pero la dirección no es unívoca, antes bien podríamos decir que se trata de un movimiento oscilatorio o pendular: la voz cambia y vuelve. La plasticidad no necesariamente ayuda a la expresión poética, pero la dota de un cambio de eje en cuanto a lo que se quiere resaltar.
Observaciones, ensueños, percepciones dactilares, partos, distanciamientos y una paleta de colores hacen de este libro una suerte de arrecife en el que lo biótico y lo abiótico se funden en un canto que a la distancia podría confundirse con el registro de un lobo de mar.
8 de abril, 2020
Lobo de mar
Olivia Milberg
Añozluz editora, 2019
78 págs.