En el número dedicado a la crítica literaria en Argentina que la revista La biblioteca publicó en 2006, un ensayo de Alberto Giordano, “Una profesión de fe”, empezaba enumerando y deteniéndose en algunos puntos de una lista de libros cuya lectura ocupaba en esos días el tiempo que el crítico debía haber destinado a la escritura: “Como no podía escribir por falta de tema [...], me pasé las últimas dos semanas leyendo continua y desordenadamente lo que me fue saliendo al paso”. La lista producida por el azar o la eventualidad de las manos que se deslizan por la biblioteca y de los ojos saltando por páginas variadas, se trama con pequeñas descripciones lúcidas y sintéticas de cada libro encontrado. Se trama, digo, como se dice “tramar” del plan brillante de un villano o un héroe que pueda consistir por ejemplo en dominar o salvar al mundo, como el personaje de Giordano que protagoniza la novela Los misterios de Rosario de César Aira, debe hacerlo junto a su grupo para detener la catástrofe climática que azota la ciudad y promete terminar con ella. Es después de pasar por esas reseñas mínimas en “Una profesión de fe” cuando comienzan a formarse algunos destellos conceptuales acerca de la teoría literaria, la crítica o el ensayo; y otros, alrededor de lo que el concepto de intimidad imprime o desborda sobre ellas. Intimidad que se define siguiendo la lectura de José Luis Pardo como “manifestación de una distancia indecible que impide tanto identificarse, apropiarse sin restos de uno mismo, como ser identificado; una distancia que fuerza la enunciación, hace hablar o escribir, y transforma secretamente cualquier performance autobiográfica en una experiencia dela propia ajenidad”.
El punto, aquí, es que el texto de Giordano de 2006, tenía como addenda, así lo llamaba el autor, una nota, una aparición que aunque estaba ahí para cerrar lo escrito –particularmente en diálogo con la crítica o el ensayo que se inclinan hacia lo subjetivo, lo misterioso y lo ficcional–, parecía situarse en el borde más performático de lo que el ensayo proponía pensar, como si pusiera, ahí, el pensamiento en acción. Lo que está en aquella addenda es un relato sobre la amistad y los intercambios epistolares de Giordano con César Aira. En ese final de escritura hay una especie de fábula que se teje a partir del comentario de Aira sobre La conversación infinita, el libro de Giordano sobre Puig, y otros recuerdos y episodios de esa amistad que llevan al crítico a escribir que lamentaba no llevar un diario en el que pudiese conservar las cartas y luego los mails que se enviaban con el escritor. Lo que se explora allí es la posibilidad de dar un salto desde la crítica “hacia la invención de una forma ensayística que pueda desenvolverse según impulsos inmanentes” y que pueda alcanzar lo novelesco del crítico. Veinte años después de aquel ensayo, treinta años más tarde de que comenzara esa amistad, Los años Aira, parece reenviar a aquel lamento sobre la ausencia del diario, expandiendo ese punto agregado al final de un texto hacia una constelación entera que bordea los enlaces entre ensayo, diario e intimidad y se extiende al fin en un salto hacia lo novelesco.
Lo primero que habría que pensar es que el hermoso librito publicado a fines de 2022 por la editorial Neutrinos, es un diario en el que se consignan los episodios de la vida de Giordano en los que Aira tiene algo que ver, de modo que es, por supuesto, un libro sobre Aira pero sobre todo se trata de un libro sobre una época personal del escritor. No del escritor sobre el que se escribe sino del que lo escribe. Los años Aira recorre el lapso de tiempo que gira alrededor de los años 90 (especialmente el 92, “el año en el que ocurrió todo”) y hasta la primera década de los 2000; período al que Giordano identifica con el nombre del título del libro. Se trata del tiempo en el que Aira comienza a ir a Rosario periódicamente invitado por un grupo de profesores e investigadores entre los que está Giordano. Los años en los que Giordano y Judith compartían amorosamente, y aun en secreto, lo que llamaban la biblioteca Aira, que consistía en una especie de desafío por conseguir los libros que el escritor recomendaba y que poco tiempo después intercambiarían en regalos, comentarios y refutaciones en conversaciones en cafés, mails, cartas y audios, con Aira. Intercambios que se nos cuentan con precisión poética y nostálgica enel libro. Esos son los años también en los que Alberto y otros de los profesores del grupo se convierten en personajes Los misterios de Rosario.
Ahora bien, Los años Aira tiene un momento brillante en el que entra en riesgo, como si todo pudiera de repente desmoronarse, algo que en realidad, viene anunciado desde la dedicatoria y que puede ser leído como broma o más seriamente como comienzo de un salto no sólo hacia lo novelesco sino hacia la continuación. Giordano viene publicando libros que reúnen sus posteos en Facebook, reflexiones autobiográficas y episodios de su propia vida; todos se acercan a la vez al diario de lector que deja aparecer en cada escena un trazo de cómo la vida se toca con la lectura. pero este libro, en particular, parece más que otros el comienzo de una saga. Es que la dedicatoria del libro sobre Aira es a Jorge Monteleone, crítico literario que si hubiera sido amigo de Aira, debería también protagonizar una de sus novelas pero que al fin, siguiendo los posteos de Giordano, sus fotos de fines de semana juntos y los comentarios sobre sus conversaciones, parece ir convirtiéndose lentamente, en el protagonista de una novela que Giordano va escribiendo en fragmentos. Hacia el final del libro, después de otras menciones a Monteleone (que comparte con Aira la agenda de visitas de Giordano a Buenos Aires pero en sucesivas bandas horarias), el diarista escribe que luego de uno de esos encuentros con César, mientras cruzaban la calle Triunvirato se le impuso la sospecha –“en ese momento hubiera dicho, la revelación”– de que se había equivocado al elegir los encuentros con César, y no con Jorge “como motivación para la escritura de nuevos fragmentos intimistas”: “¿Acaso el universo Monteleone no es para mí más variado y multiforme, teniendo en cuenta los recursos con los que cuento para explorarlo, que el universo Aira?”.
En el mismo número de la revista La biblioteca sobre el que escribía al comienzo, hay también un ensayo de Monteleone en el que se refiere a la importancia de Ana María Barrenechea como crítica (“Ana María Barrenechea, la descifradora”). Lo que lee allí es, sobre todo, los textos de Barrenechea sobre Borges. Primero, Monteleone escribe:
Todo texto crítico no sólo compone la imagen de una escritura, de un autor, de una literatura ajena, sino también la imagen propia del crítico, a través de aquello que ha elegido como espacio propicio de su experiencia fundamental, que es la lectura. La crítica no propone sólo el despliegue de una intuición, el ejercicio de un saber, la racionalidad de un método, el espectáculo de una teoría literaria, sino también las intermitencias imaginarias de una conciencia que aquí o allá, en una “red humoral”, traza en su escritura.
En esa línea puede pensarse también Los años Aira, pero además, Monteleone envía a la lectura del cuento “El etnógrafo” de Borges, en el que el personaje, después de haber pasado un largo tiempo con una tribu a la que debía estudiar y después de haber conocido la revelación de su doctrina secreta, se niega a compartir lo revelado porque decirlo no da cuenta de la experiencia de andar esos caminos que lo llevaron a saber. El sentido de la experiencia, ese secreto elusivo y diferido constantemente, aparece también en los textos de Giordano que capturan en la lectura la búsqueda del punto en el cual experiencia, vida, sentido y escritura se tocan y se rechazan. Hay en Los años Aira una especie de mirada etnográfica, como si el haber estado allí y tomar nota (algo sobre lo que también escribe Aira al final de su ensayo “La innovación”), registrar el paso del tiempo del otro en el propio tiempo, fuera lo que resuena en la escritura de diarios. Como si Giordano, entonces, dijera: “Yo estuve allí en los años 90 de Aira”, pero sobre todo: “Aira estuvo allí cuando yo comenzaba a ser quien soy y a dar el salto”.
12 de abril, 2023
Los años Aira
Alberto Giordano
Neutrinos, 2022
120 págs.