Barcos, trenes, jeeps, posadas, puestos fronterizos, vientos, tormentas, alacranes, avispas, cuchillos, redadas, sexo y drogas en Pebas, Quito, La Higuera, Kabul. Intentar asir lo que brota espectacularmente en Los Danzantes (Paradiso, 2022), de Leandro Katz (Buenos Aires, 1939), con el fin de esbozar una trama, sería un error; este libro exige otro abordaje, otra lectura.
Compuesto por fragmentos en los que se superponen tiempos, espacios y voces, en Los Danzantes no se cuenta una historia de un modo evidente pero hay ciertos motivos (Latinoamérica, la fotografía, el exilio, el desplazamiento, la amistad) que aparecen una y otra vez y dan la pauta de ciertas intenciones temáticas.
Solos, de a dos, de a tres, en grupos, diferentes personajes se desplazan en geografías que parecen desdibujarse y dan pie a secuencias cargadas de peripecia en las cuales la flora y la fauna acechan y los cuerpos parecen estar en riesgo constante; son secuencias con un halo onírico y alucinado (potenciado por el uso de drogas: si estos personajes no viajan con ayahuasca en una cantimplora, lo hacen “bajo los efectos del ácido lisérgico”) que parecen poner en tela de juicio los límites entre fantasía y realidad.
Poeta, escritor y artista visual de vasta trayectoria, autor de varios libros, películas, exhibiciones e instalaciones, Katz escribe un “remolino de ideas y evocaciones” que difícilmente encuentre una exégesis unívoca pero que tal vez tenga sus claves de lectura en el mismo libro. Puntualmente, en algunos pasajes que se destacan en itálica y en segunda persona, que parecen hablarle al propio autor (“Tal vez tironeando de hilachas, puntadas o cabos sueltos y mezquinando comas o temores gramaticales logres trazar un círculo perfecto a ojos cerrados y penetrar por ese pasadizo de la memoria que buscas con cierto abandono”).
En ese sentido, este libro, que puede ser visto como un “relato ensimismado, solipsístico” o como un “declive de peripecias y episodios lustrosos como las hojas de un árbol gomero cuyas viscosas heridas sangran la leche horrible de la guerra”, quizá pretenda “curar una cultura moribunda a través del despojo de la ficción”. En ese plan, quizá Katz no se haya propuesto otra cosa que “ejercer el oficio de escribir enamorado de las palabras” con la sola idea de que “el arte es simplemente aquello que, en su síntesis, nos hace suspirar”.
Como sea, hay pistas, desde el epílogo (“A Florencio Malatesta, in memoriam”) hasta ciertas frases (“me gustaría mucho poder conversar contigo frente a frente pero ya te has muerto y me has dejado solo con este diálogo interior que aún mantengo contigo”), que dan a entender que Los Danzantes le habla a alguien (o algunos) que ya no están. Ante el relato de aventuras, en ese aspecto, el libro parece preguntarse: ¿qué fue todo esto?, ¿de qué se trató? ¿valió la pena? (preguntas que, de fondo, sobrevuelan –que, vale decir, no están expresamente en el libro; que tienen la fuerza de lo no dicho–, y, daría la sensación, motorizan estas evocaciones).
“¿Qué será esta espuma que aflora en el exilio del sueño?”. No se sabe. Quizá, ni el propio autor lo sepa, y ahí, en ese punto, tal vez haya algo: quizá esta escritura sea, en parte, una búsqueda. Lo interesante es que, más allá de todo (de las intenciones del autor; de los personajes, el paisaje y la peripecia; de lo onírico, lo alucinado y lo mágico), en esta espuma que aflora, Katz ejerce la escritura con absoluta libertad, y eso, hoy, que buena parte de la narrativa, lisa y llanamente, comunica y cuenta historias, es destacable. Extravagante, por momentos, probablemente, Katz asume el riesgo de escribir un libro que apuesta por lo extraordinario y lo fragmentado, que podrá gustar o no, que podrá gustar más o menos, pero en el que no se puede dejar de reconocer el impulso de una escritura singular, refinada y vitalista.
21 de septiembre, 2022
Los Danzantes
Leandro Katz
Paradiso, 2022
96 págs.