El antihéroe dostoievkiano de Memorias del subsuelo, ahogado en una furia de resentimientos contradictorios, se confiesa: "Reconozco que lo único que puedo hacer es propinarle otro golpe a la pared y luego olvidarlo todo, pues la causa de todo es que no he podido encontrar la razón fundamental de mi mal". En su nuevo libro, Guillermo Saccomanno (Bs. As., 1948) elige una parte algo más significativa del cuerpo para estrolar y generar allí ─antes que en el dolor, en la conmoción─ el disparador de la escritura: "En este diario procuro anotar todo lo que me pasa por la cabeza ─aduce─ mientras me la golpeo con una pared invisible".
Lo que (con)mueve a la escritura de este diario personal es el redescubrimiento que Saccomanno hace de la obra del austríaco Georg Trakl. Sus poemas, advierte, generan efectos semejantes a los epigramas de Wittgenstein: una interpelación al núcleo de nuestra propia identidad. No es casual que ambas personalidades hayan atravesado el infierno de la Primera Guerra Mundial y que ambos, simultáneamente, hayan vivenciado y trabajado, de modo directo o indirecto, con los límites o bordes: de las convenciones sociales, de la lengua, de la racionalidad. Obnubilado por la lectura, se adentrará, también, en una traducción saccomanna de la poesía.
Así como Borges había enseñado en aquel célebre ensayo sobre la traducción que el Quijote sobrevivía a sus descuidadas versiones, Saccomanno (S), en un tono de trascendencia metafísica ajeno al texto borgeano, capta el angst de los versos de Trakl (T) y, por esta razón (que es un sentir), se aventura en la traducción de sus poemas sin conocer de lleno el idioma alemán. Si es cierto que los límites de mi lenguaje son los de mi mundo, T ha ingresado en S filtrándose por las rendijas de la gramática y la semántica. Algo de su mundo interpela al mío, afirma S, y de esa fusión surgirán las traducciones que se irán desplegando a lo largo del libro.
¿Cómo escribir/traducir sobre una literatura que quiso expresar el horror de la existencia, del incesto (la relación entre T y su hermana) y de la guerra? "Los que intentaron nombrar el dolor. Por lo general [afirma S], fueron los más cautos al nombrarlo. Los menos estridentes. Habitantes del silencio". Desde esta perspectiva, la técnica ideal es la desretorización, llevar el poema a una ascesis visual, despojarlo de cualquier artificio innecesario, en la que todo sea sustantivo, incluso el adjetivo. La tarea de S es, así, la de transfigurar los poemas, transcribir únicamente las ideas o imágenes poéticas: las figuras, en términos de Wittgenstein.
El recorrido de S es, por esto mismo, un recorrido hacia el silencio. Entre los muchos pensadores que figuran en el diario, no es casual que S traiga a colación el extraño balbuceo de Nietzsche a su madre, luego de su defensa al caballo maltratado; el aforismo con el que Wittgenstein cierra su tratado ("De lo que no se puede hablar mejor es callar"); las eximias cláusulas que el niño-lobo Kaspar Hauser puede articular; y las reflexiones sobre el silencio zen. Recorrido hacia el silencio, entonces, en tanto que la palabra, sobre todo la ampulosa, se revela impotente frente a la comunicación del ser y del dolor.
Según S, Wittgenstein escribió lo siguiente respecto de los poemas de T: "No lo entiendo, pero su tono me pone feliz. Es el tono del hombre verdaderamente genial". La conexión se establece, entonces, no en el marco de lo explicito ni del significado, sino en la captación fugaz de un destello de belleza que sólo la poesía puede sugerir. "¿Qué podría ser aquello que Wittgenstein siente pero no entiende de T? Podría interpretarse: es eso mismo de lo que Wittgenstein no pudo hablar, y calló. Lo indecible de la poesía que sólo la poesía puede decir", conjetura S.
La depuración retórica ejercida sobre la poesía de T conlleva, a su vez, una depuración vital. En plena pandemia macrista, S deambula, mal dormido y neurótico, por Olivos, por San Telmo, por la calle Carlos Pellegrini y atestigua cómo el neoliberalismo económico arroja nuevas familias a la vida callejera. El camino de la ascesis, propio de un monje literario, lo conduce lejos del ambiente citadino (de la city porteña), a la cabaña que habita en Villa Gesell, última locación del libro. "Todas las mañanas de todos los días: barrer la cabaña como si fuera un monasterio. Un modo de nombrar el mundo, devolverle al mundo el silencio, a las cosas su nombre".
En el diario puede llegar a advertirse, como uno de los tantos refusilos producidos entre líneas, una preocupación por el tiempo, y concretamente, por el tiempo que resta en la vida del autor. "A esta edad buscamos respuestas en textos que prescinden de retórica". Esas respuestas, si existen, se hallan, también, más allá del lenguaje. Lo mismo ocurre con la intención comunicativa del libro: ¿Qué es lo quiero decir con estas líneas?, se pregunta más de una vez S. Los días Trakl, grises y lluviosos, ofrecen sólo las certezas del sueño y del insomnio, y, poéticos, muestran que de toda explicación nace una pregunta.
25 de noviembre, 2020
Guillermo Saccomanno
Los días Trakl. Diario de lectura
Las cuarenta, 2020
152 págs.