¿A quién le pertenece una historia proferida, un recuerdo relatado, una fábula susurrada? A su narrador, tal vez, o a sus protagonistas; a sus lectores, o a sus oyentes. Irene Solá (Malla, Barcelona, 1990) parece decir con Los diques que el fin inevitable de los relatos es, por un lado, el de circular, desplazarse de aquí para allá consolidando sentidos, o, por el contrario, problematizar los arraigados, los establecidos en una comunidad por muy diversas razones. Pero por otro, las historias ─al menos las escritas─ son, en principio, de aquellos que tienen la urgencia y el talento de transformarlas en escritura. Para diseñar con ellas, con su entramado e intercalación, la novela que configura nuestro pasado, nuestra identidad, nuestra vida.
Luego de tres años en Londres, la joven Ada regresa a su pueblito catalán para reencontrarse con su familia, sus conocidos y con un amor trunco por su partida. Se sienta frente a la computadora y, en un registro pseudodocumental, escribe en presente, en indicativo. Les asegura a los allegados que debe seguirlos, observarlos, estudiarlos; sólo así será capaz de consolidar un retrato tanto particular como general y, sobre todo, fidedigno. De los individuos, de la familia, del pueblo, de ella misma. La novela, sin embargo, avanza entremezclando este plano realista con los cuentos que Ada pergeña y que representan, en cierto sentido, la manera de enfrentar el regreso a su tierra.
Pueden ser relatos de un verosímil realista, protagonizados por ella o por cualquiera de sus íntimos; pueden ser relatos que retomen escenarios, leyendas o personajes folclóricos y fantásticos (bosques y brujas; casas y fantasmas; animales parlanchines y flores mágicas) y que configuran el imaginario narrativo del pueblo rural al que pertenece Ada. Cuando su hermana descubre el borrador de un cuento en el que, comprende, está ficcionalizada una experiencia suya, le espeta a Ada: “No quiero que la escribas. Quiero que siga siendo mía y quiero que sea como fue y no como tú te la imaginas”. Mancomunadas de esta manera narración, experiencia e identidad, se comprende el anhelo de Ada por modelar ─con un talento visual envidiable─ su propia historia, la de su familia y la de su tierra. Historias que demuestran, asimismo, la sutil interconexión entre ficción y realidad, entre fábula y crónica, entre discurso literario e histórico. Las fotografías del capítulo final vienen a robustecer esta idea: documentos visuales que proyectan un efecto de realidad sobre elementos novelados.
Los diques fue publicada originalmente en 2017 y recibió el premio Documenta de Barcelona, otorgado a autores/as de lengua catalana. Mención aparte merece la elaborada traducción de Paula Meiss, que logra acercar la trama al lector rioplatense sin caer en el recurso del voseo. Los enrarecimientos que la lectura puede llegar a producir derivan, únicamente, de la fusión de registros que la novela propone.
En Solé los relatos circulan, infatigables, por muy diversos ámbitos. Relatos folclóricos, pueblerinos, familiares, íntimos. No se trata de arrogarse un derecho de propiedad; nadie es ─nadie puede ser─ su propietario absoluto. La inteligencia (emocional y literaria) consistiría, antes bien, en saber usarlos, y su escritura encauzaría la irrefrenable experiencia que supone nuestra existencia. Cerca de un pantano, Ada piensa que “a oscuras, sin los colores y las formas que creemos que tienen, las cosas dejan de ser como pensamos que son. Se vuelven más extrañas e inhóspitas”. Allí emergería la literatura, para apaciguar lo circundante, para contener como un dique, en una forma familiar, el misterio insondable de la vida humana.
29 de diciembre, 2021
Los diques
Irene Solá
Traducción de Paula Meiss
Alto Pogo, 2021
244 págs.